Reconciliación
No es posible. Agotaron la capacidad de agravios. Esas rasgaduras no suturan con declaraciones pletóricas de buenos propósitos. Tan sólo basta con mirar el rostro de Rafael Correa, el presidente de Ecuador. Un poema de arrechera de niño malcriado, mezclada con la desazón de quien sabe que lo dejaron colgado de la brocha, que fue utilizado.
El cabecilla de las hordas rojas-rojitas ávido de notoriedad, desesperó cuando el demencial proyecto de sembrar su socialismo más allá de nuestras fronteras quedó pulverizado al ser abatido, en territorio ecuatoriano por el gobierno colombiano, el narcoterrorista alias Raúl Reyes y, de paso, quedar frustrada la posibilidad de reconocimiento a un GOBIERNO REVOLUCIONARIO EN ARMAS constituido en el espacio binacional ocupado por las FARC. Montó en cólera e hizo que Correa cambiara una posición cuasi conciliatoria por otra violenta y belicista como la suya, cuya pauta marcaba de cara al mundo, por TV, ordenando la movilización de tropas hasta nuestro confín occidental.
Por supuesto que sonrisas, apretones de mano, y abrazos con palmaditas en las espaldas son sanas manifestaciones de importancia capital para, con renovados alientos, reemprender el camino escabroso que conduce a la paz por momentos extraviada. Pero como poseemos un voluminoso archivo de la conducta observada por el cabecilla en eso de romper compromisos de reconciliación y concordia una vez que ha sido pillao en falta, no creemos que tal propósito se sostenga en el tiempo. Lo conocemos. Necesita andar fomentando camorras, aquí y allá. Es su naturaleza, como el escorpión de la fábula. Porque si amara la paz, con los primeros que tendría que reconciliarse y cimentar la concordia sería con nosotros los venezolanos. Empezando por reconocer al adversario a quien no tiene derecho a insultar ni a descalificar, a quien está obligado, sí obligado, a escuchar y respetar porque no se trata de un enemigo.
De igual manera tiene que hacer carantoñas a la paz estimulando la inversión privada generadora de bienes y puestos de trabajo, para que dejemos de importar más del 70% de lo que consumimos, especialmente productos de la dieta diaria y disminuyan los altos índices de desempleo. La paz esta íntimamente ligada a la seguridad personal, jurídica, política, social, educativa; a que no se regalen por el mundo las divisas proporcionadas por el petróleo, al derecho de alta calidad de vida y todos las demás, como pensar y denunciar tropelías gubernamentales. Y es obligación del gobierno garantizar un mínimo de esos derechos que el malandraje desbordado y ensoberbecido nos viola en cada segundo.
Claro, eso poco importa a quien anda, como cabecilla de hordas rojas-rojitas, empeñado en la creación de la república venecubana y en izar su bandera en cada espacio del continente “liberado” por su espada redentora.