Cristina Fernández en el ojo del huracán
El NismanGate recién comienza. Las dudas de la opinión pública argentina sobre las actuaciones de la justicia, la policía y las altas autoridades argentinas son arrolladoras. ¿Por qué se aparecen autoridades de gobierno absolutamente ajenas a los protocolos judiciales en la escena del suceso, que bien podrían haber “ensuciado” el escenario del pretendido suicidio amañándolo a su antojo? ¿Por qué se involucra a su madre, que ninguna necesidad tenía de ser convocada para que tomara parte en los trámites de levantamiento del cadáver? Son interrogantes que se hicieran los periodistas argentinos en el día de ayer.
La Argentina está conmovida. Y muy posiblemente, para la presidenta de la república ya nada será como antes. Como tampoco lo será la Francia luego del atentado terrorista que acabó con la vida de 11 redactores de Charlie Hebdo, si bien en el caso del fiscal Nisman se trata de un suceso muchísimo más cercano al guión de un filme hollywoodense de intriga política, judicial y diplomática que de un ataque brutal, realizado a plena luz del día y sin trama ni intriga de ninguna especie. Si bien existen situaciones compartidas: el terrorismo islámico y la comunidad judía, si bien en este caso ante un gobierno corrompido hasta la médula de los huesos y sin duda de ninguna especia cómplice del gobierno terrorista responsable del horrendo atentado a la AMIA.
El de Charlie Hebdo fue un golpe al corazón de las instituciones francesas. En Argentina, como en Venezuela, el “suicidio” del fiscal Nisman puede haber tenido, en cambio, su origen en los entretelones del Estado mismo. Es una muerte política o “un suicidio inducido”, como lo calificara el afamado periodista argentino Alberto Lanata en el canal TN, de Buenos Aires. Se asemeja muchísimo más al terror de Estado estalinista, hitleriano o castrista: resolver un grave impasse político y diplomático en que se ve involucrado un gobierno mediante el suicidio inducido o directamente el asesinato del personaje causante del problema. Por cierto: como no suele ser muy inusual en los sótanos de la maloliente política argentina. Y cuya naturaleza rufianesca y mafiosa fuera retratada con singular perspicacia por el analista chileno Mauricio Rojas.
Nada avala la teoría de la acción mafiosa de un comando opositor inserto en un plan de golpe de Estado, como en el colmo del birlibirloque pretenden hacerlo creer los diputados kirchneristas. Que como bien apuntara otro de los periodistas invitados al programa Urgente de la Tele Noticias “mienten más allá de los límites imaginables y sin el menor problema de conciencia”. Todo apunta, en cambio, a una acción directa o indirecta que indujo la muerte del valiente fiscal Nisman. Que culminaba su investigación descubriendo la trama de complicidades y acuerdos bajo cuerda del gobierno de Cristina Fernández con el gobierno iraní con el fin de echarle tierra al atentado y obtener ventajas en el comercio energético y de armas con Irán. Comenzando por las numerosas declaraciones a la prensa, a la radio y a la televisión, como la entrevista que concediera el miércoles pasado al programa A dos voces y que circula ampliamente por la red, en la que se observa a un hombre absolutamente entregado a su decisión de llevar el caso hasta sus últimas consecuencias, incluso angustiado por las horas que aún faltaban para su comparecencia ante el Senado de la República, que debía tener lugar este lunes, a pocas horas de su muerte. Objetivos supremos de su acusación: la presidenta Cristina Fernández, Héctor Timerman, su canciller, y algunos dudosos personeros del cuadro gubernativo, como el piquetero Luis D’Elia.
El mismo Lanata expresó un argumento de una contundencia prácticamente irrebatible: “no es verosímil que un fiscal se entregue con alma, corazón y vida durante diez años a una investigación concluyente y se dispare en la sien a horas de revelar los datos que avalan su acusación de altos personeros del gobierno argentino, entre ellos nada más y nada menos que la propia presidenta de la República.” Menos aún, como subrayara una de las periodistas invitadas al programa en cuestión, tratándose de un funcionario de muy alta autoestima, que se sabía en el momento protagónico de su carrera y con un sentido del deber y del honor que no daba lugar para arrepentimientos postreros. Decidido, además, a limpiar su nombre, enlodado por la guerra sucia del kirchnerismo. Su muerte, señaló concluyente, “es una muerte política y debe ser cargada a la conciencia de la Sra. Cristina Fernández”.
“¡Asesina, asesina, asesina!” – gritaban los miles de manifestantes reunidos espontáneamente frente a los tribunales de justicia bonaerenses. Mientras los medios difundían una carta suya que antes que aclarar la situación la embrollaba con una narración autobiográfica ominosa, patética y absurda, en la que tras hablar de ella e incluso de sus perros terminaba por inculpar al propio Alberto Nisman de su muerte.
El NismanGate recién comienza. Las dudas de la opinión pública argentina sobre las actuaciones de la justicia, la policía y las altas autoridades argentinas son arrolladoras. ¿Por qué se aparecen autoridades de gobierno absolutamente ajenas a los protocolos judiciales en la escena del suceso y permanecen allí horas, que bien podrían haber servido para “ensuciar” el escenario del pretendido suicidio amañándolo a su antojo? ¿Por qué se involucra a su madre, que ninguna necesidad tenía de ser convocada para que tomara parte en los trámites de levantamiento del cadáver? Son interrogantes que se hicieran los periodistas argentinos en el día de ayer.
¿Obtendrán respuestas? La razón de Estado, como dijese uno de los funcionarios, tendrán su importante rol que jugar. Amanecerá y veremos.
@sangarccs