Incitando a la justicia
Calígula otorgó a su caballo Incitatus el título de Cónsul de Roma; es decir, lo nombró Magistrado del Imperio. Lo que no sabemos es si se sentó al lado de los Senadores en el Senado de la República Imperial). Los Senadores de Roma, obviamente, muchos por miedo, otros por comodidad y la mayoría por jalabolas del Emperador, avalaron el nombramiento y aceptaron al equino como igual, con un desprecio total a las instituciones públicas. Como se ha visto a través de la historia, ésta vuelve a repetirse.
Al abrirse (aperturarse, dicen los ridículos deslustrados) el Año Judicial 2008 del Poder Judicial venezolano, entregó la responsabilidad de hacer el Discurso de Orden al Magistrado ex presidente del TSJ (Tribunal Supremo de Justicia) y del CNE (Consejo Nacional Electoral), Francisco Carrasqueño, conocido por su filiación comunista más que por sus aciertos como servidor público.
Carrasqueño, criticó en su discurso constitucional, que él creyó era una Clase Magistral, a «las constituciones que se mantienen estáticas y a los jueces que no poseen ideología política»; al respecto, me imagino que quiso decir a los jueces y magistrados que no militan en su bando político, es decir, en el PSUV – Partido Socialista Unificado de Venezuela – organización política virtual que no posee estatutos, ni declaración de principios, y cuyas autorices fueron elegidas a dedo (por la «dedocracia» que todos conocemos). El PSUV, al contrario de los históricos partidos socialistas de Chile, por ejemplo, de Bolivia, de Gran Bretaña, es un ente perversamente propagandístico oficialista y consignista, hasta llegar a los excrementos del nazismo. Allí, nadie sabe, nadie ha podido, explicar que es el socialismo del siglo XXI y menos conoce al socialismo real, del cual se ufanaban los marxistas del siglo pasado.
Según el colega de Incitatus, «jamás tendremos un Estado justo, humanitario y de igualación» (me imagino que quiso decir «igualitario»). Agregó, entre otras galimatías «que la política no tiene por ser injusta (¿) ni la justicia apolítica». Dios mío…Si la justicia es política luego es injusta pues toma partido por alguna de las partes (¿verdad?). y, agregó que la justicia no puede ser neutra». (Tal vez quiso decir «neutral»).
Luego, si la justicia no es neutral ¿en dónde dejamos los principios de la Ética aristotélica, que el señor Magistrado tiene que haber estudiado como parte de los valores del estado de Derecho y de la Justicia misma? ¿Qué pasó con el justo medio entre el bien y el mal?
El señor magistrado Carrasqueño, como buen comunista ve un Estado excluyente, un estado dogmático en donde sólo su ideología tiene la verdad. Luego, ¿Cómo puede repartirse la justicia sin un Estado de Derecho que significa inclusión y no exclusión?
Un Estado excluyente, con una justicia no ciega sino que tuerta no es precisamente lo que plantea un Estado de Derecho social, político y económico cuyos paradigmas son la democracia y la libertad, ambos valores catalogados como naturales del individuo.
Al parecer, Carrasqueño se peleó con la filosofía y se olvidó de la libertad del ser humano, libertad de elegir, de pensar, de proponer, de poner y quitar, libertad de discernir, libertad de afirmar o negar, etcétera.
Simón Rodríguez, tan manoseado por la revolución que apoya Carrasqueño, planteaba que la República no era otra cosa que el respeto de la diversidad y de la igualdad de oportunidades. El principio fundamental para el filósofo era la individualidad sumada a otra individualidad y dividida por individualidad que daba como resultado República, es decir, la necesidad de no excluir a nadie es imperiosa en la creación republicana; lo contrario, plantearía Rodríguez, es su destrucción; por lo tanto, ya no solamente la justicia sino que el Estado en su totalidad debe ser neutral, señor Magistrado.
Otro de los principios de la Justicia es que ésta debe mediar entre las desigualdades y el individuo; en otras palabras, debe buscar la función democrática, no excluyente, que permita una mayor expectativa de beneficio para el ser humano, como por ejemplo, llegar a Magistrado por méritos y no por partidismo, por capacidad y no por intolerancia, por sabiduría y no por dogmatismo.
El Magistrado se ha olvidado del igualitarismo neutral del Estado de Derecho. La justicia, para que sea justa (perdóneme la redundancia) debe ser necesariamente imparcial, separada de los otros poderes del Estado, no sumisa a ninguna de ellos más que al voto popular en elecciones limpias y democráticas además de informadas.
La justicia debe proveer la seguridad al ciudadano, incluso frente a los desmanes de ellas (como ha sido el caso con los presos `políticos, entre otros), protegiendo y asegurando los derechos humanos fundamentales consagrados en esa «constitución estática» que no, necesariamente, debe ser estítica ni antiestética; quiero decir, no debe permitir la instalación de un Incitatus sino que la instalación permanente de la democracia y de la libertad.
El consenso político que busca el Magistrado, no debe existir ni debe eximir al aplicador de sentencias de aceptar divergencias políticas a su criterio o dejaría de ser Salomónico. Las divergencias, los puntos de vista opuestos son síntomas de que la democracia existe; lo contrario significa que el cuerpo social, sin Estado de Derecho, sufre de cáncer…
«No basta comprender sino transformar la Ética del Estado». Eso es cierto, siempre y cuando, el Magistrado no pida que la balanza caiga de su fiel al lado izquierdo (o derecho), sino que se mantenga en su centro gravitacional de acuerdo a los principios éticos del justo medio que no son otra cosa que libertad y democracia.