Árboles Socialistas Impiden Ver el Bosque del Libre Mercado
La utopía político-económica socialista a pesar de necesitar tres gruesos volúmenes llamados Das Kapital (El Capital); publicados respectivamente en 1867, 1885 y 1894, para ser descrita por el pensador alemán Karl Heinrich Marx, puede en realidad, ser comprimida—como explicó el insigne intelectual venezolano; Carlos Rangel, “en el prólogo de la edición inglesa del Manifiesto Comunista, redactado por Frederich Engels, en 1888:
“La proposición fundamental (original de Marx) es que en cada época histórica el modo prevaleciente de producción e intercambio, y la organización social que necesariamente va ligada a ese modo de producción, son la base sobre la cual se construye, y la única explicación posible de la historia política e intelectual de esa época; y que, por consiguiente, toda la historia humana (desde la disolución de la sociedad tribal primitiva, con su propiedad comunitaria de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, conflictos entre los explotadores y los explotados, clases dominantes y clases dominadas; que la historia de esas luchas de clases conforma una evolución dentro de la cual, en nuestro tiempo, hemos llegado a un estadio en el cual la clase oprimida y explotada, el proletariado, no puede lograr su emancipación del dominio de la clase explotadora y opresora, la burguesía, sin a la vez, y para siempre, emancipar toda la sociedad de toda explotación, opresión, diferencias de clases y luchas de clases.”
Y esa emancipación de toda la sociedad—según Marx—sólo se logra mediante una revolución, que toma el poder por la fuerza para instaurar la dictadura del proletariado, que en pocas palabras puede definirse como un papá-Estado, que se adueña de todo; eliminando toda forma de propiedad privada, para que una vez que se ha adueñado de todos los medios de producción, “distribuir equitativamente la riqueza”, satisfaciendo todas las necesidades de la sociedad—desde un rollo de papel tualé o un cepillo de dientes, hasta todas sus necesidades de vivienda, salud, educación, transporte, y hasta de los espacios y herramientas para la producción intelectual—tanto humanística, como científica.
Sin embargo, esos conceptos no son más que las opiniones personales de Karl Marx, sin ningún fundamento científico, lo que ya el mundo entero ha comprobado hasta la saciedad, con el estrepitoso fracaso de absolutamente todo Socialismo Real, que ha existido, desde el primero que organizaron Vladimir Lenin y León Trotsky, a partir de la Revolución Bolchevique de octubre de 1917, y que llegó a conocerse como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hasta los últimos que quedan, como el de Cuba y Corea del Norte.
Y los venezolanos que hasta el 2 de febrero de 1999, no conocíamos realmente cuan pernicioso puede ser el socialismo—porque sólo habíamos sabido de éste a través de las noticias internacionales, ya lo estamos padeciendo en carne propia, a pesar de que los socialistas venezolanos, antes de eliminar toda forma de propiedad privada y de adueñarse de todos los medios de producción, han tenido a su total disposición, una fabulosa riqueza jamás antes soñada, proveniente de los abundantes petrodólares que han obtenido con la exportación de nuestros hidrocarburos y sus derivados: todos hemos podido ver y sentir en carne propia como lastimosamente se ha estado despilfarrando esa riqueza, mientras paralela y simultáneamente se multiplican todo tipo de problemas sociales; desde la reaparición de enfermedades creídas extintas, hasta la extendida carencia del más vital componente de la cesta básica de alimentos, como lo es la leche para los infantes: y ya puede “olerse en el aire” la cercanía del colapso económico de este enésimo Socialismo Real, por los ajustes nacionales e internacionales que se han visto obligados a llevar a cabo los socialistas venezolanos, frente sólo una acción judicial de una compañía petrolera (Exxon-Mobil).
Los árboles del socialismo venezolano, mayormente llamados “misiones”, han intentado impedir que podamos ver el bosque del libre mercado—la verdadera y científica forma de producir riqueza y prosperidad social, descubierta—no inventada—como la utopía marxista, por el pensador escocés Adam Smith, quien la resumió de la siguiente forma:
“…cada individuo necesariamente labora para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea tan grande como él pueda. Él generalmente, de hecho, ni intenta promover el interés público, ni tampoco sabe en cuanto él lo está promoviendo. Al preferir apoyar a la industria doméstica en vez de la extranjera de tal forma que su producción pueda ser del mayor valor, él intenta sólo su propia ganancia, y él es en esto, como en muchos otros casos, dirigido por una mano invisible, a promover un fin que no era parte de su intención.
Tampoco es siempre lo peor para la sociedad que ella no forme parte de eso. Al perseguir su propio interés él frecuentemente promueve el de la sociedad más efectivamente que cuando él realmente intenta promoverlo. Yo nunca he sabido que se haya hecho mucho bien de parte de aquellos que son afectos a comerciar por el bien público. Es una afección, de hecho, no muy común entre los comerciantes, y muy pocas palabras necesitan ser empleadas para disuadirlos a ellos de eso.
¿Cuál es la especie de industria doméstica que puede emplear su capital, y del cual la producción es probable que sea del mayor valor?. Cada individuo, es evidente, puede, en su situación local, juzgar mucho mejor que lo que cualquier estadista o legislador puede hacer por él.
El estadista, que intente dirigir a las gentes privadas sobre la manera en que ellos deberían emplear sus capitales, no sólo se cargaría a si mismo con una atención de lo más innecesaria, sino que asumiría una autoridad que podría ser confiada con seguridad, no solamente a ninguna persona en particular, sino a ningún consejo o senado cualquiera; y la cual no podría ser más peligrosa en ninguna parte que en las manos de un hombre lo suficientemente tonto y presuntuoso, como para creerse capaz de estar capacitado para ejercerla.”
Mientras los socialistas venezolanos; tozudamente, siguen empeñados en imitar la patraña cubana de echarle la culpa de todos los males sociales al “imperio” de los Estados Unidos de América, éste—a pesar de estar precisamente en este momento, sumido en una generalizada preocupación por una presuntamente inminente, recesión económica, apoya públicamente las acciones de la compañía petrolera Exxon-Mobil, que supuestamente obligarían a cumplir la amenaza de Venezuela de suspender sus envíos de petróleo a ese país—agravando más los temores a una recesión—porque desde hace rato, ya habían encontrado a otros suplidores de petróleo, (como Canadá, México y… ¡Brasil!)—y por ello le han dicho; también públicamente a los socialistas venezolanos, que una suspensión de sus exportaciones de petróleo a los Estados Unidos de América, sólo perjudicaría a Venezuela: Brasil, Canadá y México—como nos enseñó Adam Smith—no perderían ni un segundo en aprovecharse de obtener gigantescas cantidades de petrodólares, reemplazando el supuesto embargo petrolero de Venezuela, al intentar su propia ganancia; como dijera Adam Smith, y sin ni siquiera intentar defender el “interés público” de los socialistas.
Los venezolanos ya estamos lo suficientemente maduros, para—sin ningún temor ni sonrojo—echar al cesto de la basura—todas las supercherías económicas de Karl Marx, y enrumbar sin pausa y con prisa, a nuestro país, hacia la democracia y la economía del libre mercado.
Veámonos en el espejo de la China Socialista, que apenas en los 32 años transcurridos desde la muerte de Mao Zedong en 1976, han pasado a ser de una nación eminentemente agropecuaria y campesina, a una potencia económica mundial, en todos los mercados—lo que le ha permitido no “distribuir” equitativamente la riqueza, sino liberar a sus ciudadanos, para que ellos mismos la produzcan, siguiendo los hallazgos de Adam Smith sobre la “mano invisible” del mercado… del libre mercado.