Opinión Nacional

Juegos de guerra II

En “Juegos de Guerra” publicado en 2006 decíamos que no podemos culpar al siquiatra por los hechos de sus locos, ya que éste, aún cuando tiene poder intelectual, no tiene el poder de convicción sobre el demente. Tampoco podemos culpar a las marionetas por el bueno o mal desempeño de sus actos, ya que ellas tampoco tienen poder ni discernimiento para entenderlos, mucho menos para descifrarlos; menos aún, cuando su titiriteros se desempeñan como otras marionetas mas distinguidas, que disfrutan y usufructúan bondades y golosinas, amparados por la irresponsabilidad que se atiene a la norma informal y al rezago del individualismo autoritario.

Hoy, igual que antes, se subestiman, toleran y aplauden como extras televisivos todas las ocurrencias de Chávez presidente. Son actitudes tristes y lamentables, cuya sola visión en conchupancia nos crea repulsión y desasosiego, porque no podemos entender que personas. muchas de ellas profesionales universitarios, admitan y aprueben sin repulsa hechos tan graves como los ocurridos hoy en la transmisión del “Aló Excéntrico”, que pudiéramos también llamar “Aló Vocinglero”, donde no solo se insulta y despotrica del presidente colombiano, sino que con desvergüenza ordene una movilización militar sin son ni ton. Da pena ajena, la forma tan pueril como se ejerce el mando militar y el gobierno, donde el espasmo es la característica peculiar de Chávez y la ciega obediencia la de los subalternos civiles y militares.

Cuando antes hablamos del juego de guerra, lo orientamos al desempeño real de su uso en la simulación administrativa, manteniendo el concepto de guerra por su imbricación en la teoría que quiere hacer valer el presidente, que de otra cosa no sabe sino de lo que oyó en las instituciones militares por donde pasó; y donde nunca llegó a percibir el fin o la bondad gubernamental del militarismo. También se suma a su “gran capacitación militar”, las enseñanzas de los “intelectuales militares” que han conformado su estado mayor presidencial

Con la motivación de la operación militar colombiana que acabó con la vida de Raúl Reyes y un gran número de sus seguidores guerrilleros, se desbordó en epítetos de Chávez contra Uribe y su calificación a la operación como un acto de provocación a la guerra. Verdaderamente cree Chávez que Colombia, por no tener un presidente militar, no sabe nada de guerra. Subestima a los militares colombianos, quienes tienen ya mas de 60 años de preparación para la guerra antiguerrillera y antiterrorista, mientras que nosotros tenemos una Fuerza Armada pacifista, muy adiestrada en operaciones fiscales, administrativas y de mercadeo, que cuenta con una fuerza revoltosa integrada a los Círculos Bolivarianos, que nunca han oído ni siquiera el ruido de un cañón y son tan mustios, que en un acto terrorista de explotar una carga de explosivos el agente muere en el acto.

La actitud de Chávez, con su verborrea y convulsiva actitud donde ordena al MD el envío de diez batallones a la frontera con Colombia, sin que exista una emergencia ni preparación previa, demuestra lo escaso de la capacitación militar venezolana. Con lástima, da envidia oír a los voceros colombianos en el desempeño de sus roles, sin aplausos estúpidos y con la seriedad que denota el ejercicio convencido de un ser responsable y no de un mentecato tira piedras, en lo que se ha transformado el servicio ministerial venezolano.

Más que un juego de guerra, la actitud y el desempeño de Chávez es una irresponsable actitud incendiaria. Es tomar la guerra como un juego, donde su desempeño no ha sido muy valeroso, como lo demuestran sus acciones del 4 de febrero de 1992 y el 11 de abril de 2002. Más irresponsable aún es querer utilizar esta aventura, para creer que puede recuperar la aceptación popular perdida. En cierta forma, es una desgraciada actitud avalada por unos adeptos más irresponsables aún.

Como opinan muchos, Chávez, con su verbo engañoso y el manejo personal del ingreso petrolero, cree que puede lograr el milagro de desatar la adhesión entusiasta de los más necesitados y la complicidad de los grupos radicales a la causa de la conquista redentora de América Latina para el socialismo del siglo XXI. Para muchos, estamos contemplando la consecuencia de una equivocada visión delirante de la historia y de la realidad política planetaria.

Como en el anterior artículo, tenemos que reconocer la desgracia, de que ahora las obras no se presentan en el teatrillo portátil con simples escenas de dos títeres manipulados por un solo titiritero, ni tampoco con elaboradas representaciones en un espacio teatral, sino que con la conchupancia de los otros poderes públicos y lo dineros del Estado sigue encadenando los espacios televisivos con manipulados actores serviles que dan asco y pervierten nuestras mentes, al extremo de desear cualquier resultado perverso, a sabiendas de que estamos retrocediendo hasta una espada de Damocles.

Tan fuerte ha sido el envenenamiento, y tan incierto el futuro, que hemos sido capaces de lanzarnos al vacío luchando contra la intolerancia, contra el odio, contra la barbarie, contra la desconfianza, contra el engaño y la desilusión, pero manteniendo viva la esperanza. Sin embargo, seguimos creyendo que vivimos en un polvorín manejado por Chávez, que en su afán contra Colombia contradictoriamente nos protege la paciencia y el don de gente del presidente Uribe, quien pareciera entender nuestro deseo de no seguirle el juego y dejarlo solo en el ajedrez. Bien sabe el peligro que representan los hechos que están a la vista y la actitud ignorante de Chávez. Por eso habla al pueblo de Venezuela como el hermano colombiano, ya que sabe que el 2D fijó una huella en el camino de la recuperación de la sindéresis gubernamental y acabó con el sueño ególatra de la eternización en el poder.

Paradójicamente, tenemos que agradecer a Uribe ser como es y ojala que nuestros jefes militares se hayan dado cuenta del peligro que representa la actitud presidencial, no por la guerra, que en ningún momento ocurrirá, sino por la tendencia maliciosa y de enfrentamiento entre venezolanos que sigue agravando y profundizando la fractura que ya pareciera ser insalvable.

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