La utopía chavista como síndrome de autismo político
Si el virus del utopismo más corrosivo no estuviera destruyendo el tejido del que una vez fue un gobierno medianamente preocupado por el respeto formal a la constitución y las leyes, podría apostarse que el intento de agregar 25 nuevos artículos a los 33 que originalmente redactó Chávez para la Reforma Constitucional (los artículos “sobrevenidos” de que habló Ismael García), son una estratagema para dar la impresión de que hay unos asambleístas más extremistas que el jefe, que quieren ir hasta el fondo y situados a su izquierda para que después emerga un Chávez moderado, que dice que no, que Cilia Flores y su gente se pasaron, que la reforma es la original, y por tanto, regresa a los artículos que él dibujó, redactó y auspició.
O por lo menos, que se aceptan artículos modificados como el 337 pero con cambios, de modo que se suspendan algunas garantías constitucionales durante los estados de excepción como la libertad de expresión, pero otras no, como la presunción de inocencia y el derecho a ser juzgado en libertad, mediante acusación de un fiscal y sustanciación del juicio por los tribunales y jueces naturales.
Y por esa vía, Chávez, no solo redacta una nueva constitución por la que resulta “constituido” en el primer presidente vitalicio de la historia republicana del país (lo cual, de paso, barre con la república), sino que se convierte en héroe, en un dirigente magnánimo y benefactor que ataja a los talibanes que aspiraban a ponerle la corona que él, porque es un dictador de los corrientes, de los ortodoxos, de los que no renuncian de manera definitiva a los principios democráticos y constitucionalistas, simplemente rechaza.
Desplante que de ocurrir en nada cambiaría el fondo del asunto, o sea, que Chávez si aspira al poder absoluto y total, que sencillamente aplaza sus aspiraciones y que no se por qué me trae a la memoria el clásico de Sebastián Haffner, “Anotaciones sobre Hitler”(Plaza & Janés, 2002), cuando dice que el Fuhrer era experto en quedarse corto entre lo que prometía y lo que cumplía, de modo que la gente dijera que era más charlatán que otra cosa y así encontrar a todo el mundo desprevenido cuando decidía ir al extremo.
“El mismo Hitler había anunciado con solemnidad (bajo juramento y como testigo en el Tribunal del Reich ” escribe Haffner (pag. 37) “ que cuando asumiera el poder rodarían cabezas: la de los criminales de diciembre de 1918. Después hubo cierto alivio al comprobar que, en la primavera y el verano de 1933, los veteranos de la revolución del 18 y las figuras prominentes de la República, ´solo´ eran internados en campos de concentración. Y hubo algunos a quienes las nuevas autoridades ni siquiera molestaron. Todo el mundo estaba mentalmente preparado para pogroms, pero solo hubo un boicot, más bien simbólico y sin derramamiento de sangre de los negocios judíos el primero de abril de1933 y que duró un día”.
No creo, sin embargo, que este sea el caso de Chávez, quien solo en la medida que dudó si tenía la fuerza suficiente para imponerle a los venezolanos la dictadura total que condujera a la utopía marxista de economía colectivista, se mantuvo deambulando por los predios del constitucionalismo democrático en espera de que un conjunto de señales le dieran luz verde para intentar, a través del fraude, tirar la parada de convertir a Venezuela en la Cuba del siglo XXI.
Está, además, el hecho de que los 33 artículos originales redactados por Chávez, se complementan idealmente con los 25 “sobrevenidos” del seno de la llamada Comisión Mixta de la Asamblea Nacional, completan el marco seudo jurídico y seudo constitucional por el que un congreso espúreo y unicolor nos coloca la coyunda de una monarquía totalitaria, absolutista y monástica y ello no puede ser mejor prueba de que la mano que redactó los primeros 33 artículos, fue la misma que redactó los últimos 25.
Un caso ilustrativo en este orden de ideas es el del artículo 230 de la reforma propuesta por Chávez que establece la “reelección indefinida” y conduce a la presidencia vitalicia de hecho, y la modificación “sobrevenida” por la Comisión Mixta del Artículo 337 de la constitución vigente que suspende el debido proceso y le da a Chávez facultades para decretar el “estado excepción” indefinido, por las causas que se le ocurran y sin rendirle cuentas a nadie.
A lo que me refiero es al hecho de que el “Artículo 230” resulta cojo o tembleque sin la modificación “sobrevenida” del 337, pues resultaría de una ingenuidad extrema que Chávez jamás ha demostrado en ninguna parte, pensar que Venezuela va a pasar de pronto de república a monarquía, de ser gobernada por un presidente a ser regida por un monarca, sin que los alzamientos civiles, ciudadanos y democráticos sean la norma en un país que jamás aceptó de brazos cruzados los intentos de retrotraerlo a la colonia española.
“Es soberano quien decide el estado de excepción” escribe Carl Schmitt en el primer párrafo de su “Teología Política” (Fondo de Cultura Económica. 2001), y es en este jurista que formuló las bases constitucionales del nazismo y ha sido rescatado por neomarxistas como José Aricó y Antonio Negri, donde debe buscarse la inspiración de la modificación del Artículo 337 y no en legos como Carlos Escarrá y adláteres que cuando más resultan ventrílocuos de Schmitt, Aricó y Negri.
Inspiración que ahora se vuelca al cuenco de una economía colectivista, sin propiedad privada ni empresa libre, como fórmula de empobrecer y convertir a Venezuela en una sociedad de indigentes y pedigueños, para que sea el rey el único detentador de las llaves que abren los silos y almacenes para que el pueblo coma, tenga acceso a un techo, al trabajo, a vestirse, a no estar en las cárceles y salir de vez en cuando a manifestar y gritar que “ ama al líder y su revolución”.
Y por si los lectores piensan que estoy exagerando o hablando de fantasías, les pido que recuerden los casos de Corea del Norte y Cuba, donde en condiciones de pobreza extrema, miserias sin fin y hambrunas recurrentes e interminables, el pueblo sigue simulando que acepta pacíficamente las dictaduras de Kim Jong-il y los hermanos Castro y, de paso, vociferando que los ama.
¿Quiero decir que en caso de que Venezuela arda a partir de esta semana en protestas contra la reforma, que manifestaciones y acciones de calle amenacen la poca estabilidad con la que el gobierno podría cruzar el 2008, Chávez va a mantenerse en los artículos originales y los “sobrevenidos”, que no va a suspender o modificar las disposiciones 230 y 337 y seguir adelante con el proyecto que rompe el pacto constitucional tácito que se expresó en la Constitución Bolivariana del 99?
Pues claro que no, ya que Chávez, como cualquier otro político, puede entender hasta donde le alcanza la cobija, que el clima de opinión se volcó contra él, que está provocando una guerra civil y lo que conviene es retroceder y prepararse para mejores tiempos.
Pero eso no tiene nada que ver con una supuesta argucia por la que los artículos “sobrevenidos” son una iniciativa de los extremistas que darían a Chávez la oportunidad de aparecer como un “moderado”, dispuesto a dar marcha atrás y en capacidad de contener a los talibanes y a los duros.
Y a esta conclusión me lleva el ejercicio de cruzar los artículos de la reforma, los originales y los “sobrevenidos”, con la propuesta fundacional de Chávez de convertir a Venezuela en una sociedad milenarista, redencionista y de pobres orgullosos, donde prosperen simplezas como el “hombre nuevo”, la salvación de la humanidad y la construcción del reino de Dios en la tierra.
O sea, en la restauración de la utopía marxista que fue rechazada, destruida y condenada por los pueblos que se levantaron antes, en, y después de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética durante 1989 y 1999 y que solo por la decisión de combatir, abominar y no repetir es recordada por los pueblos que la experimentaron y sufrieron.
Manifestación de una psiquis colectiva afectada por las distorsiones y desequilibrios de la sociedad industrial y postindustrial, que ya ha sido diagnosticada como síndrome de autismo político puesto que ni rechazos, ni condenas, ni fracasos convencen a los utopistas que deben aterrizar en la realidad, que solo por la vía de la excepción, del golpe de estado y de similar que aceptan la democracia pueden tomar el poder, y desde ahí conducir a los pueblos a la destrucción que ellos, en su universo torcido, deciden es la salvación.
“Ninguna utopía se siente jamás refutada por su fracaso” escribe Jean Francois Revel en la “Gran Mascarada” (Grupo Santillana de Ediciones. 2000) y para demostrarlo no habría sino que seguir la forma como Chávez y sus seguidores llevan a Venezuela a la catástrofe, sencillamente porque piensan que el fracaso del socialismo real y el colapso del comunismo soviético no les atañe y ellos si pueden, en razón de nadie sabe que mandato divino, triunfar en lo que rusos, chinos, europeos del este, vietnamitas, camboyanos, cubanos y coreanos, fracasaron.
Y ello también vale para concluir que el autismo de los utopistas del siglo XXI, no los predispone a oír las protestas que surgen de todos los rincones de Venezuela contra la reforma y que seguirán adelante aun cuando hechos y votos les confirmen que están equivocados.
Es un caso en el que los locos solo pueden ser contenidos con camisa de fuerza para ser llevados en ambulancia al manicomio y ser encerrados y en espera de que algún día entren en razón.
Si es que entran.