Opinión Nacional

El imperio contraataca, o Chávez llora y Bush ríe.

Que el gobierno de George Bush decidió decirle “adiós” al chantaje chavista de cortarle el suministro de millón y medio de barriles diarios de crudo que exporta PDVSA a los Estados Unidos quedó demostrado, tanto en el tono burlón conque se refirió el portavoz de la Casa Blanca, Sean McCormack, a la amenaza de Chávez de “no enviar una gota más de petróleo a USA en caso de que Exxon haga efectivo el embargo de 12 mil millones de dólares en activos de PDVSA en el exterior”, como en el respaldo agresivo, expedito y tajante que ofreció el Departamento de Estado a la transnacional petrolera en su querella contra el estado venezolano.

Giro de 180 grados en la política de “apaciguamiento” empleado por las administraciones de Clinton y Bush frente a las agresiones que el comandante-presidente inició al otro día de asumir su mandato, y que con sobrada razón se atribuía al poder que ostentaba el hijo de Sabaneta de cerrar el bombeo de crudo que nutría hasta 27 mil bombas de gasolina venezolanas en el país del béisbol y el jazz.

O sea, que “el líder máximo de la revolución continental y mundial” podía optar por llevar a la economía más poderosa del mundo a una semi parálisis, que aunque no pasara de tres o cuatro meses, era suficiente para sembrar el pánico y el caos en un país célebre por sus terrores puritanos, pálpitos milenaristas y ansiedades apocalípticas.

Sobre todo en circunstancias de que, deslizándose la economía mundial desde comienzos del 2003 por una aguda crisis de energía que empezó a volatizar los precios hasta los 100 dólares por barril que conocimos en diciembre y enero pasados, había que andarse con cuidado con este “Rey del Petróleo” revolucionario, antiimperialista y socialista siglo XXI que amenazaba, “si no lo comprendían”, con disparar los precios hasta más allá de los 200 dólares por barril.

Y fue así como la comunidad internacional presenció durante los 5 años que van del 2003 al 2008, un fenómeno histórico apenas comparable al que significó la emergencia del imperio Otomano cuando se vio en condiciones de desafiar a los reinos cristianos de oriente y occidente al final de la Edad Media tardía, como fue la aparición en Venezuela, Irán y Rusia de gobiernos que empezaron a comportarse como petrodictaduras, en razón de que, teniendo una producción importante y reservas inmensas de crudos, podían imponerle su ley a países que, dada su dependencia energética, tenían que calársela, u optar por alumbrarse con fogatas.

Los venezolanos conocen muy bien esta historia como para ser recontada, ya que ilegalidad, arbitrariedad, autoritarismo, colectivismo, mesianismo y voluntarismo para imponerles un sistema político y económico resucitado de los escombros del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, concluyeron en una destrucción sistemática, tanto de los valores de la democracia, como de la infraestructura física con que el país contaba para salir de la crisis e ingresar al siglo XXI.

Pero igualmente los presidentes de los gobiernos de América y Europa, reacios aceptar los dictados de la petropolítica y las amenazas de los petrodictadores de hundir a las democracias occidentales en un nuevo holocausto, si eran perturbados en su empeño de barrer con la democracia, la libertad y el estado de derecho en sus propios países.

Y primero que ninguno, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, forzado en razón de su dependencia del millón y medio de barriles diarios de crudo que envía PDVSA a USA, a mostrarse impasible, distante e ignorante de los insultos que el dueño de la estatal petrolera le enviaba un día sí y otro también.

Borracho, genocida, asesino de ancianos y de niños, jefe del terrorismo internacional, imperialista del signo de Leopoldo I de Suecia, dictador de la estirpe de Hitler y Franco y émulo del diablo y demás congéneres, eran algunos de los “argumentos” en la guerra de Chávez contra Bush y que el todopoderoso presidente del país más poderoso de la tierra, tenía que tragarse sin chistar.

¿Qué pasó entonces para que tan pronto salió Chávez con la amenaza de cortar los suministros a USA, Sean McCormak, el portavoz de la Casa Blanca se adelantara a declarar, que él “ya había oído eso”, y que un día después dijera “para los que quisieran oír”, que el gobierno de Bush apoyaba en todo a Exxon en su querella legal contra el gobierno del teniente coronel?

¿Qué pasó para que de inmediato la Secretaria de Estado, Condoleeza Rice, le propusiera al Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, iniciar “una investigación para determinar si en las transacciones comerciales Venezuela-Irán se violaban leyes estadounidenses sobre sanciones al país del Medio Oriente”, y un grupo de senadores republicanos asomara la iniciativa de declarar terrorista al gobierno chavista en caso de confirmarse su alianza con grupos terroristas de América y otros continentes?

Pues nada, sino que mientras Chávez hacía la revolución, armaba la alianza antiimperialista, construía el modelo de desarrollo endógeno, predicaba por el mundo la buena nueva de la revolución y el socialismo, y se mostraba como un caudillo tercermundista malcriado, pero generoso, el gobierno de Bush trabajaba y lograba el objetivo de conseguirle sustituto al millón y medio de barriles diario que envía PDVSA a USA.

Aportes que ya se sabe irán por el lado de la producción petrolera canadiense y mexicana, que repuestas de malos momentos como el huracán Katrina y la excesiva demanda de China e India, pueden ahora tenderle la mano a un socio comercial como Estados Unidos que no logró, con todo su poder, callarle la boca al titán tropical y caribeño.

Pero es que, además, Chávez y otros caudillos de la petropolítica como Ahmadinejad y Putin, le hicieron un favorcito adicional a Bush -y al resto de los jefes de gobierno de las democracias de occidente-, como es convencer a sus electorados de invertir en los biocombustibles, de proveerse de la materia prima y la tecnología necesarias para comenzar a poner fin a la excesiva dependencia de los combustible fósiles que, aparte de escasos, son contaminantes.

Chávez, por el contrario, convirtió a la economía venezolana en agónicamente dependiente del petróleo y gastó los recursos que providencialmente le cayeron del cielo, menos en diversificar la economía para que Venezuela dejara de ser un país monoproductor, y más para que el gobierno y la sociedad venezolanos resultaran cautivos de las incidencias no controlables de los mercados internacionales del crudo.

Pero lo peor es que destruyó a PDVSA, la convirtió en una empresa con una producción en merma acelerada, sin inversiones para recuperar pozos y equipos perdidos, con un endeudamiento que pasan los 15 mil millones, con el personal calificado exilado o en trance de exilarse, y una nómina de 120 mil trabajadores que son en más de la mitad activistas del partido de gobierno y la revolución y cobran sueldos astronómicos.

Para colmo, con más de la mitad de su producción dirigida a un solo mercado, que es el de los Estados Unidos de Norteamérica, y que en términos de la situación económica internacional es difícil, sino imposible sustituir, pues el otro país del mundo con un volumen de demanda parecida es China y está a 15 mil kilómetros de distancia del puerto venezolano más cercano.

A este respecto hay un detalle a recordar: hace 5 años cuando Chávez anunció que su guerra con Bush y el establecimiento gringo era larga y difícil, habló de diversificar los mercados, y de que el socio indicado para sustituir a los gringos era China, por lo que de inmediato empezaba conversaciones con el gobierno de Álvaro Uribe para que de conjunto construyeran un oleoducto de Maracaibo a un puerto colombiano en el Pacífico para hacer viables las exportaciones de crudo a Asia.

Pero cuán en serio hablaba Chávez, puede notarse en lo dañado que están sus relaciones con el gobierno de Uribe y lo lejos que está el oleoducto y desde luego, China.

Pero hay otro elemento que no conviene olvidar: el 90 por ciento de la producción petrolera venezolana es de crudos pesados y semipesados, que requiere de inversiones gigantescas en los cambios de patrones de refinación que los chinos no están en capacidad de acometer y que ya PDVSA resolvió en los mercados gringos durante un siglo de buenas relaciones con los gobiernos de Estados Unidos.

De modo que con la demanda de Exxon a PDVSA, “El imperio contraataca y Chávez llora y Bush ríe”, porque Bush se preparó para la guerra y Chávez no, porque Bush está en capacidad de renunciar al petróleo venezolano y Chávez no puede renunciar al mercado petrolero norteamericano.

A menos que Chávez decida viajar en burro y no en el Air Bush, de alumbrar Miraflores con velas y no con luz eléctrica, de andar acosado por dos millones de empleados públicos que no cobrarán sus sueldos y de amas de casa que no encuentran comida, de militares con equipos sin repuestos, y millones de vehículos comprados en los últimos años con los petrodólares de la revolución se arruinen en el polvo, el viento y el mocho.

Y ya sabemos cuanto aman los revolucionarios y socialistas siglo XXI el lujo, la buena mesa, la velocidad, el whisky 18 años, el Vega Sicilia, los Ferrari, las Hummer, los Audi, los Mercedes y los BMW.

Ya sabemos cuan dependiente es Chávez del amor de Fidel, Raúl, Daniel, Rafael, Evo, Cristina, Néstor y Lula que dejara de existir en cuando falten los cobres y se cumpla aquello de “que amor con hambre no dura”.

O sea, un dilema entre la agonía y la muerte.

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