Rómulo y la prudencia diplomática
Preguntarse ¿hasta donde llega la prudencia diplomática? es averiguar cuántos y cuáles “sapos” un representante de un país debe tragarse para no molestar a su contraparte.
El régimen venezolano no se ha tragado ninguno. Los insultos de “el finado” y de Maduro a presidentes, reyes y embajadores ha sido profusa. El último incidente: acusar al expresidente Aznar de asesino, por la invasión de Irak hace 11 años. El Canciller español calificó la declaración de “inaceptable”. Pero terminará tragándose el “sapo”. Y susurrará que son los intereses económicos de su país lo que estaban en juego.
Al comienzo de la Venezuela democrática, la “doctrina Betancourt” dictaba que el país no tendría relaciones con las dictaduras militares de la región. Incluso Rómulo llegó a romper relaciones gobiernos como el de Argentina. También fue precursor de la Carta Democrática cuando solicitaba que a la OEA un acuerdo para que “no puedan formar parte de ..[ella]…los gobiernos que no hayan sido elegidos por el voto del pueblo y cuyo carácter representativo no sea inobjetable”. Después esta política se cambio por una que criticó a la anterior por aislacionista y se abrieron relaciones con las dictaduras. Luego en el mundo reinó el pragmatismo económico, donde lo importante son los buenos negocios, sin realmente importar temas como los DD.HH. y la democracia.
Se ha llegado a aceptar, en el caso de la Venezuela chavista – y otros-, la existencia una “política internacional de gobierno” vis-a-vis una “política de Estado”. Política cuyo objetivo son los intereses del régimen (mantenerse en el poder) y no los de toda una nación. Los demás gobiernos callan y apoyan tácitamente esto. Temen criticar pues les puede pasar como a, por ejemplo, Panamá o Colombia cuyos presidentes se atrevieron y se les paró el pago de la deuda a sus empresarios.
Callar es condenable moralmente y afecta el tejido democrático internacional. Pero es más grave cuando se trata de DD.HH. y democracia, y los que se tragan “el sapo” son los que antes sufrieron persecución y torturas, y/o las denunciaron y pidieron ayuda para combatir esos regímenes en sus países.
Varios presidentes al dejar sus cargos, o antes de salir, hacen algún comentario o denuncian al régimen de Caracas para aplacar sus conciencias. Recientemente el uruguayo “Pepe” Mujica le dijo a Maduro que “es una desgracia que tenga presos políticos”. Debió recordarse de sus años de preso político cuando tuvo el poder para hacer algo. ¡Cómo hacen falta “Rómulos”!