Compasión por los presos y los exiliados de Chávez
Quien haya estado preso, por cualquier circunstancia, nunca olvidará tal afrenta. Vivir esa experiencia es una de las pocas que cuesta deseársela a otro. No puedo recordar las horas que he estado preso sin volver a sentir la impotencia de entonces.
En dos ocasiones he estado preso y no las quiero volver a vivir. Una vez, por una travesura de adolescente, que algún día contaré a ustedes. Y en otra, fui objeto de una de las mayores injusticias que se puede cometer con una persona: privarla de su libertad sin que haya alguna razón legal.
Esta peripecia ocurrió hace diez años y allí confluyeron todas las porquerías del sistema judicial venezolano de la mal llamada Cuarta República. Unos policías abusadores, un prefecto irresponsable, un fiscal inerme, un comandante de policía incapaz y un juez venal se confabularon para no resarcirme del perjuicio de estar preso durante 30 horas, sin comunicación alguna con el exterior y conviviendo con malandros, narcotraficantes y asesinos en las horas más largas de mi vida.
En aquella ocasión, reinaba la suspensión de garantías constitucionales que había decretado Rafael Caldera, en su largo e inútil segundo período presidencial. La excusa era la implantación de otro no menos ineficaz control de cambio de divisas. Los polícias que me golpearon y detuvieron entonces, pensaban que la suspensión de ciertas garantías de la Constitución permitía tales abusos contra los ciudadanos.
La denuncia que introduje fue desechada por el juez (hoy jubilado) correspondiente: esperó tres años, sin tomar mayores medidas: ni siquiera declararon en el expediente todos los policías involucrados. La consecuencia fue la prescripción de la causa. Las heridas y contusiones que me ocasionaron, y que fueron evaluadas por el médico forense, cuatro polícias medio salvajes no fueron sancionadas.
Podría abundar en más detalles, pero bastaría decir, para redondear el episodio, que mi principal agresor tiene una asignación dorada: está en un puesto policial de una zona comercial de gran movimiento, donde es consentido por los dueños de tiendas para que trate de evitar robos. Hace poco, frente a esta casilla policial, fue asesinado un joven, en presencia de su esposa e hijos, y el tal agente, ni ningún otro, estaban allí: el puesto policial estaba cerrado.
Esa era la policía y la justicia de antes de la llegada de Chávez. Pero hoy es peor, mucho peor.
La situación de indefensión de varios presos políticos habla de la perversión de un sistema judicial que no mueve ni un folio sin recibir órdenes del Poder Ejecutivo. O, lo que es peor, por ser una muestra de servilismo oprobioso, las decisiones de los jueces (habrá alguna excepción) se toman pensando en los deseos del caudillo y de su áulicos.
La accidentadísima liberación del general Usón confirma lo dicho en el anterior párrafo. Después de haber servido con lealtad al Presidente Chávez, como su ministro de Finanzas, Usón fue víctima de la ira del caudillo. Cuando renunció al gabinete, por los sucesos de abril de 2002, Usón se convirtió en blanco del resentimiento de Hugo Chávez. Al ocurrir otra tragedia en un cuartel, la vez que se quemaron y murieron los soldados de Fuerte Mara, quienes estaban en una celda de castigo y que posiblemente fueron heridos con un lanzallamas, Usón explicó el funcionamiento de este artefacto.
Pues bien, haberlo hecho en televisión significó para Usón la condena a cinco años de prisión por supuesta ofensa a la Fuerza Armada Nacional. Hoy puede salir en libertad por haber cumplido dos tercios de la pena, después de haber rechazado el indulto de quien ordenó su prisión y haber desechado algunos destinos burocráticos.
La tragedia de Usón muestra cómo es de pequeño el corazón de Chávez. Así funciona el rencor dentro de quien ha obtenido todo el poder para hacer el bien y no lo ha hecho.
Ese mismo teniente coronel que fue perdonado por Caldera, al sobreseerle su causa, después de apenas dos años de prisión por el chimbo golpe del 4F de 1992 en el cual fue responsable de más de 40 muertos, no ha sido capaz de declarar una amnistía general a través de sus mujiquitas de la Asamblea Nacional.
A todos los venezolanos exiliados, presos y perseguidos por razones políticas les deseo el mejor 2008. Encabezan la lista Carlos Ortega, Eduardo Lapi, Juan Fernández, Carlos Fernández, Iván Simonovis, Lázaro Forero, Henry Vivas y Enrique Mendoza, junto con decenas de oficiales de la Fuerza Armada Nacional.
Alguien que ni siquiera suma 48 horas de prisión en su vida quiere congratularse por la libertad del general Usón, a quien Chávez encerró en una cárcel durante más de mil días, para demostrar cuán hipócrita es su canto al amor.
Que tomen nota los adulantes del patio y los de afuera.