Opinión Nacional

La guerra como mampara o como riesgo

Venezuela ha tenido épocas malas; pero como esta ninguna. Quien solo sabe de violencia, de armas, de lenguaje soez, de agresiones, manipulaciones, bravuconadas y desplantes se siente arrinconado por su evidente perdida de popularidad.

Él y los suyos nunca habían estado peor en aceptación. El jefe baja en las encuestas estadísticas; mas peor está en la encuesta de la calle. Los gobernadores y alcaldes afectos al régimen hace tiempo abandonaron las cifras azules para asumir las rojas originadas en los rechazos de una población desatendida. Hay gobernadores acreedores del dudoso honor de tener números más altos de rechazo al valor despilfarrado de nuestro barril petrolero en gastos para ganar adhesiones foráneas.

No podía pasar otra cosa ante la manifiesta ineficacia de nueve años de charlatanería, despilfarro, mentiras, demagogia, inflación, desabastecimiento, desempleo, falta de vivienda, inseguridad personal y social, injusticias y sobre todo de ese burlesco tratamiento manipulador manejado desde las más altas esferas gubernamentales pues todo huele a patraña, a trapo rojo, a montaje truculento y a laboratorio de guerra psicológica.

Los gobernadores y alcaldes, generados por un porta aviones ahora abatido, no superan el rechazo de los sufridos pobladores de sus respectivas geometrías territoriales y se saben superados cualitativa y cuantitativamente por el rechazo a sus inexistentes gestiones amplificadoras de una votación contraria al continuismo.

Si ellos se van, el Jefe quedará huérfano de aplausos en sus encadenadas peroratas. A él no le queda más camino sino el tratar de impedir las próximas elecciones de finales de octubre o de principio de noviembre para esquivar la significativa derrota avizorada.

Ante tal cuadro la sala situacional solo encuentra el desatino de recurrir a la manida estrategia tendente a generar un enemigo externo y azuzarlo hasta hacerlo perder la sindéresis para así intentar unir a su derredor a un pueblo al cual debe hacérsele sentir como atacado. Eso es crear una mampara para esconder una debacle.

Puede ser posible lograr un clima de zozobra de tal magnitud para forzar la detención de las elecciones regionales y así salirse del lazo de una segura derrota; pero también se corre el riesgo, lo corremos todos, de desatar de verdad la tormenta de la guerra, una confrontación en la cual nadie quiere verse involucrado.

Ninguna demagogia, ninguna defensa de fementidos ideales, encubridores de delirios de grandeza, ninguna ambición personal, justifican el llevar a un país y a su gente al horror de la guerra. No a la guerra. Venezuela y el mundo precisan de la paz. Si al bienestar en libertad y en democracia.

La guerra no la desea ningún pueblo pues es una situación rechazada por la civilización, negadora de vida y destructora de bienes. La guerra ladrona del pan de los pueblos y promotora de armas para invitar a matar y morir. La guerra que merma las familias y las colma de llanto.

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