Un golpe a cámara lenta

El régimen “bolivariano” de Venezuela se tambalea pasando del autoritarismo a la dictadura. El 19 de febrero arrestó al alcalde metropolitano elegido de Caracas, Antonio Ledezma. Entonces procedió a pedir la expulsión de la Asamblea Nacional de Julio Borges, un líder opositor moderado —un destino que ya había sufrido su colega, María Corina Machado, destituida el año pasado. Leopoldo López, otro líder de la oposición, ha estado en la cárcel durante un año y actualmente se le está juzgando. Casi la mitad de los alcaldes de oposición se están enfrentando a acción legal. El cargo favorito del gobierno para aplastar a políticos hostiles es acusarlos de conspirar para derrocar al gobierno, frecuentemente conspirando con los Estados Unidos. Pero es el presidente, Nicolás Maduro, quien está armando un golpe contra los últimos vestigios de democracia, en lo que los venezolanos llaman un autogolpe.

Hugo Chávez, quien creó y presidió el sistema de estado socialista bolivariano hasta su muerte en el 2013, fue elegido repetidas veces por los venezolanos, gracias a la lluvia de ingresos petroleros y a su relación con los pobres. Se valió de su mayoría como un mandato para exprimirle la vida a la democracia venezolana, apoderándose del control de los tribunales y de la autoridad electoral, y suprimiendo a los medios de comunicación de oposición. Los gobiernos latinoamericanos consintieron en parte porque reconocían su apoyo popular.

El Sr. Maduro, sin embargo, carece del carisma y las destrezas de Chávez —y de su suerte con el precio del petróleo—. Las excéntricas políticas económicas han dado lugar a escasez de alimentos, inflación galopante y pobreza creciente. El apoyo popular al presidente y al gobierno ha colapsado, llegando a cerca del 20%. En una competencia justa, probablemente la oposición ganaría las elecciones parlamentarias a realizarse este año. Luego podría convocar un referendo en el 2016 para destituir al Sr. Maduro.

Tiempo de alzar la voz

En un aspecto —represión a la oposición— el Sr. Maduro ha ido más allá que su antiguo jefe. Chávez dejó que sus rivales lo retaran mediante voto aparentemente libre. El Sr. Maduro los encierra en la cárcel. El 24 de febrero, un niño de 14 años de edad, en una demostración contra el gobierno, fue matado con la bala de goma de un policía. El policía fue arrestado. Pero tales incidentes aumentan la probabilidad de que la confrontación entre el régimen y sus críticos se haga violenta, brindando una excusa para aún mayor represión. A tal fin, la detención del Sr. Ledezma tal vez tuvo la intención de provocar una repetición de las demostraciones del año pasado contra el gobierno, en las que 43 personas, de ambos lados del conflicto, fueron matadas. Esas demostraciones sólo sirvieron para fortalecer al Sr. Maduro.

La mayor responsabilidad de evitar tal violencia yace sobre el Sr. Maduro. Pero tanto la oposición como los vecinos de Venezuela tienen el papel de tratar de mantener la paz y de rescatar la democracia. Ante la deriva del régimen hacia carencia de legalidad, la repuesta de la oposición debe ser reforzar su compromiso con el estado de derecho. El Sr. Ledezma ha llamado a la no-violencia. La oposición presiona a la autoridad electoral para que fije una fecha para las votaciones parlamentarias.

La oposición merece ayuda. Durante demasiado tiempo América Latina ha tolerado que las normas democrática sean objeto de abuso. Los últimos atropellos han provocado expresiones de preocupación por parte de Brasil, de la Organización de Estados Americanos y de otros. Tienen que hacer más. Deben demandar la liberación del Sr. Ledezma y del Sr. López y pedir garantías de que la elección será justa. Si no pueden lograrlo, se debería suspender a Venezuela de las organizaciones regionales, tales como UNASUR, que requieren que sus miembros sean democracias. La amenaza de convertirse en un paria tal vez le conceda una pausa al Sr. Maduro.

Traducción: Carlos Armando Figueredo