Opinión Nacional

Los rehenes, Chávez y las FARC

Las cartas de 8 rehenes en poder de las FARC dando cuenta de los horrores a que son sometidos en diversos campos de prisioneros que hacen recordar a los de Hitler y Stalin, revelan la urgencia, no solo de poner fin a tan intolerables violaciones de los derechos humanos, sino también de condenar a una organización terrorista que supera con creces a otros grupos que, sin duda bajo su inspiración, siembran el terror, la destrucción, la tortura y la muerte en países de los 5 continentes.

De modo que intermediar para que los subversivos liberen rehenes por cuenta gotas ( en el caso de Consuelo González y Clara Rojas: dos de entre miles) y a cambio de promover una campaña de propaganda mundial que filtra el mensaje liminar y subliminar de que se trata poco menos que de un grupo de carmelitas descalzas que andan de picnic por la selva mientras de dedican a cazar seres humanos para aplicarles una muerte lenta, cruel e impía es, tanto respaldar e identificarse con sus prácticas, como decir que se está dispuesto a imitarlas…llegado el caso.

Sin olvidarse de lo que políticamente es fundamental en el proceso de tan abominable convergencia: abogar porque la comunidad internacional considere “normal” los horrores (o sea, establecer que las FARC no “son terroristas”), dándole, de paso, un status de beligerancia por el que no darían cuenta de sus crímenes y continuarían sembrando el terror en la tierra colombiana y venezolana.

Porque un detalle que se le ha olvidado a Chávez que se acuerda de todo, es que las FARC también tiene secuestrados venezolanos y en tierra venezolana, que los mismos fueron dejados de la mano de Dios, que sufren horrores iguales, o quizá peores, que los rehenes del hermano país, y que solo regresan a sus hogares- si es que regresan- después de dejar los ahorros de toda la vida en manos de los subversivos y comprometerse a pagarle “vacuna” mientras sobrevivan.

En otra palabras: que las gestiones humanitarias de Chávez no son “por amor” a las víctimas sino a los victimarios, a los que sufren sino a los que hacen sufrir, a los que son sometidos por años a las torturas que cuentan el capitán Mendieta y la señora Polanco sino a quienes por vesania e interés se prestan a cometer los abusos que les ordenan un grupo de “comandantes” que entre crimen y crimen, como escribía recientemente, Joaquín Villalobos “viajan en vehículos de aire acondicionado, tienen todas las comodidades en sus campamentos y “sufren” de sobrepeso”.

Que si a ver vamos es el modelo que ha copiado al pie de la letra el llamado “socialismo del siglo XXI”, en el cual un grupo de “comandantes” que en su vida fueron al monte, participaron en batallas, pagaron cárcel, se exilaron o sufrieron hostigamiento o molestias de parte de los oligarcas e imperialistas, cobran sus sacrificios revolucionarios en una vida de lujo y derroche que es objeto de análisis de parte de psiquiatras, sociólogos y antropólogos de todo el mundo.

Una opción, en definitiva, por la revolución y el socialismo, pero desde el mínimo esfuerzo, la comodidad y el fair play, fundamentándolos en “hazañas” que no se desmarcan del delitos y hacen de iniciativas presuntamente dirigidas a ayudar a los pobres y fundar la justicia social y la igualdad, desmanes no diferentes a los que se le atribuyen a la Cosa Nostra y a los carteles del lavado del dinero y del narcotráfico.

Y me pregunto yo si no será esa la causa de la identidad profunda, orgánica y visceral entre Chávez y Marulanda, entre la mal llamada “revolución bolivariana” y las FARC, entre quienes se precian de que presiden una revolución armada y están dispuestos a llevarla hasta sus últimas consecuencias, y los guerrilleros rodeados de comodidades y excedidos de peso que tienen en cautiverios más de 1000 seres humanos entre colombianos y venezolanos.

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