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La represión y el colorete

Después de la decisión anunciada en diciembre pasado por Barack Obama y Raúl Castro de hacerse amigos y buenos vecinos; y de la disposición de la Unión Europea de avanzar a toda velocidad con sus acuerdos comerciales con el régimen y dejar en las carpetas para otro tiempo – como por ejemplo, el verano que viene–, los derechos humanos. La realidad le impone un reciclaje, una renovación lúcida y coherente a la oposición cubana, la única fuerza verdaderamente democrática que se mueve en la isla.

Ellos lo saben y lo saben los periodistas independientes y los artistas libres que viven en aquella geografía. La búsqueda de nuevos mecanismos de trabajo, de diferentes instrumentos para enfrentarse a la dictadura, comenzó desde el primer momento en que, con su ofensiva de los últimos meses tanto Estados Unidos como la Unión Europea, obligaron al gobierno a reforzar el rínmel y el arrebol de su maquillaje y a tonificar su voz de tenor.

Pero ese retoque del régimen no afecta la represión contra los opositores. En febrero, en medio del entusiasmo por los acercamientos con Norteamérica y la UE, la policía realizó 392 detenciones arbitrarias por motivos políticos, la cifra más alta del último semestre. Agredió físicamente a casi un centenar de activistas y protagonizó diversos actos vandálicos en casas de familias de líderes y activistas de la oposición.

Así es que quienes trabajan dentro de Cuba por cambios reales y profundos deben, efectivamente, modernizar y adecuar su agenda al escenario actual y continuar, con el mismo coraje que han mostrado durante muchos años, como objeto principal de las golpizas y de la rabia de los empleados y los jefes de la dictadura.

Los opositores, en general, han dicho siempre que no son figuras impecables como exigen algunos santurrones lejanos. Son imperfectos y humanos, con el agravante de tener sobre sus vidas y las de sus familias la ingeniería de artimañas y la violencia de un grupo de poder que quiere ser eterno. Se trata de hombres y mujeres de la calle y que pueden escuchar y, de hecho, han rectificado y aceptado las críticas por episodios agresivos y desgraciados como el provocado hace poco por desavenencias internas en las Damas de Blanco.

Son ciudadanos de diferentes niveles de educación y signos políticos, cada uno con el país que quieren y los métodos para conseguirlo en la cabeza.

Están en ese borde delantero que abarca todo el mapa de Cuba porque quieren la libertad y, con todos sus defectos y problemas –o por eso mismo—, son los representantes legítimos de los grandes sectores de la sociedad que sueñan con la desaparición de esa monarquía del fracaso que se adorna ahora con las frivolidades y el glamour del dinero ajeno.

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