La viga en el ojo
1.-
Pocos supimos que los polvos removidos el 4 de febrero de 1992 llevarían al telúrico deslave de estos lodos. Y muchísimos menos fueron los que atisbaron la tragedia que incubaba en su seno el triunfo electoral del teniente coronel Hugo Chávez. Para quienes tuvimos la plena certeza de la tragedia que se avecinaba, vivirla día a día ha sido tan amargo como beber del cáliz gota a gota. Ni siquiera ver el regreso de tanto equivocado a las filas de la decencia y la honestidad ha servido de consuelo. Incluso cuesta un mundo perdonarlos. El mal lacerante infringido a la república es de tan destructora dimensión, el daño a la Nación tan profundo y de tan lamentables proyecciones, que aún hoy nos preguntamos si seremos capaces de asumir la pesada tarea de la reconstrucción nacional y no fracasar en el intento.
El país se halla en ruinas, devastado. La gravedad del deterioro moral y la auto mutilación de nuestra tradición y nuestros valores es tan severa que difícilmente podemos imaginar el esfuerzo que habremos de realizar para enderezar lo que hoy luce tan torcido. El daño causado es medular y afecta a nuestra propia esencia. Venezuela yace humillada y vencida. Por los suelos.
La gravedad del mal y el daño causado son doblemente dolorosos, porque el extravío que hemos sufrido y seguimos sufriendo nace de lo más profundo de nuestra idiosincrasia y pone de relieve taras ancestrales y males atávicos que dos siglos de vida republicana no han sido capaces de extirpar: el caudillismo, la autocracia, la barbarie, la incultura, la brutalidad, la irresponsabilidad ciudadana, la veleidad, el estupro, la violencia, la estulticia.
Cuarenta años de democracia ininterrumpida, de tenaz laboriosidad y pacífico desenvolvimiento, de progreso y civilidad no lograron vencer las fuerzas ocultas de la regresión. La modernidad pareció sucumbir ante el atraso y nuestra cultura retroceder ante la barbarie. Del fondo del tiempo, como del oscuro corazón de nuestras tinieblas, se han vuelto a levantar los fantasmas de la disolución y la anarquía, la prepotencia y la ilegalidad, el caos y el estupro, el feroz individualismo y el irrespeto a todas las normas de vida comunitaria. El caso Anderson, propio de regímenes totalitarios, muestra la llaga y la purulencia en estado vivo. Si fuera el nuestro un país sano y decente, ya los responsables estarían en la cárcel y el presidente hubiera puesto su cargo a la orden. Se trata de un escándalo infinitamente más grave y de más severas consecuencias que los llamados Vladivideos, que le costaran la pérdida del poder y la cárcel a Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. En Venezuela, la máxima expresión de la putrefacción del régimen, se atreve a afirmar sin que se le arrugue el semblante que «Hugo Chávez es el presidente más honesto y demócrata que ha tenido Venezuela». Y nadie dice nada.
El mal no está fuera. Está dentro de nosotros. Extirparlo sólo será posible luego de exorcizar todos nuestros atavismos. Mediante una auténtica revolución moral. Movilizando nuestros mejores espíritus y poniendo en acción nuestras últimas reservas. Estamos ante una gigantesca tarea: la reconquista de nuestra integridad. Si es que nuestra integridad no ha sido herida de muerte por el asalto del fascismo imperante y todavía nos queda decencia a la que asirnos.
2
Después de estos nueve largos años de pesadilla y humillación, lo lógico sería advertir el nacimiento de un poderoso aliciente de patria y nacionalidad en quienes tienen las altas responsabilidades de la representación pública de la oposición a estos tiempos de tinieblas. El predominio de la sensatez y el sentido común por sobre la banalidad de espurias y mezquinas ambiciones. El triunfo de la inteligencia por sobre la estupidez, de la seriedad por sobre el carnavalismo. Y de la moral pública por sobre la inmoralidad dominante.
Para nuestra infinita desgracia debemos constatar con horror que la patria no les duele a muchísimos venezolanos que han hecho de la política su oficio y del poder su máxima ambición. Quienes debieran estar dando el ejemplo de integridad y grandeza muestran la bajeza de pedestres y miserables intereses. Llegando al colmo de rebajar sus aspiraciones a cambio de mantener las sinecuras. íY esos pretenden ser el futuro liderazgo de la patria!
Llega a ser ridículo y bufonesco: íya pelean por el derecho a ser los candidatos a la presidencia de la república en el 2012! Cuando Venezuela más bajo ha caído por culpa de la insólita mediocridad de un militarote convertido en Juez Supremo de la República y la tropa de desarrapados que se pegan a las ubres del Petro-Estado cual sanguijuelas insaciables, más de manifiesto queda la pobreza espiritual que nos carcome.
¿Cuál de estos candidatos dispuesto a bajar de aspiraciones pasando de gobernadores a alcaldes se acerca a los tobillos de Rómulo Betancourt? ¿En que se diferencian de los capataces que condujesen a la ruina a los grandes partidos tradicionales? ¿Quién de ellos ha sufrido la cárcel, el exilio y la desesperanza de ver desangrarse a su patria como la vieran los grandes líderes de la generación del 28, de los maltrechos restos de cuya obra – rebajada y prostituida – aún disfrutamos? ¿Quién de esos tres o cuatro candidatos puede medirse con Rafael Caldera, con Jóvito Villalba, con Rómulo Gallegos, con Gonzalo Barrios, con Arístides Calvani, con Beltrán Prieto Figueroa? Todavía pesa en nuestra conciencia la grandeza de quienes gobernaron en estos últimos cuarenta años, ejercieron la representación parlamentaria, llevaron la toga de altos magistrados y ejercieron la cátedra y el periodismo de altura.
¿Cómo comparar a quienes usurpan esa tradición parlamentaria postrándose ante un caudillo ágrafo y analfabeta con parlamentarios de la talla de Tarre Murzi, Moisés Moleiro, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva, Andrés Eloy Blanco, Gustavo Machado y tantos y tantos otros?
Es con ellos que estamos midiendo a quienes pretenden dirigir nuestros destinos. De ninguna manera con los Pedro Carreño o los Isaías Rodríguez, con las Cilia Flores y las Lina Ron, con los Luis Tascón y los Darío Vivas. Que en el pasado no hubieran llegado a bedeles del Capitolio. La oposición debiera apostar a la grandeza de la patria. Los años de cárcel y destierro, la miseria causada por injustos despidos, el sufrimiento silente de madres y padres de más de cien mil asesinados y los herederos de nuestras gestas que ven humillado el uniforme por mercenarios sedientos de dinero no esperan ser recompensados por la mediocridad, la ignorancia y la mezquindad de líderes de pacotilla.
La oposición espera por la grandeza de sus hijos. Que los mercachifles, estafadores y filibusteros de la política, elevados al rango que hoy ostentan por la súbita ceguera colectiva, no se equivoquen. No la tendrán fácil. Si no demuestran aquí y ahora que valen más que los ocasionales cargos que representan, serán barridos de la faz de la patria. Como aquellos capataces que no supieron defender nuestra institucionalidad y hoy vegetan en el olvido de la más espantosa mediocridad.
Es bueno tenerlo presente.