Los nuevos revolucionarios
A finales de marzo el diputado de Barinas, Wilmer Azuaje, decidió, después de una década de ferviente militancia chavista, romper con el gobierno con una acción temeraria: acusó de corrupción a los hermanos del presidente Chávez, Argenis y Narciso. Armado con un arsenal de documentos, testimonios y videos, recolectados durante varios meses de paciente investigación, el diputado aseguró que los hermanos Chávez habían adquirido por montos millonarios varias fincas en el estado Barinas a través de testaferros. En total, dijo Azuaje, la familia Chávez es dueña de 17 fincas en el estado, la mayoría de ellas compradas con dinero público.
¿Me sorprendió esta denuncia? En lo absoluto. La corrupción en Venezuela es tan común que ya hace tiempo dejó de sorprenderme. Pero lo que sí me sorprendió fue la reacción a las denuncias. Y no me refiero a la reacción de voceros del oficialismo, que enseguida comenzaron a lanzar sus predecibles insultos y descalificaciones contra Azuaje, acusándolo de narcotraficante, agente de la CIA y de tener vínculos con los paramilitares colombianos (el Congreso incluso le abrió una investigación por los “recursos millonarios” que había gastado el diputado en “difundir” sus denuncias). Lo que me sorprendió fue la reacción del pueblo barinense, que yo imaginaba chavista hasta la médula. Poco después de presentar sus acusaciones, Azuaje organizó en Barinas una marcha de protesta contra la corrupción y el nepotismo. A la marcha asistieron 35 mil personas, desbordando la calle Camejo, una hazaña que, según Azuaje, sólo habían logrado dos personas en la historia de Barinas: Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez, los dos políticos más populares de la historia contemporánea de Venezuela.
Lo interesante es que el caso de Azuaje puede ser un síntoma de algo más grande que se remece en las entrañas del chavismo. En las últimas semanas seis chavistas conocidos se han desligado voluntariamente del Partido Socialista Unido de Venezuela, incluyendo a Henry Falcón, popular y competente alcalde de Barquisimeto que, pese a la explícita prohibición del presidente de no adelantar candidaturas, decidió lanzarse a la gobernación de Lara, acaso previendo un saboteo de su candidatura por parte del actual gobernador, y viejo compadre de Chávez, Luis Reyes Reyes, que quiere aprovechar su amistad con el presidente para que su hijo herede la gobernación (el PSUV expulsó a Falcón, pero luego, temiendo un efecto dominó, decidió reintegrarlo).
Y, además de estos disidentes, algunos periodistas que cubren de cerca el Congreso me dicen que casi un tercio de los diputados (Azuaje me aseguró que él se reunía con 55) no están contentos con la dirección que ha tomado la “revolución.” Tres de los disidentes, los diputados Luis Tascón, Wilmer Pérez y Luis Díaz Salazar, acaban de crear un partido, “Nuevo Camino Revolucionario,” con el que pretenden explotar este descontento. El costo de deflexión del PSUV sigue siendo muy alto, lo cual quiere decir que el descontento, si es tan amplio como se dice, no se va a traducir automáticamente en deflexiones. Pero si el PSUV sigue excluyendo a las bases de la toma de decisiones, y si la corrupción y la ineficiencia siguen corroyendo la popularidad de Chávez, es probable que el goteo de disidencia se acelere.
Por supuesto, un factor importante detrás de estas deflexiones son las elecciones regionales de noviembre. Muchos chavistas aspirantes a alcaldes y gobernadores piensan que, independientemente de su popularidad, la cúpula del PSUV los va a desplazar con candidatos con menos mérito pero mejores conexiones. Tascón, Díaz Salazar, los dos Wilmeres (Azuaje y Pérez) y Henry Falcón, todos tienen aspiraciones que fueron o podrían ser asfixiadas por la falta de democracia interna del PSUV.
Sin embargo, que exista una mezcla gris de motivos donde la codicia y la ambición personal se confunden con el desencanto producto de la corrupción, la ineficiencia y el nepotismo, no quiere decir que el desencanto es falso. Wilmer Azuaje quizá no quiso por mucho tiempo reconocer los excesos de la “revolución,” pero eso no le quita el derecho a sentir ahora, que la vida lo ha forzado a confrontar estos excesos, la sensación de indignación y repugnancia moral que, desde hace ya años, hemos sentido muchos.
En el fondo, estas deflexiones ponen de relieve algo importante que a algunos de nosotros, no injustificadamente, se nos hace fácil olvidar. En esa masa de seguidores activos del presidente, que a primera vista parecieran, por debilidad, estupidez o codicia, haber abdicado de su dignidad y de sus facultades críticas, y somatizado las ideas y el discurso divisorio, violento y mentiroso del presidente, hay seres humanos de carne y hueso, con conciencia e inquietudes morales, a los que quizá los incomoda las cada vez más flagrantes contradicciones del “proceso.” Quizá algunos –pienso en Diosdado– son personas inmorales con una visión oscura de la vida en la que todos somos, a fin de cuentas, canallas y rufianes que, si no estamos enriqueciéndonos como ellos, no es por ética o por principios, sino por falta de talento y habilidad para detectar y tomar los atajos del poder. Pero no todos los chavistas son así. Una parte, sospecho, son personas a los que no les gusta verse a sí mismos como seres viles y malvados, y que son capaces de llegar a extremos delirantes para racionalizar y justificar su posición.
Hace año y medio, por ejemplo, nadie imaginaba que los siete diputados del partido Podemos se convertirían en una de las voces más lúcidas de la oposición. Nadie imaginaba que Ismael García sería tan efectivo combatiendo las mentiras, el maniqueísmo y las contradicciones del discurso de Chávez desde ese estrechísimo terreno gris, no polarizado, que él ha abierto entre la oposición y el chavismo. Tampoco nadie imaginaba que el general Baduel, que en ese entonces, al parecer, estaba en guerra con su consciencia, se apartaría del ministerio de Defensa, rompería con el gobierno y se convertiría en un elocuente y poderoso adversario del presidente, quizá la pieza que inclinó la balanza el pasado diciembre para que Chávez aceptara los resultados del referendo. El potencial de decencia y la capacidad de rectificación de estos dos hombres fue seriamente subestimado.
Irónicamente, Chávez ha sido el que ha explotado este potencial de decencia de varios de sus seguidores. A veces me da la impresión de que, con sus atropellos, el presidente arrincona a sus colaboradores en un lugar en el que no les queda sino ser honestos. Es decir, los ataques son tan injustos e irracionales que ellos, advirtiendo que su futuro no depende del debate racional, sino de los juegos sucios del poder, se dan cuenta que la única (y poderosa) herramienta que tienen para luchar contra todas esas injusticias es la verdad. ¿Qué más podía hacer Tascón cuando, por hacer una simple denuncia de corrupción, Diosdado Cabello orquestó una campaña en su contra, llamándolo agente de la CIA, socio de Bill Gates, narcotraficante y asesino? ¿Enzarzarse en esa guerra sucia de mentiras, manipulaciones y descalificaciones que de antemano sabía que iba a perder? ¿O aceptar, como hizo Francisco Ameliach, que había “cometido un error”? El mejor camino que podía tomar era también el que lo iba a hacer sentirse mejor como ser humano: decir la verdad.
¿Se conformará, entonces, una fuerza de “nuevos revolucionarios” lo suficientemente poderosa como para arrebatarle de las manos a Chávez la antorcha simbólica de la “revolución”? Más importante aún, de concretarse esta fuerza, ¿impulsarán estos “nuevos revolucionarios” una corriente verdaderamente democrática dentro del chavismo? Todavía es muy temprano para especular. Por ahora, al menos sabemos que estas deflexiones conllevan dos beneficios importantes. En primer lugar, asoman la posibilidad de reforma dentro del chavismo, lo cual es extremadamente importante porque, considerando que esta fuerza política no va a desaparecer, lo mejor que puede pasar es que transmute poco a poco en un movimiento moderno y democrático.
En segundo lugar, estas deflexiones hacen ver a los que todavía siguen con Chávez que hay una vida posible fuera del chavismo duro, y que hay un espacio político libre además del que ocupa la oposición tradicional, bando heterogéneo con el que muchos de ellos, genuinamente, no se sienten identificados. Y este espacio no es simplemente un lugar donde pueden refugiarse y apenas sobrevivir. Es un espacio con tremendo potencial político. Porque no se debe olvidar que, aunque las encuesta señalan que la popularidad Chávez baja, también indican que la de la oposición tradicional no sube tanto como debería, lo que significa que hay una apertura grande para nuevos actores, vengan de donde vengan. Chávez se montó en el tren de la Historia aprovechando una de estas aperturas.