Opinión Nacional

El ejemplo de Don Patricio

No nos aproximamos a la disyuntiva final, pero sí cabe afirmar que de la conducta que asumamos el día y al día siguiente del referéndum sobre la reforma constitucional planteada por Hugo Chávez: si se realiza, dependerá nuestra capacidad para sostener luego – como demócratas y bajo control ciudadano – la libertad en Venezuela. Y para darle un golpe de timón, además, a las menguadas instituciones que deberían garantizarla.

Más allá de los elementos ideológicos y estructurales que involucra, la reforma marxista en cuestión intenta consagrar una dictadura. De ello no tenemos duda.

La dictadura y el régimen autoritario existen y se cuecen allí, justamente, donde un líder o una elite política ejerce el poder sin controles democráticos y donde el pluralismo es nulo o menguado.

La reforma en cuestión le otorgará al Presidente el poder pleno para dibujar y desdibujar la geografía nacional y para penetrar a los Estados y a los Municipios desfigurándolos: sobreponiéndoles una suerte de Provincias o Municipios Federales imaginados y dispuestos por él o drenándoles en su contextura, mediante la creación por el mismo mandatario de Ciudades – comunas y comunidades – Socialistas, cuyas autoridades asimismo designará según su arbitrio.

Y el mal llamado Poder Popular, que se construiría desde la base con los Consejos del Poder Popular y presionando desde abajo a los Municipios, sólo tendrá legalidad en la medida en que lo autorice el Presidente, como consta en la reforma. Ello no es un cuento.

La elección de gobernadores y de alcaldes de suyo, entonces, perderá significación para el pueblo. Sus entidades actuales serán, según lo dicho, cascarones vacíos ¡Y es que tampoco se podrá votar, porque el reducto que le quedaría al pueblo – el anunciado Poder Popular – según la reforma no nace de elección alguna! Y los medios de participación política restantes, como el referendo, la consulta popular, el cabildo o la asamblea de ciudadanos, entre otros, a tenor de la misma reforma quedan a disposición, únicamente, de los ciudadanos que vayan a construir el socialismo. Los otros, los discrepantes, no existen para reforma, son fantasmas sin vida constitucional alguna.

El poder presidencial no se limitará a la citada organización vertical del país, sino que se afirmará también frente al resto de los poderes constituidos: el legislativo, el judicial, el moral, y paremos de contar.

En lo adelante el Presidente será Jefe del Estado – no solo nominal como hasta ahora – y como tal coordinará todos los poderes; presidirá el Consejo de Estado, donde reunirá a las cabezas de los otros poderes y desde donde ejercerá el “control” real del cumplimiento de la Constitución. Dispondrá a su arbitrio de los diputados, haciéndolos empleados gubernamentales y devolviéndolos al parlamento, cuando lo crea conveniente; y al dominar el mundo parlamentario y sujetar al Poder Popular como lo hará, a su vez podrá designar, al través de éstos, al Fiscal y al Contralor de la República como al mismísimo Defensor del Pueblo.

Así las cosas, el Presidente, quien por obra de la reforma y en suma, será, aparte de Jefe de Estado y de Gobierno cabeza del Consejo de Estado, del Consejo de Defensa Nacional y del Consejo Nacional de Gobierno: léase autoridad sobre todas las autoridades del interior de Venezuela aparte de “legislador habilitado”, en lo postrer no mandará sino que “comandará” al mundo militar y a su naciente milicia popular.

La disyuntiva, pues, será existencial para los venezolanos, sean o no simpatizantes de Hugo Chávez: como dejar o no que éste piense y actúe por nosotros y por todos, y que él y sólo él decida por nosotros y por el destino de cada uno de nosotros. Nada menos.

Hace casi tres décadas, encontrándome en Chile como jefe de la misión diplomática venezolana – muy joven, Embajador y frisando los 31 años – tuve un encuentro con Don Patricio Alwyn, líder de la democracia cristiana y más tarde Presidente de los chilenos.

Acababa de concluir el referéndum aprobatorio de la Constitución presentada por el dictador Agusuto Pinochet, quien venciera en los comicios porque a todos y al todo lo controlaba con puño de hierro.

Alwin – lo recuerdo vivamente – redactaba entonces un escrito para demandar la nulidad parcial de las votaciones realizadas en Santiago, cuando ose intimarle sobre su ingenuidad: ¡No olvide, Don Patricio, que rige una dictadura. Lo veo procediendo como si hubiesen en Chile autoridades imparciales dispuestas a escucharlo!

La respuesta no se hizo esperar y aún hoy resuena en mis oídos: ¡Jovencito, yo practico la democracia para no olvidar nunca que soy un demócrata. No lo hago para convencer al dictador de las bondades de la democracia!

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