Un juguete llamado Venezuela
Los amantes del cine de Charles Chaplin recordamos aquella célebre escena de El gran dictador en la cual Adolf Hitler -interpretado por el mismo Charlot- juega con un globo terráqueo y, entre otras travesuras, lo patea a diestra y siniestra. La película se estrena en 1940 cuando el horror nazi hace estremecer toda Europa y buena parte del planeta. Para el déspota teutón el mundo era eso: un juguete que pretendía manejar a su antojo. Afortunadamente el genocida germano fracasó en sus planes de conquistar el mundo y crear el Tercer Reich. La claridad y valentía de sir Winston Churchill y los ingleses, y el enorme disparate que significó la invasión de Rusia, dieron al traste con su proyecto hegemónico. De su lamentable paso por la Tierra quedó como enseñanza que los déspotas, cuando la sociedad lo permite, convierten sus propias naciones en instrumentos dóciles, peleles, con los cuales experimentan para satisfacer sus afanes insaciables de poder y encubrir sus insondables complejos.
El caso de Hitler no es único ni excepcional. Todo autócrata que se respete aspira, y en muchos casos logra, convertir los países que gobiernan en marionetas. En la mayoría de los casos utilizan algún barniz ideológico o doctrinario. Hitler apeló al rescate de la dignidad alemana y a la pureza y supremacía de la raza aria. Mussolini, a la grandeza de Italia en nombre de la Roma clásica. Lenin y Stalin al poder popular, la dictadura del proletariado y la justicia comunista. Mao, al poder campesino y a la superioridad del comunismo. Fidel Castro a la amenaza imperialista y a la soberanía nacional. Todos se consideran imprescindibles e insustituibles, de allí que traten, sin excepción, de eternizarse en el poder.
Salvando las distancias siderales existentes entre los personajes mencionados y el teniente coronel Hugo Chávez Frías, la característica en común que encuentro con aquellos dictadores, y con una larga lista que podría agregarse, es su pretensión de jugar permanentemente con el país y utilizarlo como conejillo de indias, como si Venezuela fuese el laboratorio de un científico trasnochado. Desde los inicios de su gobierno el signo dominante es la improvisación de la gestión gubernamental, a pesar de que sus acciones parecieran insertarse siempre en complejos y sesudos planes estratégicos. En medio del auge de la globalización habla de desarrollo endógeno e incluye en él los gallineros verticales, los huertos hidropónicos y el trueque como instrumento de cambio. Luego se refiere al cultivo en gran escala del etanol, para desmentirse al día siguiente y acusar al Imperio de promover la producción de esta fuente de energía de origen vegetal. El anunciado aumento de la gasolina, debido a que carecía de todo estudio de factibilidad, murió al nacer. Se dio cuenta de que el jueguito podía resultarle demasiado caro.
Después de su triunfo en las elecciones del 3 de diciembre pasado, los deseos de ensayar con el país se acentúan. De su crisol y su pipeta no escapa nada. La espiral de cambios caprichosos entra en una fase frenética. Sin ningún tipo de estudios serios ni un plan antiinflacionario o de austeridad fiscal que meta en cintura los dispendiosos gastos del Gobierno, decide la reconversión monetaria y la creación del “bolívar fuerte”, añagaza con la que busca esconder que el país tiene la tasa de inflación más alta de América Latina y una de las más elevadas del mundo. Como si no fuese conocido por sus excentricidades, se le ocurre cambiar el huso horario. Ninguna consulta con los expertos en la materia quienes han demostrado hasta el cansancio que cuando ese huso se cambia en 1964 no es para complacer a Raúl Leoni, a la sazón Presidente de la República, sino para ajustar la hora nacional al meridiano de Greenwich y así facilitar las relaciones de Venezuela con el resto del planeta.. El salto de nuevo al pasado convertirá a Venezuela, junto con Irán (¿casualidad?) en uno de los poquísimos países que guarda con relación a Greenwich una diferencia de 30 minutos y no de una hora completa, como es lo usual en la inmensa mayoría de las naciones. La consecuencia será, sin duda, introducir un factor importante de dificultades en las transacciones comerciales, las comunicaciones internacionales y los vuelos comerciales, entre otros muchos obstáculos. ¿Se justifica semejante cambio?
Sin embargo, su gran experimento, el set donde juega no con el globo terrestre, sino con este pobre y humillado país, es el proyecto de reforma constitucional. Allí -además de todas las verdades que se han dicho con relación a la propiedad privada, las Fuerzas Armadas, la descentralización, la Poder Popular, el voto y la reelección indefinida- juega con la nación cuando propone la “nueva geometría del poder” y la eliminación en la práctica del Banco Central de Venezuela, instituto que pasa a ser un ministerio más. Chávez se propone crear unos territorios, distritos y municipios federales que solo existen en su imaginación. Todos los estados del país y la mayoría de los municipios, se forman luego de agrupaciones y delimitaciones que obedecen a procesos históricos múltiples y complejos que deben respetarse, y que no pueden modificarse por el antojo de un gobernante embriago de poder. En el caso de que la reforma se apruebe y que Chávez designe a las autoridades de esa nueva “geometría”, la nación podría entrar en un terreno minado por la anarquía. Esos funcionarios designados carecerían de autoridad y legitimidad frente a los gobernadores y alcaldes electos a través del voto popular. Existe la posibilidad de que Venezuela se torne ingobernable, pues la gente podría sentir que se está desconociendo su voluntad. El entierro del BCV y el manejo discrecional de las divisas internacionales crean las condiciones para una inflación que dejaría pálidos los aumentos de precio que habo en América Latina en la década de los 80.
El autócrata está estirando las fibras y la paciencia del país hasta un punto donde pueden reventar. Por ahora hay que prepararse para votar NO.