¿Quién decide qué?
Es una pregunta obligada en este país. Continuamente se proponen nuevas soluciones a los mismos viejos problemas y con la misma inercia se quedan sin resolver. Nos informan que se han tomado decisiones y nada sucede. Cuando, por fin, alguna de las decisiones se intenta ejecutar, o no sirve, o empeora la situación original. El mejor ejemplo es el asunto de los dólares, no sólo en cuanto a su valor, también en cuanto para qué se asignarían y a quién o quiénes se los venderían.
¿Quién decide cuantos dólares irán, por ejemplo, al sector salud: cuántos para medicamentos y cuéles medicinas; cuántos para insumos quirúrgicos y en qué se podrán gastar?
¿Cuales libros se podrán importar y cuáles no?
Miles de preguntas similares, pues son miles las necesidades que tenemos y miles los posibles insumos a importar o producir –que al final termina siendo lo mismo, pues también habría que traer las máquinas para las industrias.
El asunto es que en vez de decidir y actuar en consecuencia, tenemos un gobierno especializado en correr la arruga y, para ser más específico, en hacer muchas cosas activamente y estar muy ocupados haciéndolas, pero, en realidad, no están resolviendo nada y todo se está empastelando más y más cada minuto. Eso se llama «procrastinar» y, cómo muy bien se ha dicho, es el ladrón del tiempo. Este aspecto de la actitud de los humanos, podría definirse como empezar a hacer lo importante luego de haber terminado de hacer lo irrelevante. Verdadero robo de nuestro tiempo como nación y como sociedad, pues lo perdido en la indecisión y las laboriosa ejecución de lo irrelevante, está acabando con nuestra paciencia y esperanzas de que los gobernantes vayan a hacer algo por el pueblo diferente de usarlo para sus intereses personales, políticos y de demostración de poder con alevosía y revanchismo.
Por supuesto, procrastinar convierte al gobierno en sordo, pues si escuchan el clamor, pierden concentración en su tarea de aplazar las soluciones a los problemas y se pierde efectividad en las tareas manipulativas y sin aparente sentido práctico que aturden, obnubilan, distraen y dan falsas seguridades y entusiasmo momentáneo al pueblo deseoso de creer, apoyar y seguir a esos líderes con reflejos mesiánicos, para los cuales cada vez es más difícil mantener su ascendiente y credibilidad.
Finalmente, parte importante de dejar para mañana lo que puedes y debes hacer hoy, es el fondo moral del venezolano que se ve seriamente autocuestionado en la intimidad del ciudadano, cuando observa las múltiples corruptelas en las que se ve envuelto en su diario vivir y el fomento del incumplimiento laboral, el facilismo al obtener un beneficio del sacrificio de otros y la continua información sobre el abuso, represión, extracción de capitales, coimas, peajes y comisiones. Pero ante esas informaciones y denuncias, no se procede, se aplazan y se distrae al pueblo con acciones irrelevantes, como decíamos antes.