Cultura

Cine chileno crítico en la Berlinale 2015

Sin ningún tipo de auto-censura, sin concesiones y sin miramientos con la historia que se deja contar tantas veces mejorada, los cineastas chilenos Patricio Guzmán y Pablo Larraín mostraron aspectos obscuros de la sociedad chilena respectivamente con El botón de Nacar y El Club. Estas dos películas conformaron así las dos últimas producciones del cine de América Latina que concursan por los Osos de Plata y el de Oro en la 65 Edición del Festival de Cine de Berlín.

La denuncia política es el denominador común, pero sus estilos narrativos completamente diferentes. Patricio Guzmán estructura la película El botón de Nacar con una cierta parsimonía pedagógica y documentalista vista desde una perspectiva algunas veces oceanológica, otras veces astrofísica. En el curso de su película va intercalando entrevistas con un historiador, con el poeta Raúl Zurita o con tres de los veinte sobrevivientes aborígenes de la Patagonia, para así ofrecer al espectador una visión revisada de la historia de Chile como país acorralado entre la cordillera de los Andes, el desierto de Atacama, las nieves perpétuas de la Patagonia y el largo borde de más de 4000 metros de longitud que da al Océano Pacífico. Chile, un país que nace del agua y que, en algunos momentos históricos atroces, muere cayendo desde el aire en el agua, como fué el caso de más de mil torturados políticos, mujeres y hombres, que fueron arrojados desde helicópteros al océano con un riel de tren atado al pecho para que los cadáveres nunca emergiéran a la superficie.

El despojo de las tierras y el genocidio, aún impune, a los habitantes originarios de la Patagonia en manos de colonos y del propio gobierno chileno y los asesinatos de presos políticos durante la dictadura de Pinochet fueron los temas tratados por Patricio Guzmán en el El botón de Nacar.

El título de la película tiene una alto valor simbólico y refiere al botón de nácar que un día recibió un indígena de un colonizador inglés, a cambio de dejarse convencer de abandonar Patagonia y de „civilizarse“ en Inglaterra perdiéndo su identidad. Otra pieza casi idéntica, fue hallada mucho después en el fondo del océano, incrustrada en uno de los rieles que servieron de ancla para el homicidio. Esta película es una de la favoritas de la prensa, así como Ixcanul de Jairo Bustamente de Guatemala.

Por su parte, Pablo Larráin con la película El Club, con un cierto estilo teatral, agrupa a sus personajes en una casa junto al océano. Al principio nadie se lo imagina, pero son cinco curas y una monja, que hace de carcelera, que viven juntos, relegados, confinados al silencio y a la propia auto-censura lejos de la sociedad chilena.

La casa donde viven no es un club, ni un spá, pero sus habitantes se comportan como si fuese un club especial, exclusivo donde pueden desarrollar ciertos hobbys, como la de ir a competencia de carreras de perros con el galgo llamado Rayo, propiedad de uno de ellos. Los curas (los curitas como son llamados) son todos criminales, pedófilos, vendedores de menores de edad, homosexuales, cómplices de los crimenes de la dictadura, a quienes nunca se las ha llevado a juicio, ni a prisión. Es más fácil para la Iglesia Católica deshacerse de ellos, escondiéndoles en casas apartadas de la capital o de grandes ciudades y ocultarlo todo. El único intento de revelar y de hacer justicia por parte de un cura y psicólogo venido de la capital, culmina inutilmente, porque todo lo que sale a la luz, queda silenciado en las cuatro paredes de la casa y Sandokan, la victima de violaciones sistemáticas por el curita Lazcano, acepta una convivencia forzada con los victimarios para acallarlo de por siempre. El círculo de la complicidad por interéses personales se perpetúa y nada de lo sucedido trasciende hacia la opinión pública.

Página oficial del festival: www.berlinale.de y http://moments.berlinale.de

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