La música a la medida del “hombre nuevo”
La confección del “hombre nuevo” soviético no era concebible sin meter a los artistas en el redil de esa utopía. Así lo ilustra claramente la exposición “La música en tiempos de Lenin y Stalin” en el Museo de la Música de París. La revolución exigía que la tradición ancestral de los compositores rusos mudara su fuente de inspiración al “realismo socialista”. Un mandato por el que creadores y ejecutantes de la talla de Stravinsky, Horowitz, Lourie, o Milstein no aguardan mucho para emprender el camino del destierro.
El Comisariato de la Cultura Proletaria llega al extremo de exigir que se ignore el acervo musical existente antes de la revolución. Lenin, aficionado a Beethoven, llama a los camaradas a nutrirse de la música burguesa. Pero, Lenin desaparece en 1924. Corresponde a Stalin y sus comisarios fijar las reglas.
No obstante, otros genios rusos de la composición como Shostakovitch, Prokofiev y Khatchaturian, se identifican con la revolución. Componen obras que exaltan la gran industria pesada, la electrificación y, como Prokofiev, hasta una ópera para humillar a aquellos marinos del acorazado Kronstadt que se rebelaron en 1921 contra la dictadura proletaria.
Tiempo más tarde, estos mismos maestros verían sus obras censuradas por “formalistas” y aburguesadas, o como la novena sinfonía de Shostakovitch, por no exaltar suficientemente la gesta de Stalin en la II guerra mundial. Por el resto de la era Staliniana componen al gusto del “padrecito”, como éste lo exigía: “para acompañar el camino radiante del proceso”. Única manera de evitar el destierro al Gulag, o algo peor.