¿Adiós alcaldes y gobernadores?
Una cosa es ser bruto y otra ser ignorante. Chávez es un gran ignorante. Su formación deja mucho que desear. Ahora, bruto no es. Tiene intuición y algunos de sus antiguos acólitos dicen que aprende rápido. Pero atribuirle brillantez a sus disparatados devaneos es una exageración.
La presentación de la nueva Constitución Nacional demuestra su desconocimiento absoluto del Derecho y en especial del Derecho Constitucional. Al no dejarse asesorar ni siquiera por quienes, siendo abogados, convalidan el planteamiento de la nueva Constitución desde la Comisión secreta que nombró para tal fin, muestra que sus ideas son infantiles. Si no fueran tan peligrosas hasta enternecerían.
Ya vendrán otros tiempos donde será conveniente hacer el balance de la estulticia, el servilismo o la omisión de académicos y profesionales del Derecho que no advirtieron, conociendo la materia, del fraude que comete Chávez con la presentación de esta nueva Constitución. Parece que la lección de 1999 no se aprendió. Y si la conducta de algunos abogados se explica por las expectativas de ejercer algún cargo en la pirámide burocrática o por el cobro de algún contrato, pues más vergonzoso aún.
La propuesta de la nueva Constitución no se puede analizar fuera del contexto de régimen autoritario y militarista que preside Chávez. Hacerlo así es cinismo. Y los profesores de Derecho que así lo hagan, estarán cometiendo el peor de los crímenes: traicionar a sus alumnos.
Una de las obsesiones chavianas más persistentes es la que tiene por los mapas. En cada show dominical, marcador en mano, comenta algo con una representación geográfica. Luego imagina que crear un eje económico Orinoco-Apure, con toda la infraestructura requerida, es tan fácil como trazar una línea en el papel. Así recuerda a los niños que inventan regiones y se divierten dibujando islas recónditas y continentes fabulosos.
De esa afición ha aparecido la fulana “nueva geometría del poder” (el artículo 16 de la “reforma” es un alarde de ridiculez que incluye esta expresión). Por medio de este invento, el Presidente de la República podrá crear regiones, territorios federales, municipios federales, ciudades federales y lo que se le ocurra. Así como los consejos comunales están adscritos a la Presidencia, las nuevas divisiones territoriales serán establecidas por la voluntad omnímoda del mandamás.
Desconocer, de esa manera, la compleja historia que nos ha traído hasta la actual conformación de los estados y de cada uno de los municipios que habitamos, busca destruir la autonomía estadal y municipal. Así se eliminaría del todo la descentralización.
Es verdad que la elección de gobernadores y alcaldes chavistas, más pendientes de asistir a “Aló, Presidente” y de mostrar su perruna fidelidad a quien los digitó como candidatos, ha hecho mella en la descentralización. Pero todavía quedaba, con el vínculo formal del voto que los eligió, el entramado legal que establecía la administración autónoma del presupuesto y la responsabilidad frente a los habitantes del territorio que gobiernan.
Si se aprueba la nueva Constitución, Chávez podrá decretar la aparición de otros poderes dentro de cada territorio estadal. Creará regiones o ciudades federales cuyos responsables no serán electos popularmente y tendrán que entregarle cuentas a él y no al poder legislativo regional o a la cámara municipal. Como también podrá nombrar vicepresidentes funcionales o territoriales, pues le será fácil escoger un comisario para cada estado donde el CNE permita la elección de un gobernador de oposición o haya algún chavista díscolo.
En los primeros borradores de la nueva Constitución se planteaba la desaparición, sin más, de los actuales estados de la República, para fundirlos en un número menor. Ante la oposición previsible a tal despropósito, se optó por esta “nueva geometría” que persigue controlar aún más a lo que todavía está descentralizado. Pero no se crea que con ello se pretende una mayor racionalización en el gasto público. No: lo que se quiere es aumentar la discrecionalidad del jefe y reforzar la discriminación política.
A la democracia representativa venezolana le costó treinta años llegar a la elección popular de los gobernadores de estado, la creación de la figura del alcalde y la transferencia de competencias administrativas. A Chávez, después de ocho años de vigencia de “la mejor Constitución del mundo”, le estorba la descentralización y la autonomía de los estados y los municipios.
Si los gobernadores y alcaldes chavistas les queda algo de independencia intelectual harían bien en leer el proyecto de la nueva Constitución que quiere imponer Chávez. Y allí encontrarán razones para rebelarse.
¿O la eliminación de la descentralización les parecerá tan natural como la reelección indefinida y exclusiva del Presidente de la República?