Reconciliación
Está de moda el uso de la palabra “reconciliación” por algunos, como demostración de buena fe. De esperanza que podamos volver a ser lo que alguna vez, supuestamente, fuimos: una sociedad sin odios de clase y sin fracturas. Otros, rechazan la posibilidad de reconciliarse con ideas y con sectores de la sociedad que representan el pasado y que fueron y son responsables de los desequilibrios sociales existentes.
Hay también quienes piensan que la respuesta al problema nacional es lograr unidad de objetivos entre las partes. Así, si todos perseguimos lo mismo no habrá razones para la disidencia que conduce al enfrentamiento. “El problema no está en el “qué” sino en el “cómo”. Pero, al examinar el “cómo” nos damos cuenta de que hay también problemas con el “qué”.
La reducción de la pobreza es un objetivo compartido pero, en el pasado reciente, el interés de las elites económicas era poco demostrable. Ahora, el interés de las nuevas elites es más visible. Pero la pregunta es: ¿será más real? La nueva ideología ha hecho de su interés por los pobres casi un acto de fe. Sin embargo, ¿significa eso que su objetivo final sea eliminar la pobreza o se buscará, quizás, un ligero mejoramiento por la vía del subsidio para crear una nueva dependencia? Cada día cobra más vigencia la frase atribuida al ministro Giordani: “Sin pobres no hay revolución”. Así ha sido en todas las sociedades comunistas- socialistas a la fecha. Cabe, entonces, preguntarse si el fracaso es consecuencia de la aplicación de un modelo socioeconómico que no puede generar otro resultado o si es consecuencia de la corrupción y la incapacidad administrativa de la nueva clase política o si no será exactamente el resultado buscado para asegurar la permanencia en el poder de quienes gobiernan, por la vía de mantener viva la esperanza de una vida mejor. Esperanza, ahora alimentada por un discurso que incorpora a los pobres al debate nacional aunque no resuelva su situación. Contrasta esto con la antigua exclusión que aunque diseñaba algunas políticas que pretendían disminuir la pobreza no la acompañó por un discurso de inclusión. La antigua elite hizo algo pero no cobró. La de ahora pretende cobrar mucho haciendo poco. Ambas estaban y están condenadas al fracaso. Por eso es inútil hablar entre perdedores de reconciliación para resolver la conflictividad. Como de lo que se trata es de “administrar” el conflicto aceptemos la dificultad y busquemos más bien una tregua para negociar una distinta relación entre los sectores nacionales. Negociación que podrá resultar en un nuevo acuerdo social. La dificultad estará en establecer la representación de las partes. No se pueden lograr acuerdos por métodos asambleístas. Por su parte una falsa representatividad tiene el riesgo de convertirse en acuerdos de cúpulas (el pasado). El reto es encontrar nuevos interlocutores promoviendo instituciones fuertes y confiables durante una semi tregua (ni “alto al fuego” ni guerra sin cuartel).
Los nuevos acuerdos nacerán de procesos ínter- institucionales de negociaciones formales e informales mediante mecanismos que conduzcan a una evolución de lo actual, hasta que otras circunstancias los conviertan en obsoletos y entremos en una nueva negociación. Para cuando “eso” suceda esperemos que nuestra sociedad esté lo suficientemente madura para administrar el nuevo conflicto sin enfrentamientos radicales. Así, poco a poco, de conflicto negociado en conflicto resuelto, llegaremos a un equilibrio social donde las palabras “revolución” y “reconciliación” hayan sido expulsadas del lenguaje.