El valor de la libertad de expresión
Para los dueños, directores o principales de los medios de comunicación independientes de América fue difícil mantener la decisión de celebrar en Caracas, la Asamblea de mediados de año correspondiente a 2008 de la Sociedad Interamericana del Prensa. Amenazas y presiones de todo tipo se aplicaron para impedirlo. Compromisos asumidos para el alojamiento, transporte, alimentación y recreación, entre otros, se disolvían en los meses finales del año pasado tanto en la capital, como en las ciudades alternas de Porlamar y Maracaibo. Múltiples presiones del gobierno, abiertas unas y encubiertas la mayoría, así lo fueron determinando. El miedo, el temor a la represalia que se anuncia o se preconcreta mediante visitas especiales o sanciones condicionales proyectaban la casi imposibilidad de concretar el evento. Se llegó a pensar en alojar a los delegados en casas de familia y celebrar las reuniones en plazas públicas o parques, todo lo cual se descartó por razones de seguridad.
Poca gente sabía de la existencia de un Plan B para trasladar el evento a Panamá con todo tipo de garantías y facilidades. Sin embargo, la tenacidad de los organizadores y el amplio rechazo de los venezolanos al aberrante proyecto constitucional chavista el pasado 2 de diciembre, que quitó legitimidad a toda iniciativa socialistoide pasada, presente y futura y la convicción general de que el régimen ha entrado en una barrera irreversible, fue facilitando las cosas hasta que el objetivo pudo alcanzarse. Como venezolano expreso mi gratitud a quienes lo hicieron posible.
La libre expresión del pensamiento sería ineficiente de no existir medios verdaderamente independientes para concretarla. Los que van quedando en Venezuela han sido ejemplo y guía en los momentos más difíciles de este tiempo tan incierto como perverso. No distingo entre medios públicos y privados. Prefiero hacerlo entre los independientes y los que no lo son, entre los que no dependen del estado-gobierno y aquellos de capital y línea editorial oficiales a los cuales se suma ahora una nueva categoría de medios “privados” que responden ciegamente a los intereses del régimen. Estos últimos, con pocas excepciones, comprados o instalados con dineros provenientes del gobierno o de la corrupción de los prevalidos del oficialismo. Parten de la idea de un ciudadano común estúpido que no sabe distinguir. Piensan que ésta es una sociedad idiotizada que se puede dominar y controlar sobre la base del dinero y de la mentira repetida propagandísticamente hasta el cansancio. La realidad ha sido otra. A mayor abuso comunicacional mayor ha sido el rechazo del colectivo a este estado-gobierno completamente de espaldas a la nación. La SIP pudo ser testigo y protagonista de la realidad venezolana por unos días. También de los desesperados esfuerzos del gobierno para montar un show mediático paralelo que retrató de cuerpo entero la farsa de un régimen agotado.