No te vistas, que no vas
No creo que el Presidente Chávez haya planteado el temita de su reelección perpetua simplemente porque una non sancta mañana se levantó por el lado izquierdo de la cama con un antojo incontrolable. No creo que esto sea apenas un metejón. Creo, sospecho, intuyo, que Hugo I está realmente preocupado por el serrucho, al punto de angustia existencial.
Sabe Hugo I que hay varios que le pueden latir, ladrar, gruñir o rugir en la cueva. Y no me refiero sólo a Rosales o a Leopoldo López, o a varios otros que en la oposición bien podrían ganarse el favor popular. Estoy pensando también en chivos de la revolución, que tienen ambiciones y agallas, y ganas no les faltan de sentarse también en la poltrona de la casa de Misia Jacinta.
A mí nadie me va a meter el cuento chino de que Diosdado no se tira de los cabellos y anda feliz cual lombriz con esto de la reelegidera permanente de su majestad Hugo I. O que en las noches de San Cristóbal, el hoy Gobernador de Táchira no sueña con el título de Presidente. O que Reyes Reyes, Gobernador de Lara, mientras se bebe un cocuy o una agüita de panela y contempla el esplendor de un crepúsculo barquisimetano, no ha jugueteado con la idea. Ni que fueran anormales o estuvieran bajo los efectos de burundanga.
Juan Vicente Gómez, El Benemérito, probablemente uno de los políticos más astutos que ha tenido Venezuela (escribí “astuto”, escribí “político”, no “inteligente” ni “estadista”), que “mandó” (no escribí “gobernó) este país desde 1908 hasta 1935, fue lo suficientemente hábil en las formas como para apropiarse del coroto, pero poniendo a alguien en el coroto. Porque cuando no se es, al menos hay que parecerlo. Así, en la silla sentó a José Gil Fortoul, a Victorino Márquez Bustillos y a Juan Bautista Pérez.
Chávez, que no le llega ni por las patas a Juan Vicente Gómez ni en lo zamarro ni en lo astuto, pero que ingenuo no es ni cuando duerme, sabe que su capacidad para controlar su ganado es, cuanto menos, chucuta. Y como lo sabe, decide que mejor cortar las melenas a algunos que correr el peligroso riesgo que se espeluquen y que los “chivitos” se le alebresten con deseos.
Si la reelección perpetua, indefinida, eterna, continua, o como se les antoje llamarla, es de suyo una barbaridad antidemocrática digna del teatro del absurdo (le dejo la evaluación a constitucionalistas y juristas), ponerla en la reforma constitucional comporta un mensaje clarito, no tanto para los presidenciables de la oposición, sino para los rojos rojitos que legítimamente tienen aspiraciones políticas y vaya si le tienen ganas a la poltrona de Miraflores, aunque pública y privadamente lo nieguen. La reelección perpetua es “no te vistas, que no vas”. Es un “yo soy el rey, y seguiré siendo el rey, hasta que la rana críe pelos”. Es una versión huguista – inelegante y burda – del absolutismo de Luis XIV (“El Estado soy yo”). Y para que no quedara espacio a duda sobre sus pretensiones, Hugo se agrega un añito, y el CNE anuncia que las elecciones de gobernadores serán en 2008. En esas elecciones no podrán candidatearse ni Blanco La Cruz ni Reyes Reyes (porque son repitientes). A Diosdado le tocará lanzarse para la reelección de la Gobernación de Miranda, para un período de 4 años, es decir hasta el 2012. Si gana, para el final de su período, Hugo I estará en su sexto año de este su tercer mandato, que para él es el segundo, y que fuera extendido a siete años. Hugo estará en plena campaña reelectoral Ergo, Diosdado, más tarde o más temprano, se queda sin chamba, y por tanto soñando con la poltrona de Miraflores, y sin poder aspirar a ella, porque Hugo Rafael se habrá asegurado, vía reforma constitucional, que el candidato de la revolución siempre sea él, y a Diosdado lo habrá dejado guindando cual lámpara. E igual se quedarán mirando a la lontananza Reyes Reyes y Blanco La Cruz.
Parece enredado, pero no lo es. Esta clarito. Los rojos rojitos presidenciables se quedarán con los crespos hechos, porque Hugo I, Hugo El Único, Hugo El Supremo, les dice “no te vistas que no vas”. Tronco de revolución.
Concejal El Hatillo – Un Nuevo Tiempo