Opinión Nacional

El bocón del Caguán

Mis más íntimos me acusan de que tengo la boca aperturada como cuenta de banco oficial reciente, de bolivariana casa de bolsa, o como la del famoso Bocazas de imperialista confín.

Los menos leales me culpan de correveidile, de cotilla, de chismoso, de charlatán pues, yo que me jayo como un hombre discreto y parsimonioso de esos que somos sí de pura copla y verso en las noches oscuras sin hembras, esperando el canto del alcaraván.

Ahora que recapituló en la negra soledad de la inmensa noche atlántica, me preguntó, ¿será que el llano adentro me hizo así?, ¿Será que la culpa la tiene de verdad el llano como canta mi compadre La Guabina Jiménez Leal?

Confiado y deslenguado como trova de bandola llanera de Saúl Vera o de su mentor, un tal López de Aguirre, me florecen coplas destempladas y espueleadas, como de gallo de pendencia, envalentonado bravucón, que irrespeta la concordia de los gallineros, en especial, a la medianoche cuando todo es salir por detrás como cunaguaro chiquito, como zorrito de corral, como el que nada ha hecho, el que finge que nada escuchó.

Y me viene la pretensión de plantearle disputa al más orgulloso, al mismo rey de la ralea, al tutor del ibérico corral, y demandó aclaraciones y absuelvas de Catilina o del mismo real Emperador de este continente, el mentado Jorge Arbusto, un tal George Bush, que para eso me da con mucho mi inglés americano sabaneado y demoledor.

Voy de oído en oído me dicen sembrando la perfidia y el expansionismo de mi corral; señalan entendíos que no son de mi cantar que vendrán tiempos nuevos de verdadero saber escuchar, como sentencia un escuálido de Zenón por nombre, quien y que sabido sentenció: “Dios, el único todopoderoso, nos dio una sola lengua y dos oídos para poder escuchar”.

Pero por acá en el Caguán, a caguarnos siempre estamos destinados, porque somos de mucho hablar, hocicudos de boca de ánfora, jetudos de botella de anchuroso vértice, rezongones sin cesar: ¡Florentino nos han llamado! ¿Quién se atreve a replicar?

¡No jodan que estamos protegidos por la Infinita Misericordia, por la muy propia Piedad!

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