Opinión Nacional

¿Y quién dijo que es gratis?

Lo que he dicho y escrito con anterioridad, y lo repetiré hasta quedarme sin saliva, sin tinta, sin aliento. Si existe algo realmente detestable y deleznable de la fauna política reinante que padece Venezuela es el uso manipulador de las palabras. La palabra «gratis» la tienen estos señores y señoras en la punta de la lengua, y con ella trajinan perversamente la mente de los ciudadanos y trafican con sus sentimientos y necesidades. Y a esta escribidora de oficio y ciudadana en ejercicio se le eriza la piel cada vez que la lee en textos, o la escucha en discursos grandilocuentes, o cuando la percibe agazapada en textos legales.

Cuando nos hallamos en pleno proceso de reforma de la Constitución, por demás inútil y engañoso, el inefable «gratis» está escondido por todas partes, pero lo suficientemente atractivo como para que la gente caiga ingenuamente en nuevas trampas. Algunos alzamos la voz tratando de corregir un error ya incrustado en el código genético de este gobierno populista. Somos, por supuesto, acusados de insensibles, de malucos, de infames. Conviene a los politiqueros del oficialismo pintar la reforma con el concepto de gratuidad. Porque se ve bonito, porque es como la vitrina de una pastelería repleta de dulces con crema, aunque no sea más que una fatuidad y una manipulación de los dolores y calamidades que sufre el pueblo soberano.

«Gratis» es un truculento personaje inventado en una mala novelita de mucha circulación y de discutibles virtudes. «Gratis» no existe y es en realidad un pernicioso invitado a la fiesta democrática. Por ello me molesta tanto que se enarbole la gratuidad como una oferta social, cuando no pasa de ser un vil truco para engañar a los más necesitados.

Recientemente se inició el año escolar 2007-2008. Y en el gobierno, y en particular el Minpopu Adán Chávez, se llenan la boca hablando de una cantidad de babosadas, entre ellas, la gratuidad de la educación. Hablan airada y pomposamente del derecho constitucional a la educación gratuita. Y es necesario reiterar que, como ellos en el gobierno muy bien saben, no es cierto que la educación, o la salud, o la seguridad, y tantas otras cosas, sean gratuitas en Venezuela. Que bien que la pagamos los ciudadanos, la usemos o no, pues se sufraga con dineros provenientes de los ingresos de la operación de este patético Estado Empresario que sufrimos. Al señor Estado le hemos dado los ciudadanos (algunos a regañadientes) la administración de nuestros más preciados bienes, entre ellos, el petróleo y sus derivados, y un montón de cosas que poseen un enorme valor y producen ingentes ingresos. A cambio, el Estado nos tiene que dar, por lo menos, una educación de calidad, para todos. Porque todos somos los dueños del petróleo y otras fuentes de riqueza. Es decir, la educación la pagamos. Que el Estado lo esté haciendo mal, cada vez peor, que las escuelas se caigan a pedazos y ahora quieran ser convertidas en centros de adiestramiento ideológico, sólo agrava la situación.

Gratis significa que no tiene costo, que es un regalo. Y eso no es lo que ocurre aquí. Aquí pagamos todo, a precio de oro, y sin que nos demos cuenta. Esas facturas las pagamos, con dinero contante y sonante que nos pertenece aunque nunca lo tengamos en el bolsillo, porque hasta el sol de hoy no ha habido manera de lograr que los venezolanos, cada uno de nosotros, recibamos una cuota parte de los que nos toca como legítimos dueños de la riqueza nacional. Que creamos que asuntos como la Educación o la Salud, o la Seguridad nos son ofrendados gratuitamente, casi como una gracia, como una gentileza o hasta como un acto de generosidad, es lo que los politiqueros desparramados por todo el aparataje del gobierno y las instituciones que le son sumisas quieren que pensemos y sintamos, el gato por liebre que nos están regalando como aguinaldito de esta navidad.

Gratis es en este país la más tramposa palabreja, el más vil de los engaños, es la arena movediza tapada con palmeras, y de la que apenas y con suerte logramos sobrevivir. Es lo que hace que la gente sienta que tiene que conformarse con la mediocridad y no exigir la excelencia a la que tiene derecho, porque al fin y al cabo “como es gratis…”, cuando la realidad es muy, pero que muy distinta. Nada es gratis, nunca lo ha sido, ni lo será. El Estado repartidor (rastacuero y manirroto) hace y deshace con nuestros reales, parte y reparte, y ¡uf! en el camino se queda con buena parte. Y los venezolanos ni nos enteramos, porque aquí la rendición de cuentas no pasa de ser un espejismo, una sarta de discursitos palurdos, plenos de palabrerío vano que el Presidente, los ministros y demás funcionarios de los poderes públicos nos obsequian una vez al año en un escenario de adulones de oficio, no un ejercicio de real explicación de en qué gastaron los reales que son propiedad de los ciudadanos.

Amigo, cuando le digan gratis, ponga atención. No se trague ni una palabra, ni crea en cuentos de camino, porque pasa, resulta y acontece que le está costando carísimo, y a usted, y a mí, y a todos nos están jugando «quiquirigüiqui», y del más burdo.

Vergüenza debería darle al Presidente Chávez presentar una reforma constitucional que es un gigantesco engaño a la gente honesta y decente de este país. Y más vergüenza aún debería darle a los honorables diputados a la Asamblea Nacional prestarse a esta profana y procaz jugarreta de poder.

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