¿Es el café una salvación para el Alzheimer?
La jornada de Alberto comienza un segundo después de haber probado un sorbo de humeante café negrito, servido en su taza desvencijada por el uso. No es nada nuevo, millones de personas en todo el planeta –para los sureños es el mate; para los bolivianos es la bola de coca y para los ingleses es el té– asume desde niños a veces el hábito de tomar café para empezar el día. Otros incluso acuden a él, después del almuerzo y otros, más osados, lo hacen en la noche… para dormir.
Vaya tributo que se le rinde a una de las bebidas más universales, y que justamente en estos días de escasez y colas que caracteriza a la Venezuela actual, donde precisamente este producto nacional se encuentra desaparecido.
Se dice que café es la segunda bebida más consumida después del agua. Alrededor de 70 países cultivan la planta de café, con una alta variedad de diferentes especies, siendo las más importantes: Coffea arabica (arábica) y Coffea canephora (robusta). También se le conoce como la principal fuente alimentaria de cafeína. El contenido de cafeína en una taza de café (240 ml)
Sus beneficios están asociados a la cafeína (1, 3, 7-trimetil xantina) ya que posee actividad antioxidante, estimulante de actividad de mitocondria, neural y de utilización de glucosa. Contiene además compuestos fenólicos (ácido clorogénico, ácido cafeico, hidroxihidroquinona) y terpenos (cafestol y kahweol), que son efectivos en disminuir el estrés oxidativo, daño y muerte celular, debido a su actividad antioxidante. Otro componente es la trigonelina que posee actividad en la regeneración de dendritas y axón en las neuronas, por lo que mejora la memoria.
La actividad de los compuestos del café, así como el consumo regular del mismo, se ha relacionado con la prevención de enfermedades como la demencia, Diabetes Mellitus, cáncer y ateroesclerosis, revisado en Clinical Reviews in Food Science and Nutrition (2011).
La Organización Panamericana de la Salud recomienda consumir de 3 a 4 tazas de café al día (300– 400 mg de cafeína). En el embarazo se sugiere consumir menos de 3 tazas de café al día (menos de 300 mg de cafeína). Exceder el límite seguro del consumo de cafeína puede provocar efectos nocivos, tales como dolores de cabeza, diarrea, inflamación intestinal, hipertensión, y durante el embarazo, en exceso, puede provocar aborto.
EL CAFÉ Y EL CEREBRO
Estudios publicados en el Journal of Alzheimer Disease que se realizaron desde el 2009 al 2010 reportaron que el consumo moderado de café reduce el riesgo de demencia y enfermedad de Alzheimer en edad tardía. Se sugiere que el consumo sea de 3 a 5 tazas de café durante edad joven y adulta. Todavía no se han dado los resultados de estos últimos tres años.
El café descafeinado no tiene este efecto. En 2002, el American Journal of Epidemiology publicó que la combinación de factores como el consumo de vino, café y realizar actividad física regularmente, reducen el riesgo de enfermedad de Alzheimer.
En la más reciente publicada -en The New England Journal of Medicine-, el café, en sus diferentes versiones de normal o descafeinado, se erige como factor protector contra la mortalidad total y la mayor parte de las enfermedades más comunes, con la única excepción del cáncer.
El estudio supera en calidad numérica a publicaciones previas ya que los investigadores siguieron a unos 400.000 sujetos por un periodo de 15 años durante el que se produjeron más de 50.000 muertes. Su diseño es prospectivo observacional, y esto último hace que no pueda haber realmente prueba de causalidad como la encontraríamos en un estudio de intervención.
De ahí que debamos tomar los resultados con precaución ya que la experiencia demuestra que raramente los resultados de un estudio observacional, sea con el nutriente que sea, se confirman cuando se aplica el rigor y la evidencia científica de un estudio de intervención randomizado.
En este caso se da la circunstancia curiosa de que los resultados son diametralmente opuestos dependiendo de cómo se lleven a cabo los análisis. Inicialmente el consumo de café se asoció con un riesgo mayor, pero eso se debía a que el consumo de café coincidía con una dieta peor y un consumo más elevado de tabaco. Solamente tras corregir o ajustar esos factores de confusión es cuando emerge la protección del café.
Otro aspecto preocupante es el hecho de que el consumo de café solo se recogió una vez, al principio del estudio y a través de un cuestionario con todas las deficiencias de información más precisa que se hubiera necesitado conocer, incluyendo una manera precisa de medir el consumo de café normal o descafeinado y la manera de preparación, algo muy importante para dar más pistas acerca de qué componentes del café podrían ser responsables del efecto y poder avanzar en los mecanismos.
El hecho de tener sólo un punto histórico de referencia nos impide conocer qué sujetos cambiaron sus hábitos durante los 13 años de seguimiento, no sólo en lo que se refiere al café sino, más importante, a los otros factores de riesgo como el tabaco o la dieta. De nuevo, esto es un factor tremendo de confusión, que aunque los autores tratan de apañar matemáticamente, no deja de ser un ‘apaño’.
Aunque los especialistas sugieren ser cautelosos a la hora de ofrecer estas afirmaciones, en general, la tendencia sugiere que el consumo de café parece ser beneficioso y además el efecto es acumulativo, es decir, que es más protector con cuatro o seis tazas al día que con sólo una o dos. Sugiriendo esto una dosis-respuesta, pero recordemos que no es una intervención.
Además, es importante añadir, que además de los efectos sobre mortalidad, hay otro aspecto muy importante en nuestra sociedad actual que está ‘envejeciendo’: el declive cognitivo que se produce con la edad y la disminución de la vitalidad. En este caso, el consumo de café está emergiendo como un factor que puede proteger, o al menos reducir, la rapidez con la que se produce este descenso de la capacidad cognitiva así como otras enfermedades neurológicas, incluida la depresión.