La inocencia habla a Isaías
Me dirijo a ti Isaías. No soy solamente aquella que carece de malicia o refiero únicamente a quien no es culpable o no hace daño. En lo básico constituyo una virtuosa condición terapéutica de espontaneidad y frescura con la que los individuos y las naciones emprenden su vital lucha por la vida. Soy exaltación suprema de la autonomía personal y de la conciencia, me mantengo en perpetua estimación de vuestras acciones y en el urdir libre de sus conductas, cuyo destino irremediable, por encima de las prescripciones de las leyes y de los hombres, son dos tan solo: la absolución total y definitiva de la conciencia personal liberada, o, la condena de una hostil, abrasiva y carcelaria culpa.
Tu país vive una ya larga era de infamia. La gente es tratada a empujones y golpeada con las culatas de mendaces palabras, de verdades en uniforme y el grito en el aire de las voces de mando de tus invasivos camaradas. Bajo la argucia, la mentira y el engaño, me han engatusado y con ello a tus compatriotas, pero lo han hecho, esta vez, en esa acepción de inocencia tomada por el lado del incauto tonto, de la escolar que es llevada, al fragor de sustanciosas golosinas, de palabras y de promesas, para ser ultrajada luego en el himen de su inocencia
Debo confesarte Isaías, que no creí que tu cayeras sin resistencias en las provocaciones de lo inconcebible. Hasta condenaste el golpe militar que protagonizara el truculento personaje que está demoliendo a tu país, al que ahora sirves sin condiciones como su albacea y guachimán de primer servicio. Siendo tú el primer Vicepresidente de la Asamblea Nacional Constituyente casi toda Venezuela, aún la que adversó el movimiento político cuyos rasgos daban mucho para saber adonde llevaría a aquel país y que no se equivocaban en advertirlo, guardaba en ti la confianza del civil decente y probo que garantizaba de alguna forma la contención de las pasiones y el ajuste a los desbordes de la legalidad. Muy pronto te encargaste de sacar de su error inocente a quienes te otorgaron aquella presunción de que me tenías. Lo lograste en tiempo récord.
Pero aún con tus antecedentes y méritos como sostenedor de la tropelía que desgarra a Venezuela ¿quién podría haber imaginado que el carro bomba explotado, en no se sabe que instante, en tu corazón- quizá generoso en algún momento de tu vida – iba a degenerar en la mugrienta libreta de indignidades en que se ha trasmutado tu condición humana?
Hoy el mundo sabe, Isaías, de lo que fuiste capaz. Inventaste primero una mentira, para fabricar luego tu propio testigo mentiroso y masturbado por el aburrimiento de tu incompetencia, al impulso de tus odios, alteraste la verdad, para deliberadamente enviar los perros asesinos de tu justicia. Contigo y a pesar de ti, lejos de haber acabado con la inocencia, la has resucitado.
No te hagas ilusiones de quedar absuelto por cobijarte en el poder. Ahora serás más perseguido que nunca, sin actas forjadas ni falsos testigos, fiscales, policías ni perseguidores. Aquí en los oscuros anaqueles y los riscos de tu conciencia, me he hecho un nicho. Te desafío, ¡anda!, mándame a los verdugos de tu tropa.