¿A dónde vamos?
En nuestra historia republicana hemos tenido no menos de cinco gobernantes que, enamorados de su poder, intentaron perpetuarse con el argumento de ser los salvadores necesarios. Lamentablemente, el que tenemos ahora no es una excepción y no nos ha sorprendido. Ya tenía a su servicio las armas, las leyes y todo el poder del Estado venezolano, en clara oposición a lo establecido en la Constitución Bolivariana vigente, pero faltaba la irreversibilidad del régimen y el poder acusar y tratar como subversivos anticonstitucionales a quienes democráticamente disienten.
Todo dictador tiene su Constitución de papel a su servicio. Juan Vicente Gómez tuvo media docena. Hitler, Stalin, Franco, Castro y Pinochet también tienen las suyas. Algo muy distinto de la Constitución que consagra la dignidad y derechos de cada persona y sirve para controlar a todo gobernante.
Venezuela es mucho más que los deseos y los sueños de un autócrata; es la vida y la dignidad de todos, objetivo que estamos lejos de alcanzar. Fue más fácil librarse de España que construir una República civil y democrática. Los caudillos y los privilegiados no supieron – ni quisieron – fundir las espadas y lanzas para crear eficientes instituciones republicanas, apoyadas por una verdadera revolución educativa y por el florecimiento de empresas productivas. Es lamentable que todavía hoy se quiera poblar el firmamento “revolucionario” con personajes mitificados de nula obra constructiva como Simón Rodríguez, Zamora o el Che.
A pesar del espejismo de riqueza derivado de la renta petrolera a alto precio (similar al de hace 30 años cuando íbamos triunfantes flotando hacia la “Gran Venezuela”), a fines del 2007 nuestro país es escandalosamente pobre en bienestar y productividad ciudadana y económica: 7 (de 13) millones de venezolanos (subempleados y desempleados) carecen de un trabajo con productividad y beneficio propio, necesarios para que salgan de la pobreza, ellos y sus familias. Tampoco la educación recibida los capacita para ello. En la decisiva batalla de la productividad (en espacio público participativo, en corresponsabilidad, conciencia y compromiso por la justicia social y en empresas económicas exitosas) fracasamos en el siglo XIX y también en el XX. A partir de los cuarenta del siglo anterior se produjeron indudables logros democráticos (educación, salud, seguridad social, instituciones públicas, empresas económicas modernas), pero luego el proceso se estancó y retrocedió hacia nuevas formas de pobreza y de exclusión. El país quiso probar otro camino con Chávez, pero tras su ya largo gobierno en ninguna de las áreas se aprecian enfoques de solución a mediano plazo. Las promesas ya suenan vacías de hechos y entramos en la peligrosa etapa del desengaño y del cinismo. El gobierno se empeña en implantar el modelo cubano y similares, sociedades y economías “comunistas” centralizadas que fracasaron estrepitosamente en productividad ciudadana y económica, justamente porque el poder despojó a los ciudadanos de su productividad y usurpó para uno solo la voluntad y la iniciativa de todos.
La fórmula “tres en uno”(enfermedad venezolana rentista, caudillismo y “comunismo” autoritario y estatista) que se quiere imponer con la nueva constitución de papel, no traerá más productividad, sino que agravará nuestros males. Necesitamos convertir el ingreso petrolero en palanca de la productividad (ciudadana y económica) del conjunto de venezolanos en un mundo más complejo y competitivo que el de ayer.
Productividad hoy significa crear un compromiso y una obsesión con dos factores combinados: calidad generalizada y bien distribuida en toda la educación con niveles mundiales, y dinámica empresarial para que los egresados de esa educación-preparación productiva (económica y ciudadana) tengan oportunidades de trabajo. Para que el producto final (económico, ciudadano y social) esté bien distribuido lo principal es que nazca repartido entre los 13 millones de productores. La formidable dimensión de este reto se vislumbra cuando lo traducimos en el número necesario de nuevas empresas productivas exitosas (no menos de 100.000) para 7 millones de trabajadores hoy desempleados o subempleados.
Cambio de Constitución como carnaval de distracción en medio de una frustración trágica.