La sombra del viento
Acusa José Vicente Rangel a la oposición de hipócrita por defender una Constitución combatida al nacer. Mete en el mismo saco a todos los disidentes en el “carmonazo” o, mejor, en lo que verídicamente ocurrió y en lo que el gobierno ha versionado demencialmente. Dice de los aportes al proyecto original de la reforma constitucional realizados por la consulta popular del parlamento. E, inevitable, manifiesta su preocupación por las modificaciones del artículo 337, catalogándolo como sedimento de la vieja cultura autoritaria, de acuerdo a la última emisión dominical de su programa de televisión y, un poco, a la nota divulgada por la agencia oficial de noticias.
Ciertamente, el texto de 1999 no resolvió los problemas del país como lo auguraba el Presidente Chávez al promoverlo para una larguísima existencia, pero son las reglas de juego que hay y, así reedite la costumbre autoritaria de faltar a las normas que se da, el régimen no puede esperar una resignada complacencia frente al asalto de la superlegalidad. Se trata del mismo promotor que, con motivo de la institución armada, desconoció el texto de 1961 para conferir exclusivamente los ascensos y, ahora, atropella el de 1999 para convertirla en un burdo apéndice de sus emergencias personales. De modo que la maquinaria publicitaria y propagandística insiste en su feroz moralización, descalificando a la oposición cuando tiene una viga en su propio ojo. Y, para alimentarla, se vale de uno de de sus más calificados, hábiles e inteligentes voceros, porque –no menos cierto- cuenta con una dirigencia abúlica, servil, inhibida, acomplejada.
La Asamblea Nacional ha orquestado un debate que no ha sido tal, sino la plebiscitación constante y pausada de las órdenes presidenciales que le permitan arribar a un plebiscito terminal más edulcorado. Viene de manipular los reglamentos de interior y de debates para menoscabar en lo posible a la oposición con la que –inevitable- debía compartir el hemiciclo, de remendar sus partos legislativos, de aprobar todos los créditos adicionales que todavía empalidecen el presupuesto ordinario y poco puede extrañar que – ahora- escenifique su “parlamentarismo de calle”, rechazando toda participación extraña, en nombre de un golpismo que no luce para los prohombres de 1992. Y, tarde o temprano, habrá que estudiar los curiosos argumentos ensayados, a guisa de ilustración, por Carlos Escarrá, sorprendentes al tratarse de un reconocido administrativista con amplia experiencia académica, pues – aseguró – la mayoría calificada antes impidió la transformación del país, en lugar de considerar que el impedimento de una decisión por mayoría simple en el parlamento nos libró de caer en los atolladeros de la arbitrariedad que las circunstancias vomitaban al tratar los asuntos fundamentales del país.
El destierro de la razón, a favor de una exuberante emoción, susceptible de cualquier administración, ha provocado la amplia rentabilidad de los malos entendidos. Acertamos al señalar los sedimentos de la cultura autoritaria en Venezuela, pero no al esconder que el mayor foco de resistencia está en el poder, capaz de adecuarlo a los tiempos que corren. E, incluso, canalizarlo hacia los sectores más ingenuos de la oposición que no reaccionan frente a las acusaciones temerarias del régimen, como si condensaran todo el fascismo que también rechazan. Las fragmentaciones sufridas por la política, en beneficio del único libreto que confidencialmente las explica, por cuenta de los sobrados ventajismos del poder, nos contenta con sus manifestaciones de feria, creyéndola la síntesis de una magnífica gerencia de relaciones públicas con sus secuelas de intrigas, acólitos y demás liviandades. Empero, yendo al centro de los acontecimientos que padecemos, retornando a la razón una vez desprestigiada, el tejido secreto puede advertirnos de una crisis más profunda.
El Estado venezolano ha quebrado y, en medio de sus deslaves, dice soportarlo una clara y extrema manifestación del rentismo sociológico y político que nos agobia, provisionalmente llamado “chavismo”. Este, procurando sostenerse en su dirección a toda costa, aprovecha y explota una crisis improvisando un proyecto sustitutivo: el partido único de doctrina, estructura y dirigencia endebles que demandará una alta tarifa para simularse nada más y nada menos que como Estado, condenado a un laberinto el país que corre por el precipicio. Mas, las armas no pueden solventar las flaquezas congénitas de un modelo que no logra garantizar la distribución de los alimentos y, menos, su producción. La escasez de los insumos básicos, imposible de imputar a los especuladores que no ya no tienen las atribuciones satánicas del viejo imaginario, nuevamente pone en evidencia el fracaso de una opción extemporánea, pero –con más fuerza- el de los restos que quedan del Estado. Parafraseando el título de una novela de Ruíz Zafón, la sombra del viento.
De modo que, ¿sirve de algo tratar de atar las moscas por el rabo con los cuantiosos recursos de distracción del chavezato?, ¿perdidos en la pereza y la negligencia de aprehenderlo por obra de una interpretación más consistente y fructífera?, ¿abominar de perspectivas doctrinarias, ideológicas, programáticas y estratégicas en nombre del instante mediático que dice hacer historia?.