El partido campamental
Toda la actividad y la reflexión políticas dependerá de las siglas que, en legítima propiedad (porque es el que pone los recursos y su nombre mismo), ofrece el Presidente Chávez. Entidades como el PPT o el PCV, a menos que reaparezcan otras de infinitesimal importancia, lucen como transitorios aliados a la espera de mejores tiempos.
La principalía del PSUV en toda la órbita oficialista, ahora indiscutible, deriva de la ciega obediencia que tiene y tenga hacia el jefe de un Estado con el que tenderá cada vez más a confundirse, más allá de la exclusiva transmisión televisiva de sus actos o del obvio interés de los contratistas públicos. Pocos pueden ilusionarse en torno a la innovación del modelo de partido, siendo “un peor de lo mismo”, contentándose con acceder y – acaso – figurar en sus elencos, con las ventajas que prodiga pertenecer al campamento político dispuesto por el mandatario nacional.
La organización para-estatal servirá para ordenar un poco más a los seguidores, imponiéndoles la arbitrariedad de una disciplina prefabricada cuando haya síntomas de disconformidad, angustia o mera inquietud en cualesquiera de las instancias donde se haga presente. Y no habrá más “contenidistas” que los “audaces” que, simulando a los intelectuales, partan de las premisas discursivas presidenciales para surtir literalmente de razones a a los otros que se les ocurra pedirlas.
Aparentemente, muy pocos solicitarán y obtendrán la donación de recursos públicos para la movilización de las masas, el afichaje de las calles o la megafonización de las consignas, fuera de los conductos que establezca el partido-eje, apretando un poco más los tornillos de un andamiaje clientelar que se siente desbordado. Y a cada quien le tocará sobrevivir entre los pliegues íntimos de la organización, presintiéndose más seguros al pertenecer a una exclusiva lista de sectarios o fanáticos a toda prueba, excepto la del hundimiento del barco.
El llamado fundamental del PSUV es para hacer realidad el Estado Paralelo en el que se empeñó Hugo Chávez con la fallida reforma constitucional, duplicando los esfuerzos, iniciativas y tareas de la administración pública formal. Obviamente, cuenta con un andamiaje exageradamente frágil en términos – incluso – doctrinarios para acometer semejante empresa, so pretexto de la comunalización del país, por lo que –de proseguir el chavezato – tendrá que purgar dirigencialmente al PCV para hacerse de su escuela (tradición histórica y organizacional), pasando a mejor vida lo que un día fue el PSUV, como ayer se acampó en el MRB-200, MRV o Polo Patriótico.
Por más argumentos que agregue en sus posteriores “Aló, Presidente”, bastan dos o tres señales en el discurso del fundador con motivo de la juramentación de la directiva del principal partido gubernamental. Digamos, el absoluto desconocimiento del carácter institucional de la Fuerza Armada Nacional, creyéndole pilar insustituible del partido ceresoliano que se ha dado; el rechazo enfermizo a toda posibilidad de perder importantes entidades federales en los venideros comicios, traicionando el maquillaje democrático que también se ha dado; y la disposición de utilizar todo lamentable resentimiento u odio raciales, si fuere el caso, que nada tiene o tendrá que ver con la “sofisticación” de la lucha de clases.
Manías marxianas
Estimamos que el mayor de los silencios ante la experiencia del chavismo devenido chavezato, es el de los que cultivan militantemente en el marxismo. Modestamente, intentamos interpelarlos. No obstante, ubicados en otro planeta para defender al Presidente Chávez, incurren en manías inexplicables cuando se les interpela con respeto (no constituye irrespeto alguno ensayar ciertos calificativos, propios de la polémica política).
Por ejemplo, no decimos que Hugo Chávez es la encarnación mismísima del mal cuando tendió la trampa a los trabajadores de PDVSA, sino apuntar que tampoco es la encarnación mismísima del bien como lo pretende, pues él mismo lo confesó como un ardid que debía celebrársele. Pretender que las acciones de una parte u otra, oficialismo u oposición, respondan a un plan perfecta y fríamente calculado, a prueba de balas, es una sandez que olvida la dinámica inherente al juego político, salpicado de situaciones impredecibles, por lo que tememos de un fácil expediente maniqueo para satisfacción de propios y de extraños.
No todo aquél que sospeche de ciertas ineptitudes o incapacidades del Estado, automáticamente rinde culto al neoliberalismo. Por supuesto, el Estado ha afrontado retos con muchos éxitos y, para no mencionar a la gerencia de la otrora PDVSA, sobre la cual hay matices o diferencias, hagamos alusión a la del Metro de Caracas que mostró éxitos donde hoy caben fracasos (véase la alta rotación general de su directiva actual, la partidización absoluta de la empresa, etc.).
Es una manía marxiana más la de no reconocer que el Estado ha fracasado en la construcción de viviendas o en la prestación eficaz del servicio eléctrico y, en lugar de interrogarse sobre el modelo, le negaría el carácter histórico progresivo que le concedió el mismo Marx al capitalismo concurrencial del siglo XIX, si quisiéramos extender el argumento. Por lo demás, al “liberar” la adquisición de los “electrodomésticos” (como las computadoras o los DVD), en Cuba mínimamente debe existir un reconocimiento de un estruendoso fracaso para inventarlos y manufacturarlos, escondido en el pretexto del innecesario bloqueo estadounidense y en el carácter burgués, ostentoso o artificial que significa utilizarlos, como ha ocurrido con los automóviles.
No negamos de la existencia pasada del bipartidismo, aunque éste debe asumir el rango de “bipartidismo” orgánico que comprometía a todos los factores y sectores sociales y políticos. Imposible es cerrarse a todas las posibilidades de análisis del populismo, pero también atrincherarse en un simple enunciado del bloque histórico sin hurgar siquiera lo que entendió Gramsci por tal, perdiendo la posibilidad de actualización de una perspectiva que aún la espera, aunque no lo creamos.
Quien señale al lumpenproletariat no está incurso en delito alguno, como el del “prejuicio de clase”, pues, además de la Arendt, quien le dedicó importantes páginas, Marx y Engels deberían igualmente compartir el cadalso de los desplantes marxianos, lo que obliga a recomendar la lectura más elemental: el Manifiesto Comunista. Y de no asumir adecuadamente el ya remoto decenio de los sesenta, tan rico en representaciones sociales o imaginarios colectivos, valdría la pena tocar de nuevo a Cornelius Castoriadis o, mejor, trabajos como los publicados por la Facultad de Humanidades de la UCV.
Valdría también la pena reevaluar a Kautsky teniendo por horizonte todo el fracaso de la URSS, en lugar de denostarlo en tributo de una dura polémica que aparentó ganar Lenin. NO debemos cerrarnos a tan útil ejercicio, así como a la consulta de otros autores que, como Antonio Negri, han contado con el interés de Román Duque Corredor, otro ejemplo, a propósito de un libro sobre solidarismo cristiano.
Sea o no leninista Chávez, es asunto de dirimirlo. Y quien desée coincidir o adversar al chavezato, no debe eximirse de ejercitarlo y, en tal sentido, intentamos algo (*). Estimular el debate político significa, hoy, darle una distinta orientación a las sentencias más cómodas, facilitonas y portátiles.
Fe y anomia
A las puertas de la Semana Santa, es útil suscitar aunque sea una breve reflexión para el derecho adquirido de unas masivas vacaciones de la población que se muestra quizá indiferente al dato religioso. Frecuentemente, despierta curiosidad que entre hebreos o musulmanes haya períodos determinados en el año para una intensa oración que incluye ayunos, olvidando lo que significa entre los católicos la Cuaresma.
En términos generales, diríamos que la anomia es actuar fuera de las normas establecidas, con una vertiente positiva o constructiva y otra, negativa o destructiva. Buen ejemplo es el de referirse a las colas para cancelar el recibo de un determinado servicio y, en lugar de hacerla más ordenadamente para salir más rápido, optamos por “colearnos” en una situación que, a la postre, significa la imposición de los más fuertes: a ésta dimensión negativa, pudiera haber una ruptura positiva al romper con las colas físicamente realizadas, en favor de los tiquecks o llamadops electrónicos que puedan hacerse.
En el campo de las creencias religiosas también es posible observar un comportamiento anómico y lo más fácil es constatar que dos días de una semana al año que se dicen legitimados por el culto a lo que será una gloriosa resurrección, se convierte en una semana de festividad vacacional en nombre de la fe que se dice tener. Acaso, una pequeña Iglesia en la montaña o en la playa podrá satisfacer la aspiración por una breve misa dominical, en el curso de la diversión.
El comportamiento anómico no se reduce sólo a la Semana Mayor, pues, las familias pugnan por un distinguido y muy sacramental matrimonio, bautizo o primera comunión, mientras que ella o él, asiduos a las misas, pueden entusiasmarse con una conferencia sobre la reencarnación y hasta pertenecer a sectas que apuestan por adivinar la más golosa de ellas. Suele acudirse a la liturgia del Domingo de Ramos en procura de una palma que sirva de arma y garantía contra toda suerte de hechizos, pero olvidados del significado de la Pascua de Resurrección.
Observamos fenómenos como el de una mayor presencia de iniciados en la santería o, motivo que nos disgusta, el reparto de las hojas dominicales en la Iglesia que frecuentamos se ofrece como ocasión para el “asalto” del lugar donde se encuentre, en lugar de una cola resignada. Como miembros de la Iglesia, obviamente nos interpelamos y deseamos respuestas de quienes a tiempo completo se encargan del asunto, diligenciando todos insuficientemente.
Quien vea el “Catecismo de la Iglesia Católica” (1992), podrá descubrir un universo de exigencias y de compromisos que constituyen un dato secundario y hasta ignorado por los petulantes practicantes de siempre. Sin embargo, el caso no obedece a la personal profesión de fe que se tenga, sino a las nada transitorias circunstancias de una sociedad como la venezolana, hundida en el pantano de la anomia destructiva, pero igualmente urgida de respuestas que tienen que ver con la existencia y con el compromiso social.
De un lado, estamos hasta el hartazgo de las banalidades y decimos atravesar una revolución que se ampara en ellas. Lo que probablemente sea la “postmodernidad”, nos condena a un presentismo, a una provisionalidad o a una intrascendencia que nos ahoga y debemos reparar emn tamaña situación.
Por otro lado, recordando a los dos o tres desertores evidentemente chavistas en una misa memorable en la que José Luis Gárate (sj) leyó el documento de la Conferencia Episcopal relacionado con la reforma constitucional, parece cierto que no se han paseado por la hipótesis de una Iglesia perseguida, la que muy en principios no lo fue en Cuba y después ha pasado por lo que todos sabemos. Habituados a ciertos niveles de tolerancia, la creemos por siempre garantizada, anomizando ésta vez la Fe.
(*) http://www.a nalitica.com/va/politica/opinion/3494236.asp , replicado en: http://www.nodo50.org/rebeldemule/foro/view topic.php?p=18309&sid=892fad52a05ce42b8ff58da944440e0d ).