Las elecciones regionales y la coyuntura histórica
La estratégica derrota que le inflingiera el pueblo democrático al proyecto del socialismo del siglo XXI el 2 de diciembre pasado ha venido a trastocar el escenario político nacional en 180º. Se impidió entonces no sólo la implementación de un proyecto totalitario, perseguido astuta y tenazmente por el teniente coronel Hugo Chávez desde que diera el golpe de estado del 4-F del 92, sino el desarrollo mismo del llamado proceso revolucionario. Pues tal derrota estratégica sólo fue posible gracias a la profunda y posiblemente irreparable fractura del bloque político dominante y la consiguiente aparición de nuevos factores políticos y sociales: por una parte, el llamado chavismo sin Chávez, representado en las figuras de PODEMOS y su líder Ismael García, el general Raúl Isaías Baduel y Marisabel Rodríguez. Y por otra parte la emergencia de un poderoso movimiento estudiantil con una carga de nuevos liderazgos, un nuevo discurso político y una profunda rectificación del rumbo llevado hasta entonces por la oposición tradicional.
La derrota es estratégica – y de ninguna manera “pírrica”, como pretendió el derrotado presidente de la república sino profunda y de graves consecuencias – porque liquida las pretensiones totalitarias del proyecto bolivariano, ahonda la fractura entre revolucionarios y demócratas en el seno del chavismo y acelera una perdida creciente de respaldo al “proceso” y un divorcio posiblemente irreversible entre el carismático teniente coronel y las masas. Dadas las particulares condiciones de la idiosincrasia política del electorado venezolano, esa derrota se profundizará en las próximas contiendas electorales e impondrá un reacomodo en el cuadro de alianzas y en el comportamiento de las fuerzas políticas y sociales enfrentadas. Y dadas las muy particulares características personales y psicológicas del presidente de la república, que según todos los análisis de su personalidad no está en capacidad de afrontar una adversidad de tal magnitud y revisar y corregir a fondo su comportamiento confrontacional y violento, todo hace presumir un quiebre fundamental en el curso del desarrollo político nacional.
Dada la gravedad de la apuesta y el riesgo del todo o nada que signara el envite del 2-D, convertido por el propio presidente de la república en un plebiscito sobre su persona, todos los actores del conflicto que vivimos debieran tomar consciencia de la hondura de la crisis y la trascendencia de las opciones. No está en juego el presidente de la república o las dirigencias regionales del chavismo que obedecían antaño a su liderazgo: está en juego la sociedad venezolana misma, su existencia como Nación y el destino futuro que sus ciudadanos quieran darle. Está en juego el país que queremos. No sus parcialidades, sus parcelas de poder o sus acomodos coyunturales.
De allí la necesidad que tienen los factores que, querámoslo o no, continúan ejerciendo el liderazgo de nuestra vida política, de situarse a la altura de las circunstancias, deponer sus tradicionales mezquindades e ir a la mayor brevedad posible a la conformación de un profundo, serio y verdadero entendimiento nacional. Adecuando sus propósitos y exigencias a los anhelos de la sociedad civil y al desafío histórico que la modernidad y la globalización nos imponen. Acordando un pacto de gobernabilidad, unos principios rectores de la actuación futura y perfilando la Nación que necesitamos y queremos: moderna, justa, solidaria y progresista. Democrática y descentralizada, pujante y abierta, emprendedora y laboriosa. Libre de las taras del pasado y del estatismo populista, clientelar y demagógico que nos condujese al abismo en el que hemos vivido esta última década y del que al parecer comenzamos a salir.
Grandeza, no mezquindad. Lucidez, no ambición personal. Patriotismo, no aprovechamiento. Desprendimiento, no egoísmo. Y conciencia del futuro, no brutal instinto de sobrevivencia y oportunismo tribal. De allí el llamado a integrar a todos los grupos y partidos en esa cruzada por la revolución de la decencia y la moral – no importa cuan errados hayan estado unos y otros en el pasado inmediato. De allí un rechazo categórico a taras aberrantes como el nepotismo, el sectarismo y la exclusión. De allí la exigencia de entendimiento y reconciliación nacional de todos los venezolanos tras un proyecto, no tras nombres o caudillismos espurios.
Es la hora de la grandeza. Una oportunidad única que debemos aprovechar sin dudas ni vacilaciones. Construir la Gran Venezuela que todos anhelamos.