Opinión Nacional

Violencia y sumisión (parte II)

Religiosos sin religión

La arremetida verbal que confrontó el 25 de octubre el ex guerrillero y legendario dirigente izquierdista, Pompeyo Márquez, ocurrió un poco antes de que se iniciara un foro sobre la reforma constitucional en el Instituto Pedagógico de Caracas al que Márquez había sido invitado como ponente.

El octogenario militante político me cuenta que el hostigamiento por parte de un grupo de entre 10 y 15 jóvenes chavistas comenzó afuera del recinto donde se llevó a cabo el foro, cuando un joven “que no pasaría de los veinte años” se le acercó para insultarlo mientras él daba una entrevista al canal Globovisión.

En el video de Globovisión (disponible en YouTube), el joven –que en verdad tiene 27 años– le dice a Márquez que es un “traidor a la patria,” un “tarifado de la CIA” y lo culpa de la matanza de Cararao. Su tono, sus gestos y su mirada vidriosa son los de un fanático cegado por la rabia, cuyas propias palabras sirven como carburantes a su ira. El clímax del video –y quizá lo que me llevó a investigar el incidente– es cuando el joven culpa a Márquez de dejar morir de cáncer a su ex esposa.

En una larga entrevista telefónica, el joven del video, que se llama Héctor Ruiz y es estudiante del Pedagógico, me informa que el foro había sido organizado por el Colegio de Profesores –que él prefiere llamar el “Colegio de Mercaderes” –, con la intención de pintar al Pedagógico como una institución de oposición. Por eso, explica, sus amigos y él se vieron obligados a asistir al evento para exigir que, en vez de un foro, se realizara un debate donde se escucharan las dos partes.

Wilner Marcano, estudiante chavista también presente ese día, esgrime el mismo argumento. Dice que para que un evento sea verdaderamente democrático las dos partes deben ser escuchadas.

Pero ¿no tiene derecho a organizar un foro el Colegio de Profesores? ¿Tienen que ser todos los foros debates? ¿Por qué, entonces, Chávez no organiza también un debate en cada alocución de su programa dominical Aló, Presidente?

Wilner me da una respuesta risible a estas preguntas. Dice que todo el mundo tiene derecho a organizar un foro, pero que debe estar claro de antemano que se trata de un foro y no un debate. “La diferencia es que cuando Chávez habla en Aló, Presidente todo el mundo sabe que el formato no es de debate.” Conclusión: todos los eventos políticos que se llevan a cabo en el país deben rotularse con semanas de antelación.

La agresión verbal de la que fue víctima Márquez fue sólo un aperitivo de los eventos de ese día. Héctor Ruiz me cuenta que, después del altercado con Márquez, sus amigos y él entraron al recinto. Todo iba bien, dice, hasta que entró uno de los ponentes del foro, el líder estudiantil, Yon Goicoechea, “con una actitud despótica y repelente hacia el público.”

Lo que más molestó a Héctor, sin embargo, no fue esa actitud “despótica” de Goicoechea, sino su camisa del Che Guevara, en la que el guerrillero aparece con el logotipo de Globovisión en la boina.

“El gesto de Goicoechea se entendió como una burla al guerrillero heroico,” me dice Wilner. “Varios jóvenes revolucionarios le solicitaron que se quitara la camisa, pero él se negó.”

En los videos tomados ese día, se observa como los reclamos agresivos de los jóvenes chavistas –pidiendo debate, quejándose de la camisa de Goicoechea– poco a poco se van desintegrando en una situación violenta. Los ponentes y los organizadores del foro son arrinconados en la tarima por una turba de jóvenes, algunos atacándolos, otros defendiéndolos. Se ven conatos de golpizas que amenazan con estallar en una trifulca colectiva.

Tania Márquez, hija de Pompeyo y profesora jubilada del Pedagógico, me cuenta que los jóvenes chavistas comenzaron a tirar agua y botellas a la tarima. “Estaba asustada,” recuerda. “El odio en la cara de esos muchachos era algo que yo nunca había visto.”

Wilner y Héctor sostienen que en medio de ese desorden, en el que ya se colaban algunos puñetazos, el profesor del Pedagógico y militante del partido opositor Alianza Bravo Pueblo, Robert Rodríguez, lanzó un pequeño artefacto explosivo. “Yo mismo lo vi,” me dice Wilner. “Y también lo vieron las cámaras de Ávila TV.” Ese explosivo, asegura, hirió a una estudiante chavista del Pedagógico y una reportera de un medio estatal.

Pero esos dos jóvenes no fueron los únicos heridos de ese día. Poco después de la explosión, la gente comenzó a salir del recinto del foro. Afuera, en el estacionamiento, el estudiante Yon Goicochea fue golpeado por varios jóvenes. Las heridas no fueron graves, pero tuvo que ser trasladado al hospital, donde luego dio unas emotivas declaraciones a los medios con una venda en la nariz. Su mensaje de paz y rechazo a la violencia fue el mismo que ha repetido una miríada de veces desde que saltó a la luz pública como uno de los líderes del movimiento estudiantil.

La reacción oficial a los sucesos del Pedagógico fue parecida a la de los sucesos de la UCV. El segundo vicepresidente de la Asamblea Nacional, Roberto Hernández, aseguró un día después del incidente que los actos de violencia que ocurrieron en el foro fueron producto de la actuación «provocadora» de los estudiantes que critican la propuesta de reforma.

“Las informaciones que yo tengo es que estos estudiantes [que adversan la reforma] son provocadores y no tienen ningunos planteamientos serios y originan, naturalmente, esas reacciones.”

Tania y Pompeyo Márquez no comparten esta interpretación de los sucesos de ese día. Ambos me aseguran que las acciones de sabotaje fueron planeadas con antelación y que la intención era provocar una reacción violenta por parte de Pompeyo y los otros ponentes. Tania dice que por eso trajeron reporteros de medios de comunicación del gobierno, y por eso Héctor Ruiz lanzó esas calumnias sobre la muerte de su madre y la matanza de Cararao. (Unos días después el periodista Gustavo Azócar me diría lo mismo sobre el incidente que protagonizó con la diputada Iris Valera: “Apenas Iris comenzó a agredirme sus asistentes sacaron cámaras de video.”)

Tania también dice que le pareció sumamente extraño que un estudiante tan joven como Héctor supiese algo sobre la muerte de su madre y sobre la matanza de Cararao. “Yo creo que lo mandaron a decir esas calumnias para que mi papá se enojara y le pegara.”

Le pregunto a Héctor sobre la matanza de Cararao, que ocurrió en los 90 cuando Márquez era ministro de Fronteras de Rafael Caldera. ¿Cuándo fue? ¿En qué año? Me dice “ahora no recuerdo exactamente, yo estaba muy joven, pero debe haber sido entre el 94 y el 95.” ¿Dónde fue? Tampoco recuerda la ubicación exacta. ¿De qué exactamente acusa a Pompeyo? Me dice “de culpar a Chávez de la masacre.”

¿De culpar a Chávez de la masacre? En el acto le recuerdo que en el video no acusa a Márquez de culpar a Chávez, sino de “acribillar” a la gente en Cararao, de dar la orden para la matanza. ¿De que, entonces, lo acusa? ¿De culpar a Chávez o de dar la orden para la matanza? Acorralado, me dice que acusa a Pompeyo Márquez de “traicionar sus ideales de izquierda.” Insisto. ¿Cuál de las dos? Repite como un robot que lo acusa de traicionar sus ideales de izquierda. Insisto una, dos veces más, hasta que Ruiz me responde que lo responsabiliza de las dos cosas: de culpar a Hugo Chávez y de su responsabilidad como ministro en la masacre.

Su tono es más conciliador cuando le pregunto sobre la responsabilidad que él atañe a Márquez en la muerte de su ex esposa. Me dice que quizá fue un error incluir temas personales en una discusión política. Pero al mismo tiempo dice no estar arrepentido del comentario. Para evaluar el carácter moral de un político hay que tomar en cuenta elementos personales.

¿Qué conclusiones sacar de todo esto?

Wilner y Héctor fueron muy amables en conversación, respondiendo a mis preguntas con calma y buena disposición. Pero en los discursos de ambos advertí ciertas constantes que también he notado en el discurso del presidente Chávez.

No me refiero a frases, eslóganes o ideas específicas sino a algo más profundo y alarmante. Me refiero a una manera de razonar o a los principios o estructuras que parecieran determinar sus procesos de razonamiento. El convencimiento casi absoluto de que la verdad está de su lado. El fervor religioso con que se aferran a ideas-tótem muy simplistas sobre la política y la economía. La impermeabilidad de su pensamiento. El maniqueísmo extremo (el mundo dividido en buenos/izquierda y malos/derecha). La voluntaria incapacidad de cotejar sus ideas con las del adversario para reafirmarlas, modificarlas o desecharlas.

Sin saberlo, estos dos jóvenes son versiones caribeñas de esa clase de hombre que, proféticamente, Dostoevski describió tan bien en el siglo XIX y que luego, en el siglo XX, se convertiría en legión: el “poseído,” el fanático de la ideología. Esa clase de hombre que venera tres o cuatro ideas de panfleto como otros adoran a Cristo y a la Virgen y para quien el simple cuestionamiento de un principio ideológico es un acto hereje.

Refiriéndose a la camisa del Che Guevara de Goicochea, Wilner hizo una comparación reveladora. Me preguntó si era correcto que un joven entrara a una Iglesia con una camisa de Satanás. Quizá Wilner y Héctor deberían escuchar el consejo que, en el foro, el viejo Santos Yorme le dio a uno de los jóvenes que lo agredía: “No hay nada más ridículo en la vida que un fanático. Te lo digo con propiedad porque yo fui uno.”

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