Desconfianza e impolítica
Al parecer el sentimiento de desconfianza presente en nuestras sociedades en una constante. Dicho fenómeno llegó para quedarse, se ha instalado por decirlo de alguna forma en todos los niveles y ámbitos. Es por ello que la desconfianza se registra como un sentimiento y actitud frente a nuestras instituciones, poderes públicos, procedimientos, lideres e incluso se extiende al trabajo e incluso otras esferas más reducidas y cercanas.
Cabría preguntarse si tal sentimiento es una constante universal o más bien una variable alojada en nuestro país y sociedad en las últimas dos décadas, en las que hemos observado como la propia dirigencia tradicional y también la emergente trastoca valores, ética, principios y reglas elementales de juego que son las que permiten darle cohesión y estabilidad no sólo a la política como actividad noble y de servicio, sino además, permiten cimentar a una sociedad sobre valores elementales como el trabajo, la palabra, la honradez, el esfuerzo, ingenio y esmero como claves del progreso y el triunfo.
Venezuela ha sido un amplio laboratorio de cosas buenas y también de fechorías y prácticas y vicios degradantes. Son justamente esos vicios los que correen los valores y generan la desconfianza, la perdida de certeza en un procedimiento, en un determinado funcionario público, o en un poder público que se afirma autonómico en términos de formalismo jurídico, más no en su actuación y ejercicio, y que aunado a la incompetencia, la falta miopía de nuestros líderes y quienes ocupan las posiciones de dirección conforman una situación que sólo puede ser revertida con trabajo, con voluntad y con asumir nuestros roles como ciudadanos y actores en un país que no puede seguir evadiendo las responsabilidades y cambios.
La legitimidad debe ser recuperada y resituada como una cualidad y entidad jurídica y política estrictamente procedimental asociada a la confianza y aprobación de una sociedad y unos ciudadanos en relación a su dirigencia, a proyectos y gestiones. Es ahí donde los partidos sean viejas estructuras u organizaciones emergentes, tienen mucho por hacer y recuperar frente a la despolitización, y más aún, frente a la impolítica como expresión de desconexión, pasividad y falta de aprehensión ciudadana hacia los problemas cotidianos.
A una década de desazón, de populismo exacerbado y de socavamiento de las bases procedimentales de la política democrática y de la propia democracia como régimen político, urge apostar a una repolitización, a la necesidad de tender puentes entre sectores democráticos que verdaderamente asuman el compromiso de defensa del régimen de libertades, y más aún, permitan la posibilidad de pensar un cambio en las lógicas, en los actores y en las actuales formas de hacer política, que lejos de apartarse de lo más nefasto del pasado cercano de Venezuela han reproducido y aumentado los vicios y las prácticas depredadoras.
Los vicios y las prácticas depredadoras del gobernó actual se traducen en que un país como Venezuela con un barril de petróleo cotizado a 110 dólares muestre una economía enferma, improductiva, regresiva en la que la inflación anualizada de este año será cercana o más de 30%, un desempleo de 15%, una violencia e inseguridad en nuestras ciudades, el deterioro sostenido de la infraestructura de carreteras y autopista, hospitales, centro educativos, universidades, ambulatorios, etc., y naturalmente un gobierno que no es capaz de generar bienestar para sus nacionales, de mejorar los estándares de vida de los venezolanos pero que se desvive por ayudar los pueblos del mundo, y además, como si fuera poco se intenta forzar esa nefasta propuesta de reforma constitucional que los venezolanos rechazamos el 2D. Frente a la desconfianza y la impolítica nos corresponde salir al paso con propuestas, con ideas, con esperanzas y con una firme voluntad de hacer las cosas bien para los ciudadanos volvamos a creer en el país, en los poderes e instituciones.