Refutación del socialismo del siglo XXI
Entre los economistas con vocación (de opinión) pública, hallamos la perseverancia editorial de José Guerra. Ampliando un anterior ensayo, acuñado con sacrificios personales, ahora nos ofrece «Refutación del socialismo del siglo XXI» (Los Libros de El Nacional, Caracas, 2007), importante contribución para una discusión que – es necesario consignarlo – todavía nos negamos a dar con la profundidad y significación política que amerita.
Decisivo es el ejercicio de la crítica del marxismo desde las fuentes marxistas mismas para evidenciar las flaquezas de un régimen que tiene por principal ventaja la del autismo ideológico que embarga al país, reinando en medio de la sociedad ágrafa que nos hemos dado. Resulta asombrosa la pobreza e improvisación impunes entre los teóricos de un poder que – al rehacerse todos los días – rehace a sus referentes, cuyas deficiencias bien retrata el autor (51 ss.), apuntando a los señuelos morales (68) e interpelando la viabilidad de los más recientes proyectos como el denominado «Simón Bolívar» (93 ss.), aunque éste está exclusivamente facturado por el ministro – más que el ministerio – del ramo.
Guerra cuestiona leyes esenciales (tendencia decreciente de la tasa de la tasa de ganancia, proletarización creciente o crisis del capitalismo), siendo lo más llamativo las aún no respondidas consideraciones hechas sobre la teoría del valor-trabajo (23 ss.) y la tasa de plusvalía (33 ss.). Al extenderse en torno a una caracterización del «novedoso» socialismo que lleva por solemne título la centuría, redescubre las viejas ineficiencias repetidas como acaeció en la época de la sustitución de importaciones (67) y constata la necedad de nacionalizar la banca, dominado plenamente el mundo financiero (63), semejante al dislate de decretar un Estado de Excepción cuando son inmensas las atribuciones presidenciales, aunque sabemos de la fanfarria simbólica de toda estatización.
La obra de marras parece algo más floja al penetrar en el campo estrictamente político, al reiterar algunas consideraciones sobre el pretorianismo (quizá pudo abarcar más en la obra de Domingo Irvin), el culto a la personalidad (ir a Isaac Deutscher en lugar de la autobiografía de León Trotsky), el liberalismo conservador de Bolívar (Aníbal Romero tiene un viejo y esclarecedor título, por cierto, internacionalmente premiado), o la «autocracia competitiva» (77 ss., 84 ss., 101). Al respecto, prevalece el consabido criterio aportado por Javier Corrales, aunque parece fácil deducir la naturaleza plebiscitaria del régimen cuando asociamos la libertad y la democracia a los comicios competitivos, el autoritarismo a los semicompetitivos y el totalitarismo a los nada competitivos.
Valga acotar una doble curiosidad: por una parte, la incomprensible equiparación que hace de lo «social cristiano» al nazismo cuando refiere a la intrascendencia de las adjetivaciones políticas (99); y, por otra, la ausencia bibliográfica de Héctor Malavé Mata, tal como éste excluyó del listado a Guerra en «La trama estéril del petróleo». No obstante, en definitiva, la reciente publicación de El Nacional es de consulta obligatoria sobre todo para quienes se ufanan de pertenecer al elenco dirigencial de la Venezuela –después del 2D- más reciente todavía.
DOS VISIONES
«Miranda y Bolívar. Dos visiones» de Giovanni Meza Dorta (Bid & Co., Caracas, 2007), abre una magnífica ventana hacia el todavía (muy) equívoco siglo XIX venezolano que – increíble – aún colma de sombras el XXI. Sociólogo de formación, renueva una inteligente y puntillosa incursión a los viejos acontecimientos que todavía espesan nuestro angustioso presente, con pleno dominio de las fuentes y – percatados de sus anteriores títulos – persistente inquietud.
Reseña el desencuentro de Francisco de Miranda y Simón Bolívar, con motivo de las ideas y de los efectivos planteamientos constitucionales, la pérdida de Puerto Cabello y la capitulación que finiquitó la primera república, arribando a importantes conclusiones que desafían la dogmática escolar. Y, al chocar contra ella, ofreciendo una distinta y creadora interpretación de los hechos, ayuda a remover parte de nuestros escombros morales que tanto e inútilmente complican el análisis, reducido a la confrontación entre buenos y malos (126).
Acotemos, va más allá de las posturas antibolivarianas y antipaecistas, forzándonos a una radical escena y juego político que nos resistimos monacalmente a aceptar. E, incluso, deshace las fortísimas interpretaciones positivistas y marxistas que tenazmente se solazan en el hallazgo de una guerra civil que, ahora, parece extravío con una discusión siempre necesaria en el árido y también movedizo terreno histórico.
La consabida entrega de Miranda representó la liquidación inmediata de una generación que aportó sendas concepciones democráticas recogidas en la Constitución de 1811, mediante la configuración de una eficaz asonada, la inicial de nuestra era republicana, en lugar de la frecuentemente ensamblada sobre el plebiscito del 19 de abril de 1810. Las desavenencias se harán personales (179 s.), elemento hoy – por cierto – recobrado en nuestras lides políticas, con entero sacrificio de las fatigosas y aburridas preocupaciones intelectuales: «… Todo ese caudal de conocimiento político que se produce con la primera república, es la que se pierde con el golpe de estado de 1812», cayendo la «patria boba» (aunque «sólo a los políticos sin criterios, les parecen boberías las ideas»: 48).
Agradeciendo un préstamo tan oportuno de Clemente Bolívar, estamos convencidos de las otras voces que pueden orientar el debate inconcluso sobre un pasado que vuelve – impune y enfermizo – para regodearse frente a los retos reales y actuales que dejamos atrás. Meza Dorta ayuda, sin dudas, a despejar las pesadas incógnitas blindadas con petróleo en esta desvencijada contemporaneidad.
LA OTRA REFUTACION
Naturalmente, los resultados referendarios levantan los más diversos desafíos e interpretaciones. Por lo pronto, nos permitimos enunciar: la desesperación presidencial que se convierte en el obstinado replanteamiento del proyecto derrotado, aventajado por la versión que la muy poderosa maquinaria propagandística y publicitaria inoculará; el déficit dirigencial de la oposición que que debe apunr al surgimiento de una unidad eficaz y creadora desde las bases; el papel y las tendencias esbozadas al interior de la Fuerza Armada Nacional; la tardanza de unos resultados que presumen de su eficiencia, prontitud y transparencia; la necesidad de un mensaje alternativo profundo, coherente y convincente; la continuidad de una amenaza tan grave y concluyente de la que todavía no se percata el país; el artificio de un PSUV que no puso siquiera a sus militantes – por más provisionales que sean – a votar; la sobreconducción política de los medios privados de comunicación, ahogando las manifestaciones auténticas de la sociedad civil de la cual – irremediablemente – forman parte los partidos; el reacomodo de todas las fuerzas y corrientes de carácter gubernamental u opositor; la imposibilidad de un debate responsable, serio y sereno ante los retos de orden estratégico y táctico impuestos por el gobierno; los afanes de figuración que ametrallan la oportunidad de organizar socialmente al pueblo de vocación democrática. Empero, deseamos acotar dos puntos más.
Por una parte, el Presidente Chávez fue reelegido para gobernar en diciembre de 2006 y simplemente no lo ha hecho, forzándonos a constantes mediciones plebiscitarias que le permiten reducir al mínimo los costos políticos de su fracasada gestión. Ya, en el espíritu, la mentalidad y la praxis del propio chavezato, anclados artificialmente en los resultados del 2D, debe aparecer el reclamo de soluciones propias del modelo hasta ahora ensayado que no ha necesitado ni necesita de una reforma constitucional para saber de las realizaciones harto prometidas, recicladas enfermizamente.
Por otra, sería inconveniente y contraproducente, partiendo de las actuales condiciones, adentrarse en un proceso constituyente como lo proponen con el comprensible e inmediato entusiasmo los dirigentes estudiantiles. Redundando, debemos reivindicar y emplear la mejor arma a nuestro alcance: la política, sorteando las dificultades con la reconstrucción urgente de una oposición que sea –pero no se reduzca sólo a lo –social.
Hemos refutado el proyecto totalitario del gobierno, pero no basta. Necesitamos de mayor imaginación y compromiso para superarlo.