Opinión Nacional

Violencia y sumisión (parte V)

El agente Tascón

Desde que se metió en líos por defender al diputado Francisco Ameliach, y luego dar unas declaraciones sobre el ex ministro de Defensa chavista, y ahora enemigo acérrimo de la revolución, Raúl Isaías Baduel, he querido hablar con el diputado oficialista, Luis Tascón.

Pero por suerte no converso con él hasta un viaje a Caracas a principios de marzo, seis meses después de que, con la Comandante Fosforito, defendió públicamente a Ameliach. Digo suerte porque en los últimos meses la trama de su historia se ha ido enredando.

El último episodio que protagonizó Tascón fue novelesco.

A mediados de febrero, espoleado por un llamado a la autocrítica que hizo el presidente Chávez a sus seguidores, Tascón decidió presentarse en la Comisión de Contraloría del Parlamento para denunciar una supuesta irregularidad administrativa del Ministerio de Infraestructura en la compra de unos vehículos para el transporte público.

Tascón entregó al presidente de la comisión una copia de un punto de cuenta del Ministerio de Infraestructura al presidente para la adquisición de 100 rústicos por un precio de 75 mil bolívares fuertes la unidad.

Tascón dijo que el presupuesto de la empresa Toyota un mes después de la solicitud fijó el precio de la unidad en 57 mil bolívares, 20 mil menos por unidad del precio que aparece en el punto de cuenta del ministerio, lo cual, señaló, constituye en total un sobreprecio de aproximadamente 4 millones.

Tascón también dijo que, además de los rústicos, en el punto de cuenta se solicita la adquisición de 200 unidades de microbuses a un precio de 180 mil por unidad cuando el Fondo Nacional de Transporte Urbano establecía en aquel momento el precio de cada microbús en 160 mil.

Tascón fue cauteloso al articular su denuncia. Subrayó que no estaba acusando a nadie y que la diferencia entre lo presupuestado y lo solicitado no era necesariamente una prueba de corrupción.

“Sólo pido que se investigue la diferencia”.

Al igual que Ameliach, el diputado seguramente no imaginó la reacción que provocaría su denuncia –denuncia, por lo demás, que ya había hecho un sindicato de transportistas (el sindicato que entregó los documentos a Tascón).

El primero en arremeter contra él fue el gobernador de Miranda, Diosdado Cabello, a quien Tascón acusa de orquestar la campaña en su contra.

Cabello, cuyo hermano puede ser visto como el blanco de la denuncia de Tascón (pues era ministro de Infraestructura cuando se cometieron las presuntas irregularidades en la compra de los vehículos), se refirió a Tascón como un “instrumento del imperio” y dijo que quizá al diputado le habían “inyectado un chip en la sangre” en un encuentro que tuvo con el presidente de Microsoft, Bill Gates.

Acusó también al diputado de tener una base política que provenía de los partidos tradicionales AD y COPEI y, más grave aún, de gestionar un pasaporte diplomático para Alex del Nogal, un banquero venezolano acusado de narcotráfico.

Sobre la denuncia en sí, Cabello no dijo mucho. Aseguró que era falsa porque los rústicos en cuestión aún no habían sido comprados.

Este argumento de la supuesta falta de fundamento de la denuncia fue reiterado por varios parlamentarios e incluso el presidente Chávez, quien resaltó el hecho de que los rústicos no habían sido comprados (los 100 rústicos, según el punto de cuenta que presentó Tascón, representan sólo un tercio de los vehículos –los 200 microbuses sí fueron comprados).

La presidenta del Congreso, Cilia Flores, declaró que Tascón era un irresponsable, primero, por presentar una denuncia sin pruebas, y segundo, por no consultar con el Bloque Parlamentario Socialista antes de hacer la denuncia.

Flores propuso en una reunión del bloque expulsar a Tascón por conspirar con el canal Globovisión y el “imperio” estadounidense contra la revolución, denuncia que, irónicamente, Flores no apoyó con pruebas a pesar de acusar a Tascón de presentar denuncias sin fundamento.

Pero esto no fue todo. El día que se anunció la expulsión de Tascón del bloque, apareció en los medios un oscuro militante del PSUV denunciando un plan del diputado para desestabilizar el gobierno, que incluía el asesinato de la ex esposa de Chávez, Marisabel Rodríguez.

Y ese mismo día apareció el diputado Carlos Escarrá (que, por cierto, estuvo con Tascón en el encuentro con Bill Gates) mostrando una supuesta carta de Tascón al canciller Nicolás Maduro pidiéndole ayuda para renovar el pasaporte de Alex del Nogal.

¿Hay algo de cierto en estas denuncias? Quién sabe. Pero, como dice Tascón, es sospechoso, sino risible, que todas surgieran inmediatamente después de que Tascón presentara su denuncia en la Comisión de Contraloría.

Otro detalle risible, dice Tascón, es su supuesta expulsión del PSUV, que Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello anunciaron en el canal estatal Venezolana de Televisión (VTV). Tascón dice que Cabello y Rodríguez le mintieron al país diciendo que él había sido expulsado del partido por decisión unánime del Congreso Fundacional. Asegura que “el Congreso Fundacional nunca votó.”

¿Votó el Congreso Fundacional? No votó. Sobre este punto Tascón dice la verdad. Pero lo que no dice Tascón es que, cuando lo expulsaron, Cabello y Rodríguez seguían órdenes de Chávez. El presidente mismo dijo a VTV que él había dado la orden de la expulsión.

“No tengo alternativas fuera del chavismo”

Conversar con Tascón es una experiencia confusa. A ratos, sobretodo cuando habla de Diosdado, sus argumentos son sólidos y coherentes. Durante nuestra conversación, varias veces siento que hablo con un hombre con una inteligencia quizá no refinada, pero si viva, ágil, rápida.

Pero luego, cuando uno involucra a Chávez en la conversación, su discurso se vuelve débil, esquivo y, a ratos, incoherente. Por más que uno lo presione, Tascón se resiste a criticar duramente al presidente. Por más que uno trate de convencerlo de que la campaña de Diosdado Cabello en su contra obviamente contaba con el beneplácito presidencial (y quizá con su activa colaboración), Tascón insiste en que el presidente ha sido “mal informado.”

Los ejemplos sobran. Cuando le pregunto si no le parece irresponsable que Chávez no hiciera preguntas sobre el sobreprecio de los microbuses, Tascón responde que “eso es responsabilidad de nosotros; el presidente es ejecutor; nosotros tenemos el compromiso de controlar.” Cuando le pregunto por qué critica el discurso maniqueo y de descalificación de Diosdado pero no el de Chávez, Tascón me dice que no es su rol criticar al presidente “porque él tiene su estilo.”

Lo mismo pasa cuando le pregunto sobre el episodio de Francisco Ameliach (ver parte IV de este reportaje). ¿No le parece un abuso de Chávez la manera como castigó a Ameliach por expresar simples críticas, preocupaciones y sugerencias? ¿Es ese el trato que merece quien arriesgó su vida por él durante los sucesos de abril de 2002? Tascón me explica lo ocurrido diciendo que la “carta [que mandó Ameliach] generó una reacción en sectores cercanos al presidente que lo mal informaron.” Es decir, la culpa de lo que Chávez piensa no la tiene él, sino su entorno, que le mete cosas en la cabeza.

¿Se cree él mismo estas idioteces? No: Tascón es demasiado vivo e inteligente para eso. ¿Por qué, entonces, le cuesta tanto romper con Chávez? La respuesta es compleja. En parte es admiración. Tascón admira a Chávez. Mientras hablo con él, se refiere a Chávez varias veces como un “líder histórico.” Otro factor es que la decisión de romper con Chávez no es fácil. Tascón lleva años siendo chavista. No es fácil abandonar, así por así, el proyecto político con el cual ha estado vinculado –y en el que ha creído– durante más de una década.

Pero hay otra razón, quizá más poderosa, que Tascón abordó en una entrevista que le hizo hace unos meses un diario. En esa entrevista Tascón expresó con brutal honestidad que él no tenía alternativas fuera del chavismo.

Durante nuestra conversación, decido recordarle la entrevista. Le recuerdo que en ella explicó que, por la lista, es una figura odiada por la oposición y que, si la oposición toma otra vez el poder, sería perseguido y probablemente encarcelado por violación a los derechos humanos. Le pregunto si detrás de su apoyo a Chávez hay un factor de supervivencia personal.

Al principio Tascón es tajante. Me dice “no, no, lo principal son razones ideológicas.” Pero luego, sin que yo lo presione, admite que sí hay un elemento de supervivencia personal detrás de su apoyo a Chávez. “Para nadie es un secreto que la oposición me odia.”

Esa creencia de Tascón arroja luz sobre el círculo vicioso de la polarización. Con o sin razón, muchos oficialistas sienten que serían perseguidos y posiblemente encarcelados en un gobierno de oposición. Y sentir que no sobreviven sin Chávez es un poderoso incentivo para permanecer en las filas oficialistas. Sentir que no sobreviven sin Chávez es también un incentivo para ayudarlo a hacer todo lo que sea necesario para perpetuarse en el poder, labor, por supuesto, que atiza el odio que ya muchos opositores del gobierno sienten por ellos –reforzando así la idea de que no tienen vida fuera del chavismo.

Y sentir que su futuro depende de la permanencia de Chávez en el poder, los convierte, además, en sumisos, o los obliga a soportar y aceptar con la cabeza agachada los abusos y atropellos del presidente.

Es verdad que Tascón quizá es un ejemplo extremo, porque pocas figuras chavistas son tan odiadas por tantos militantes de oposición. Pero apostaría a que muchos en el oficialismo consideran su adhesión a la revolución no sólo como una oportunidad de acumular poder, reconocimiento, riquezas, etc., sino también como una cuestión de supervivencia personal.

Nota final: Mientras edito esta última parte del reportaje el diputado oficialista, Wilmer Azuaje, decide presentar una denuncia contra la familia de Chávez en la Comisión de Contraloría. La reacción en el Parlamento es similar a la que provocó la denuncia de Tascón. Ataques contra Azuaje. Descalificaciones. Denuncias sin fundamentos en su contra. Se decide que la Comisión de Contraloría investigue las acusaciones de Azuaje, pero también, insólitamente, se pide una investigación al denunciante por “los recursos económicos que utiliza para la difusión de su denuncia.”

Llamo a Tascón. Le digo, molesto, que le están haciendo a Azuaje lo mismo que le hicieron a él. ¿No va a decir algo en su defensa? ¿No va a fijar posición? ¿Cómo es posible que se amenace con una investigación a todo el que haga una denuncia? La respuesta de Tascón –que horas después reiteró valientemente en rueda de prensa– llena todas mis expectativas. Me dice que ya se pronunció en el Congreso contra las descalificaciones, y me aclara que condena rotundamente el hecho de que se intimide a los diputados por presentar denuncias.

“Entonces, señor Tascón, ¿cuándo va a admitir que, en última instancia, el culpable de esta intransigencia es Hugo Chávez?”

Tascón se ríe y se niega una vez más a suscribir mi opinión. Pero algo me dice que, poco a poco, su compromiso con Chávez se ha ido resquebrajando. Escuchándolo hablar con orgullo de su propuesta de ley “infogobierno” (para aumentar la transparencia en la administración pública), siento que este hombre, a quien tantas veces he criticado en los términos más duros, quizá pronto cruce esa línea que tanto le ha costado cruzar. Y allí, en esa nueva posición, quizá el sol va a iluminar su mejor lado.

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