Opinión Nacional

Ultraizquierda y reforma constitucional

Los venezolanos contamos con rasgos, disposiciones y patrones culturales que se traducen al mundo político, sirviendo para el contraste, la valoración y evaluación de sí mismos y de terceros. La irremediable vinculación y relacionamiento con el poder, aún detestado, le permite a éste a esgrimir sus mejores esfuerzos arguméntales y no arguméntales para hallar la legitimidad que le es indispensable.

Importa conocer lo que cree y piensa de sí mismo el poder y aspira a que la ciudadanía crea y piense (representación social). A tal efecto, Hugo Chávez lideriza una revolución, decretada progresivamente luego de la conquista electoral del poder, que carece de un proyecto (meta) político expreso, definido, profundo y coherente, por lo que agota todos los recursos materiales y simbólicos del Estado para compensar esa ausencia mediante las apariencias que exitosas – forman parte de la realidad.

Emplea el arsenal simbólico de la lucha armada de la década de los sesenta en Venezuela y el otrora prestigio que tuvo la revolución cubana, descontextualizando y a emporalizando su mensaje (meta) político implícito, indefinido, no menos denso, aunque obligatoriamente incoherente, tras la invocación de un enemigo común (el imperialismo) que concite lealtad y esperanza en la población. Y así – cierre la brecha entre la revolución y la sociedad (identidad nacional).

Actúa en el marco de una deliberada ambientación ultraizquierdista que, en provecho de nuestra frágil memoria colectiva, ofrece un espacio más seguro para sus seguidores que la dispensada por la bolivariana o castrense, en las que cabe el resto de la población, además de impulsar o sobrellevar las exigencias mínimas de gobernabilidad. El régimen encuentra garantías de supervivencia con la (auto) victimización y el caos que pueda provocar y administrar, amenazado por la improvisación doctrinaria e ideológica, una concepción estratégica arbitraria y el oportunismo táctico que lo lleva a emprender acciones temerarias, proclamando un socialismo que desconfía y teme del proletariado, aunque la más severa (auto) limitación consiste en el agravamiento de una vinculación y relacionamiento utilitario, prebendario y clientelar con la ciudadanía, sincerándose como socialismo del petróleo.

Los aspectos no arguméntales de la representación social (o conocimiento del sentido común), tienden compensar las debilidades de los arguméntales, protegidos por la internalización del mito guerrillero. No obstante, al deducir su fragilidad, extremando la confianza en el ardid publicitario y propagandístico, desconociendo la naturaleza y posibilidades reales de los eventos políticos, oficialistas y opositores deberán sincerarse y pronunciarse por lo que respecta al inaplazable momento histórico del país.

La dirigencia política debe superar los complejos provocados por la llamada antipolítica (y su correlato: el ultraizquierdismo), probándose en el campo de las ideas para abonar mejor en las tareas emprendidas con y desde la ciudadanía. Y ganarse otra representación social, confiada en los hechos reales y veraces de su trabajo.

Ha planteado el Presidente Chávez una reforma la Constitución de 1999, atropellándola como una institución básica de garantía. No obstante, importa resaltar que la ambientación ultraizquierdista de ya comprobado éxito- que se le dispense, dependerá de las respuestas definitivas que intenten los sectores de la oposición.

No habrá problema alguno de continuar la eficaz manipulación gubernamental frente a la alborozada dispersión de sus adversarios, pero el poder establecido responderá cínicamente en defensa de la constitucionalidad de 1999 de plantearse otra Asamblea Nacional Constituyente (originaria), o, en un supuesto de creciente inestabilidad y alteración del orden público, se hará de la no menos cínica representación social del golpismo, victimizándose como un reducto democrático y cuasiliberal. Un directo ejercicio de la represión asomará en el horizonte de las angustias gubernamentales no sólo por la firmeza y voluntad de lucha que pueda demostrar la oposición, sino por el aligeramiento del miedo socialmente inoculado, incluyendo a los actuales parlamentarios que no desean, en el fondo, salir de la privilegiada órbita estatal.

Estimamos que un sonoro triunfo de la reforma constitucional, hecha con las medidas exactas de su principal propulsor, supondrá la sinceración de un régimen socialista de modelo castristas, desligándose de los factores de una ultraizquierda que no será necesaria. Vale decir, hallando los cauces convencionales para una gobernabilidad en lugar de los más temerarios y, a la postre, impredecibles: equivaldrá a tecnificar, si no a tecnocratizar, los más altos equipos gubernamentales, compensados por una representación social de resistencia anti-imperialista.

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