Opinión Nacional

La guerra colombiana de Chávez

Resultó rechazada de manera tan abrumadora y categórica la guerra civil que en sus 8 años de desgobierno intentó Chávez imponerles a los venezolanos que ahora, como para no quedarse sin nada, está inventando una guerra con Colombia.

Intentona que viniendo de otro jefe de Estado, o de otra administración, tendría prendidas las alarmas de todo el mundo, pero jamás tratándose de un revolucionario tardío que predica el socialismo mientras promueve en la práctica el capitalismo salvaje y la destrucción del imperialismo norteamericano en tanto diariamente salen de puertos venezolanos un millón y medio de barriles de crudo a nutrir al complejo militar-industrial del imperio.

De modo que tuvo razón el ministro de la Defensa neogranadino, José Manuel Santos, quien al hablar de las amenazas de Chávez hace un par de semanas, dijo que se trataba de “bravuconadas que no merecían respuesta”.

Circo en el que también se ha negado a participar el presidente, Álvaro Uribe Vélez, permitiendo que sea el “Centauro de Sabaneta” quien se ponga la soga cuello, pateé el banquillo que impide la suspensión fatídica, para terminar pendulándose en una apoteosis de ridiculez y escarnio que es asombro del mundo.

Porque es que declaración de guerra más arbitraria, privada, insensata y contraria a las reglas de la política y la actual estructura jurídica internacional no puede haber, pues tuvo su origen en la decisión soberana del presidente Uribe de retirar a Chávez de la mediación para un acuerdo de canje humanitario de secuestrados por guerrilleros, cuando consideró que lejos de prestarle un servicio a los rehenes y los presos, el comandante-presidente estaba parcializado con la guerrilla e interviniendo en los asuntos internos de Colombia.

Desde luego que el “líder máximo de la revolución continental y mundial” entró en cólera, lo tomó como una ofensa personal peor que el “¿por qué no te callas?” del Rey Juan Carlos de España, y desde entonces ha emprendido una cruzada para demostrar que Uribe es un enemigo implacable de Venezuela, Colombia y el mundo, que es un cachorro del presidente norteamericano, George Bush, y debe, por tanto, quitársele por la fuerza el mandato que le dio el 70 por ciento del electorado hace menos de un año.

Lo insólito es que semanas antes y mientras mostraba su complacencia por la mediación de Chávez, Uribe era el mejor amigo del caudillo del socialismo del siglo XXI y era calificado por su hoy jurado enemigo como un “hermano y buen vecino” destinado por la providencia a ser su aliado en la reconstrucción de las bases de la Gran Colombia.

Con decirles que fue el propio Chávez el autor de la iniciativa de reiniciar las negociaciones para solucionar “cuanto antes” el diferendo sobre las aguas del Golfo de Venezuela que tenían 12 años en el congelador, dejando entrever, a través de voceros calificados, “que la soberanía de Colombia sobre el 10 por ciento de las aguas del golfo era inobjetable”.

Pero claro, siempre y cuando las autoridades colombianas permitieran que Chávez continuara su intensa campaña de propaganda a favor de las FARC, de la presentación de Marulanda como un abuelito cuchi, generoso y humano que de puro amor tenía miles de secuestrados en la selva y merecía, por tanto, se le quitara el calificativo de terrorista y se le reconociera el status de beligerancia.

Y eso era todo lo que el gobierno de Álvaro Uribe y el pueblo colombiano no podían permitir, pues significaba nada más y nada menos que olvidar casi 50 años de crímenes pavorosos, aceptar que una parte de Colombia pasara a estar gobernada dentro de un estado forajido y auspiciar la comisión de crímenes contra la humanidad tanto en América, como en el mundo.

Decisión que ha provocado que Chávez pase a comportarse como un peón de las FARC y de Marulanda, que saliera a hacerles el “trabajo” diplomático y se lanzará a promover una guerra contra Colombia que afortunadamente, como todas guerras de Chávez, no pasará de otra bravuconada.

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