Opinión Nacional

El ejército cubano, ¿la clave?

Luego de aprovecharse del imaginario octubrista (años cuarenta) y del guerrillero (años sesenta), nos espera el de un socialismo “bolivariano” forzosamente construido sobre las perspectivas geopolíticas y geoestratégicas que pueda atisbar el Presidente Chávez. Y lo facilita la idea o noción más persistente, dura y prolongada que queda como saldo de nuestra escolaridad: la fundación de cinco repúblicas por un Libertador victimizado, incomprendido y doliente, a la espera de la justicia histórica que tarda en llegar por obra de un lacayismo increíblemente innovado, extrañamente retrospectivo y angustiosamente apátrida.

La empresa continental del siglo XIX queda en pie, intacta, como un fenómeno exclusivamente dependiente de la voluntad política e, incluso, belicista. Esta parece indispensable en el siglo XXI, por más que los modelos integracionistas en boga, como el más conocido de Europa, tarde décadas en gozar de una moneda única luego de sanear, modernizar y complementar sus economías.

La inicial ventaja del planteamiento oficialista, tarea e imaginario político que explica o dice explicar sus afanes de integración continental, reside en agendar los problemas vecinos como propios y – a lo Elián González, ¿recuerdan?- magnificar sus sensibilidades humanas para ocultar el drama nacional. Y es lo que subyace en el caso colombiano, pues, creyéndose actor en sus asuntos estrictamente domésticos, con o sin las bulliciosas caravanas caraqueñas, Chávez Frías interpreta a su modo el derecho humanitario para ocultar la calamidad de los venezolanos aterrorizados por el secuestro y demás incursiones de la delincuencia nada común.

El modelo integrador del chavezato, decididamente decimonónico, fuerza a una literal confusión de las repúblicas adscritas al ALBA o a los subgrupos que puedan idearse. Consecuencia extremadamente lógica del discurso oficial, ya suficientemente advertida, el asomo de una ¿confederación? inconsulta con Cuba (pues, para algo sirve referendar los “bloques” de la reforma constitucional), fundamentalmente se ofrece como un remedio ¿preventivo? a la resistencia pacífica -por lo menos- suscitada por el proyecto totalitario en ciernes.

En efecto, hemos creído que basta con una caída hasta ligera de los precios del petróleo para que el gobierno nacional retroceda, aunque sea unos milímetros, de acuerdo a los más sesudos analistas del patio. Empero, frecuentemente se olvida que la pólvora y la disposición de emplearla es el mayor de los dramas que tendremos que confrontar, recordando cuán humanitario fue el régimen desde Puente LLaguno. Por lo demás, alejados de los asuntos que conciernen a la seguridad y defensa de la nación, ya que es poco lo que se nos permite decir en torno al principio de corresponsabilidad del Estado y de la sociedad civil: un saludo a la bandera.

Huelga comentar sobre el protagonismo cubano o –mejor- fidelista en la edificación del extraño socialismo que padecemos, pero una integración definitivamente política con la isla caribeña, sincerando las relaciones sostenidas por nueve largos años, levanta otras suspicacias. Así, puede traducirse en una desconfianza hacia la Fuerza Armada de Venezuela que tendrá que compartir la concepción, el diseño y la implementación de un sistema defensivo con sus pares cubanos, por ejemplo.

Enunciada la idea, el amable lector podrá especular en torno a diferentes escenarios, mas lo cierto es que se abre la posibilidad para que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba operen abiertamente en Venezuela, en clarísima defensa del chavezato atemorizado. Vale decir, a nuestra lesionada soberanía económica podríamos añadir la presencia de una directa fuerza de ocupación so pretexto de una confederación u otro de los eufemismos del caso.

UNA NOTA PARA EL CARDENAL CASTILLO LARA

Admito mi desconfianza hacia el extremo activismo político de los prelados de la Iglesia. No obstante, el Cardenal Castillo supo también sortear el juego de ciertos sectores de la oposición que quisieron hacerlo algo más que un símbolo.

Recordamos su homilía de abril del presente año, en la San Juan Bosco. Profundamente cristiano, llamaba al perdón de quienes abusaron y abusan del poder en Venezuela. Seguidamente, aclaró que no significaba impunidad alguna, con olvido de la justicia. Nos antojamos que a algunos de los que se afanaron por fotografiarse en la sacristía con el Cardenal Castillo Lara, no pudo simpatizarle tamaño criterio, aunque de todos modos sonrieron frente a la cámara como si estuviesen al lado de una estrella del rock.

Y con esta valoración del prelado, compartimos el reciente documento de la Conferencia Episcopal Venezolana, rechazando las agresiones lanzadas por Hugo Chávez como si estuviera comentando su disgusto frente a un juego de béisbol, puerilizando las cosas Sin embargo, creyentes y no creyentes, tenemos en los principios y valores cristianos una formidable defensa frente a los atropellos de quien se siente seguro como Presidente y Comandante en Jefe, incluso, para tramitar su salvación eterna.

Nos valemos de esta nota para hacer mención de dos venezolanos que, con todos los defectos que puedan invocarse, prestaron un gran servicio al país: Carlos Delgado Chapellín, otrora presidente del Consejo Supremo Electoral y quien intentó corregir la situación de los medios televisivos privados para evitar pretextos como los empleados por el chavismo para liquidarlos (el caso de la aspirina y del proyectil). Y, referido por el profesor Eleazar Silva en Amazonas, la desaparición de Cándido Millán, autor de un texto de historia de arte que muchos consultamos en las postrimerías del bachillerato y que prueba nuestro militante olvido respecto a esos alfareros de la ciudadanía.

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