Opinión Nacional

A Chávez lo están robando

El liderazgo de Chávez estuvo basado en su motivación ególatra y en el aprovechamiento del cansancio de la clase media con la democracia. En su larga conspiración dentro del Ejército, permitida inexplicablemente por sus superiores, era uno más del grupo de oficiales que trabajaba a la sombra, esperando hacerse del poder mediante la fuerza y la sorpresa. Nada de jefe único.

Ninguno de los conspiradores tuvo arista heroica alguna. En especial, Chávez nunca mostró intención de sacrificar su vida. Los riegos que tomó fueron muy controlados. Ni siquiera su prisión estuvo signada por la incomodidad. Al contrario, la celda que ocupó parecía más una habitación de un hotel modesto. Hasta el perdón que le dio Caldera lo aceptó sin pensar por un momento en que tal cosa arriesgara su dignidad.

Muchos se le acercaron, desde aquella mañana televisiva del 4 de febrero de 1992, con sinceridad. Pensaban que tal vez un hombre fuerte, un “macho”, podría desenredar los entuertos de las instituciones venezolanas para buscar mayor eficiencia y mejorar el reparto de la decreciente renta petrolera.

No se recuerda ni una manifestación de importancia para exigir su liberación. Se ha tratado de justificar con demagogia el indulto (“el pueblo lo quería”). Pero, en realidad, no era manifiesta tal exigencia popular.

No vamos a negar la euforia que despertó el uniforme militar del teniente coronel “alzao”entre profesores universitarios, profesionales, pequeños y medianos (algunos grandes) empresarios, ganaderos, comerciantes, empleados bajos y medios del sector privado y el público. Era la clase media, precisamente la que había crecido bajo la democracia, la más entusiasmada por el golpista.

Después de militar en la tesis abstencionista, Chávez decidió lanzarse como candidato presidencial. Y AD y COPEI se lo hicieron muy fácil. Tan fácil que sus candidatos de 1998 hoy están desaparecidos del escenario nacional. Son unos perfectos anónimos. De tal calidad era su liderazgo. Uno, ignorante pero zamarro hombre de aparato. La otra, una reina de belleza que terminó en brazos del chavismo para perderse entre la banalidad mayamera.

Esa clase media, apoyo originario y casi exclusivo del chavismo electoral de ese año, pronto se vio traicionada. No eran sus valores los que Chávez, beneficiario como ninguno de la democrática movilidad social de la democracia venezolana, fomentaría desde el gobierno. Ni tampoco cumpliría sus promesas. No sería la metástasis de la corrupción la prioridad a atacar. Tampoco se empeñaría en reducir la inseguridad ciudadana, como creyeron muchos, pensando que con Chávez volvería el último dictador desembozado, Pérez Jiménez, para poder dormir “hasta con las puertas abiertas”.

Ya la elección de la Constituyente de 1999 evidenció la intolerancia y el fraude como ingredientes principales del electoralismo chavista. La oposición con más del 30% de los votos obtuvo el 5% de los escaños. La propaganda asfixiante y la deformación del sistema electoral hicieron lo suyo. Ya la abstención mostraba como la clase media se comenzó a alejar del chavismo.

Después, la jefatura de Chávez se ha afincado en el clientelismo puro y duro. La repartidera de real llegó al paroxismo con las misiones. Estos programas sociales, sin planificación ni control administrativo, siguieron al Plan Bolívar 2000 que inauguró la implicación corrupta de los oficiales de las Fuerzas Armadas en negocios distintos a los acostumbrados. Ya no era la compra de armas o los robos a las asignaciones de guarnición los únicos rubros para el robo.

La clase media fue la gran protagonista de las marchas de 2001, 2002, 2003 y 2004. En gran parte el electorado arrepentido marchaba en contra del gendarme que había votado. De allí que cualquiera pueda hacer una encuesta preguntando entre sus relacionados para ver cuántas personas conoce que votaron por Chávez y hoy lo adversan.

Desde 2001, Chávez no ha ganado ninguna elección gremial, sindical o universitaria. Sus representantes, cuando las elecciones son limpias, no logran obtener la mayoría. Tienen que conformarse con muy pocos puestos en las directivas de los cuerpos medios y siempre en razón del principio de representación de las minorías. El mismo que quiere eliminar con la propuesta de su nueva Constitución.

La clase media no se le ha retirado del todo. Parte de sus miembros permanecen allí por resentimiento. Y como todo populista, Chávez sabe explotar el odio. Por ejemplo, algunos profesores universitarios no van a retroceder en su apoyo al caudillo así este acabe con la idea de Universidad, como lo hace el nuevo artículo 109 de la probable Constitución de 2007.

También están obligados a aparentar que militan en las filas del militarismo quienes no quieren perder sus trabajos: empleados públicos, contratistas y proveedores del Estado. Algunos de estos pueden moverse con independencia, pero siempre penderá sobre ellos la lista de Chávez, es decir la suma de las listas negras Maisanta y Tascón.

El grueso de la clientela política actual de Chávez está compuesto por una masa cada vez más pequeña que lo apoya utilitariamente, a pesar de todo el amor que Chávez diga profesar. Si bien este grupo recibe este amor en inseguridad, desempleo, escasez e inflación, entiende que debe seguir esperando para ver si recoge migajas públicas en medio de una reducción indetenible de la esfera privada de la economía. De sus integrantes salen los asistentes de los mítines y las caravanas transportadas, donde no hay nadie que concurra espontáneamente. Todos asisten disfrazados de rojo (el color robado al Partido Comunista de Venezuela).

Ya lo vimos en la campaña presidencial de 2006. Los actos de Chávez eran pequeños. Esos números que muestra el Consejo Nacional Electoral no aparecían en sus marchas o concentraciones. Ya las franelas, los viáticos y el transporte no son suficientes para despertar alegría en los seguidores.

Mientras no se cuenten, quedará siempre la duda de saber cuántos votos en realidad tiene Chávez. Pero para Chávez, golpista orgulloso y aspirante a monarca absolutista, eso no representa un problema.

Lo que si tiene a Chávez preocupado es el destino de los millones de dólares (dinero de todos los venezolanos) que se gastan en esas concentraciones que le reúnen sus áulicos. Esos esmirriados actos, que no logran construir la farsa del grandioso apoyo cacareado. Ninguno de sus paniaguados le da razón del dinero botado que ya ni logra llenar la avenida Bolívar caraqueña. El sábado pasado los pocos que se quedaron para escuchar su fastidioso y amenazante discurso no alcanzaban ni a rebasar dos cuadras.

Pero seguro le habrán dicho que el gasto garantizaba más de 100.000 personas de asistencia. Puras mentiras. Algo parecido a lo de PDVSA que todavía dice que produce 3,2 millones de barrilles diarios cuando ya la OPEP dijo que son 2,4.

Quién lo diría. Alguien está robando a Chávez.

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