Miquilena, ética y democracia
Las declaraciones de Luis Miquilena ocuparon, como se sabe, hace escasas dos semanas la afanosa atención de los medios y también fue ocasión para que algunos conocidos personajes del campo intelectual y del político dedicaran varias cuartillas, todas ellas, curiosamemente, elogiosas en exceso y hasta panegíricas sobre la otrora figura de mayor relieve del régimen “bolivariano” luego, claro está, “del sol que, firme en su centro, da vida al universo”.
Tal vez se me pudiera reprochar que este asunto de Miquilena es algo ya caliche, y que en la agenda de la lucha por la restauración democrática la reforma constitucional es el tema prioritario de cualquier intento de análisis de la realidad nacional. No obstante, la hiperbólica reacción que se expresó sobre su aparición no puede ser despachada ligeramente, en tanto que en nuestra opinión dice mucho sobre los agujeros de relativismo moral en que se encuentra una porción importante de los opositores y este punto si tiene que ver con el país que deberá construirse despejados de los escombros de la ruinosa noche.
No es mi propósito revivir aquí el viejo debate teórico, en buena parte resuelto por Weber, entre ética y política, ni tampoco someter al paredón de fusilamiento al ex ministro del Interior. Al fin y al cabo no se necesita ser el “investigador submarino” para entender lo que de “Don Luis” sabe todo el mundo, un político que se metió a empresario y que después de 30 años retornó a la actividad alcanzando el poder, más para aplicar sus aprendidas destrezas comerciales que sus reconocidos talentos políticos; combinación que no deja de ser «magnifica» cuando se carece de probidad. Advertimos sin embargo, que compartimos la línea de que él y otros que hayan respaldado los espacios del plan personalista y despótico se sumen a la lucha, sus contribuciones deben ser estimadas como útiles en aras de fortalecer el frente que detenga la demolición a la que Chávez conduce al país.
Lo que resulta inaceptable y es una muy mala señal, entendiendo que Venezuela sólo puede tolerar como menú el futuro, es que se haya llegado a extremos tan exagerados que coloquen a Miquilena como una especie de protohombre que guía la conciencia moral de la nación y además, con la sugerencia que debemos sentirnos afortunados por su pretendida autoridad de venerable y legendario combatiente de la libertad.
Es muy cara y pesada la factura que han tenido que pagar los venezolanos por la valentía de ciertos hombres en sus luchas políticas en ciertos momentos de sus vidas; infamias inexcusables que no son susceptibles de ser redimidas por sus pasados heroicos, sus torturas o sus cárceles.
La laxitud irresponsable apartada de toda moderación, que es lo que exigía la reciente aparición del viejo operador político, es la médula de nuestras objeciones. Resulta terriblemente injusto, confuso y desmoralizador para los hombres y mujeres en acción permanente por rescatar al país de la tragedia que la acecha, la falta de claridad de juicio- de quienes asumen tener alguno-, dilatar los méritos de un personaje tan cuestionable. Ello y no es poca cosa, es un corrosivo indeseable que afecta la vitalidad de quienes con su coraje vienen luchando en situaciones hostiles, lamentable mucho más ahora en que la autocracia ha entrado en etapa de ardiente radicalización, fase de la estocada bastarda y final de su proyecto.