Opinión Nacional

La izquierda revolucionaria en la calle ciega


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No hay peor ciego que el que no quiere ver: es lo que le sucede a la sedicente izquierda revolucionaria, el último lastre de la izquierda borbónica de cuya pertenencia se jacta sin tapujos el presidente de la república en sus charlas informales con la prensa internacional. Cree el pobre hombre ˆ Uslar Pietri dixit ˆ que al adjetivar el sustantivo con tan venerable palabrilla deja de ser un autócrata decimonónico, militarista, ágrafo y fabulador, para elevarse automáticamente al rango de los derrengados próceres revolucionarios del socialismo real: Lenin, Mao, Stalin o Ho Chi Minh. Sin advertir que ninguno de ellos se la pasaba de cumbre en cumbre dando ruedas de prensa dignas de consumados payasos. Con perdón de tan importante gremio de artistas, que ya reclaman indignados por ser rebajados a la estatura de nuestro inefable teniente coronel. Ya perdida por la gravedad de la enfermedad mental que padece su divertida e hilarante locuacidad de antaño.

Lo más grave de tal ceguera ˆ la que afecta al ideólogo de la izquierda revolucionaria, Heinz Dieterich y a su asesorado, el presidente de Venezuela y su trouppe ˆ es que coincide con el tiempo de Dios, que comanda como un marionetero metafísico los hilos de la historia y que, según la conseja, ciega a quienes quiere perder. De modo que estamos ante una doble ceguera: la endógena, vale decir: la inducida por el virus del radicalismo extemporáneo y absurdo que comienza a empujar a sus víctimas al reino de las sombras y la impuesta por la fuerza de las cosas, la trágica celada de la historia.

En su Ensayo sobre la ceguera, José Saramago, otro bardo sufriente de la grave miopía del trasnochado comunismo que comentamos, no abarcó esa terrible enfermedad de los tiranos: la de verse arrojados al reino de las tinieblas por la incuria de sus ejecutorias, la torpeza de sus acciones y la inmoralidad de sus procederes. De haberlo hecho, hubiera comprendido que tal ceguera ˆ la que hoy corrompe la visión de la llamada revolución bolivariana, donde quiera se encuentre – ha sido la causa de todas las catástrofes históricas y los despeñamientos de quienes juraron ser eternos y poder flotar por encima del bien y del mal. Para terminar con las alas rotas, destripados al fondo de los abismos.

Es lo que parece un hecho inevitable para las víctimas de esta virosis revolucionaria que sacudiera al continente durante la última década y empuja al abismo a Venezuela, a Ecuador, a Bolivia. A Chávez, asediado cual Macbeth caribeño por el espantoso fantasma de Raúl Reyes. A Rafael Correa, que se coleó a las grandes ligas sin tener ni la inteligencia, ni la lucidez ni la maña de sus mayores. Y a Evo Morales, que creyó que hacer una revolución y gobernar un país era tan sencillo como montar piquetes de indígenas cocaleros para desbarrancar gobiernos democráticos.

Es la ceguera que hoy cubre con su venda intangible a quienes ya están cazados entre las redes del tiempo, el implacable.

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Incapaz de verse la punta de los dedos, Heinz Dieterich cree sinceramente y lo expresa con candorosa ingenuidad, que entre Chávez y los Estados Unidos hay un vacío tan perfecto como el que rodea al universo. Confundido en su formación ideológica, cree que los presidentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia luchan cual solitarias naves espaciales, sin un solo contendor interno, contra el reino de la maldad, representado a la ocasión por George W. Bush, el Darth Vader de su pésima ficción marxista hollywoodense.

Olvida Heinz Dieterich la medula de la filosofía que profesa: la lucha de clases. Y creyendo a pie juntilla que el capitalismo se halla en la fase galáctica pasa por alto la existencia real, viva, pensante, y actuante de los demócratas venezolanos, ecuatorianos y bolivianos. Que son quienes llevan el peso fundamental en la lucha contra los intentos de sus eventuales tiranos. Chávez no está enfrentado a los Estados Unidos. Está enfrentado a la sociedad venezolana. Es más: Chávez no sólo no está enfrentado a los Estados Unidos, por más que lo grite y proclame a los cuatro vientos. Muy por el contrario y así suene absurdo, está aliado objetivamente con los Estados Unidos, que le pagan el más alto precio jamás alcanzado por el petróleo y lo surten de todos los bienes de consumo que requiere para mantener mal que bien una economía ˆ convertida en portuaria – llevada por su impericia, su ineficiencia y su incapacidad al borde de la catástrofe. Si los Estados Unidos le cortaran a Chávez sus dólares y sus víveres y le echaran encima una décima parte de la parafernalia enviada a Irak o a Afganistan, no dura 2 horas en el poder. Así chille o patalee.

Pero no es el caso. Ni nadie lo desea. Bien lo dijo Jorge Quiroga: Chávez representa el imperialismo al cuadrado. Recibe ciento cincuenta millones de dólares diarios de los Estados Unidos para entronizarse en su cargo y mantener a sus sátrapas Morales, Correa y Ortega. Y a Raúl Castro y a los cubanos, de paso. Contentando con su petro chequera a los gobiernos de la región y al Secretario General de la OEA para que se chupen el dedo mientras él arma, financia y protege a las FARC, las más temibles narcoguerrillas del orbe. Lo dice a diario Raúl Reyes desde el más allá: Chávez trabaja incansablemente por triturar la democracia venezolana y derrocar al presidente de Colombia.

Pero claro: reconocer los desaguisados de su asesorado y advertir que sus monstruosos errores, su corrupción sin límites, su inmoralidad y sus iniquidades son la causa de la pérdida de su respaldo social y su creciente aislamiento interno, que lo tienen al borde del abismo, significaría para Dieterich agarrar el Manifiesto Comunista, El Capital y la Ideología Alemana y tirarlos al tacho de la basura, sacarse las telarañas de sus ojos y comprender que la llamada revolución bolivariana es un feto muerto. Si sobrevive artificialmente, se debe en gran medida al auxilio financiero y económico de los Estados Unidos ˆ a cambio de su cuota de petróleo seguro -, a la impotencia de unas fuerzas armadas comandadas por una alta oficialidad corrompida hasta los huesos y a la catalepsia de unos partidos políticos incapaces de alzarse a la altura del desafío histórico que enfrentamos empujándolo también a él al tacho de la basura, de la que jamás debió haber salido. Es la oposición borbónica de que habláramos en nuestro artículo anterior.

A Evo tampoco lo tumbarán los Estados Unidos. Lo tumbará la historia, de la mano de una clase política que no le permitirá lo que la venezolana, hundida en la más desgraciada decadencia, le permitiera al teniente coronel golpista. Y Correa caerá por su inopia. Bastará un soplido.

3

Es la dramática situación que sufre Hugo Chávez en estos mismos momentos. El 2 de diciembre comenzó su via crucis. El pueblo le dio un portazo en las narices. Y a partir del 1º de marzo deberá comparecer ante los tribunales de la historia como principal acusado de un juicio cuyo principal testigo de cargo es el fantasma de su aliado Raúl Reyes, portando el más gigantesco expediente de juicio alguno contra el terrorismo imperante. Chávez sabe mejor que nadie obra y milagros que le serán descubiertos gracias a ese gigantesco golpe de suerte dado por las Fuerzas Armadas Colombianas. Que recibieron el regalo divino de la más minuciosa y detallada contabilidad de la criminalidad política imaginable. La perfecta y más completa documentación de las manos en la masa. Y estamos recién en los comienzos.

Como en la inevitable consumación de una tragedia, cada día serán más agobiantes e irrebatibles las acusaciones y más irredargüibles las pruebas en su contra. Que pronto harán contrapunto con las revelaciones que serán desveladas en el juicio que se sigue en La Florida contra algunos de sus hombres por el caso de la maleta. Todos, absolutamente todos los caminos conducirán a Miraflores. Y ni Diosdado Cabello, ni Jorge Rodríguez, ni José Vicente Rangel ni muchísimo menos Rafael Ramírez Carreño ni ninguno de sus esbirros uniformados saldrán a defenderlo de la trituradora legal y política que se le viene inexorablemente encima. Los molinos de los dioses muelen despacio. Así le pese a esa americana chimba que funge de moderadora en La Hojilla. Izarrita no halla de qué palo ahorcarse.

Habrá muchos otros casos, entre los cuales uno de los más pesados escándalos de lavado de dinero y exportación ilegítima de capitales, que posiblemente será dado a conocer por un importante banco europeo. A Chávez, el expropiador, le expropiarán el bolsillo. Y a todos sus familiares y secuaces. Imposible predecir el momento exacto en que el régimen colapse e implosione víctima de sus propias tropelías. Ya ha perdido su principal fortaleza: la gracia y la seducción de un encantador de serpientes. Y su pueblo comienza a oler la pestilencia que despide su gangrena generalizada. Su partido se le escurre entre los dedos antes de rendir su primera prueba electoral. Y los herederos desgarran la mortaja de sus pasadas glorias con la ferocidad de hienas en celo. El país yace desvastado. La hacienda pública saqueada. La deuda externa alcanza la insólita cantidad de sesenta mil millones de dólares. La interna se ha multiplicado varias veces desde que asumiera la presidencia hace nueve años. Cuando se destape el vertedero del latrocinio y el saqueo las cifras no tendrán medida. Son incalculables.

Y de ese estremecedor balance no se salvará nadie. Ni dentro, ni fuera del país. Se sabrá con exactitud quién fue comprado y sometido a la voluntad omnímoda de un déspota y caerán muchas celebridades. Un sencillo adelanto: tampoco se salvará el actual secretario general de la OEA. Y la presidenta de Argentina ya paga las consecuencias: su popularidad se ha derrumbado y su prestigio yace por el suelo. Que se preparen para el gran deslave.

Dios castiga. Sin piedra ni palo.

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