La corrupción que no se va
Los malos ejemplos cunden. Después de la entronización de Chávez en el poder hay muy pocos funcionarios que no crean que el cargo les pertenece. Que allí estarán hasta el fin de sus días. Y si por razones legales tienen que abandonar la oficina, juran que será por un rato, hasta que el pueblo o el dedo mágico los vuelva a elegir.
No es democrático el régimen que impide el relevo de la clase política. Si no hay una sana circulación y un franco acceso de nuevos actores a los sitios donde se toman las decisiones, la democracia es falsa y está herida de muerte.
Cuando se evalúen las verdaderas causas de la decadencia de la democracia venezolana, la reelección presidencial aparecerá como una de las principales. Los regresos a Miraflores de Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera, después de lustros de ausencia, fueron verdaderas bombas de tiempo que detruyeron los cimientos de las instituciones democráticas.
Ambos líderes (verdaderos líderes habría que apuntar: no eran hombres del aparato partidista ni paracaídistas) represaron el relevo generacional en sus organizaciones y llegaron para repetir esquemas y costumbres, aunque en su segunda oportunidad hayan tenido que decidir -en algunos temas- en contra de sus convicciones.
Es casi imposible que un dirigente cambie una vez que regresa al puesto después de varios años. Con él regresa el grupo que lo acompañó antes, regresa con sus ideas antiguas, su egocentrismo (ahora reafirmado puesto que cree que su reelección es un cheque en blanco) y sus mañas.
Si entre las mañas está la manga ancha para la corrupción de los otros y la disposición para corromperse personalmente, pues reforzará esa conducta. ¿Por qué va a cambiar? Si ha tenido la suerte de evadir (hasta ahora) la llamada Justicia venezolana, ahora sus negocios serán más grandes y los beneficios más jugosos.
La corrupción es un vicio que no se quita con promesas y falsos actos de contricción. Además, las ansias de tener plata, de aumentar los bienes y las cuentas bancarias propias no tiene límite.
Da risa cuando alguien argumenta que Fulano de Tal no robará porque ya lo hizo. ¿Eso es garantía de futura pulcritud? Pues no, al contrario, ahora cuando regrese sabrá cómo hacerlo mejor. Si la vez anterior compró un apartamento en Miami con el producto de alguna comisión milmillonaria, ahora lo comprará en Paris o Londres.
Hay quienes repiten que no necesitan robar porque tienen bienes de fortuna. A veces inventan herencias o premios de lotería. Pero ni tienen padres ricos ni suerte; lo que tienen es porque se lo han robado a la Nación. Nadie les conoce otro oficio que la política. Tienen décadas que no dan un palo al agua. Años de activismo partidista no remunerado. ¿De qué viven?
Pues de eso que usted y yo sabemos. De sus “ahorros”. Han demostrado estos vagos que el dinero rinde. Y mucho. Que no trabajar es más rentable que hacerlo. Que la vida regalada puede hasta ser de buen tono en una sociedad tan permisiva como la nuestra.
Y eso es lo peor. En un país narcotizado por los petrodólares, la gente termina actuando con cinismo. Una amiga me respondió, al planterale el tema de los bienes que tienen en el estado de Florida los corruptos criollos, que ¿quién no tenía un apartamento en Miami? Le respondí que ella, que a pesar de haber trabajado honradamente durante más de cuarenta años y queriéndolo tener, no lo tenía. Mientras otros sí. Y no me refiero a quienes se lo han ganado con el producto de su trabajo.
No soy de los moralistas-nacionalistas que critican a quienes han hecho inversiones en el extranjero. Y menos en estos tiempos turbulentos e inseguros. Quien haya decidido invertir su dinero, ganado legalmente, que lo haga donde le parezca. Pero quien le robó a los venezolanos para vivir muy bien debería devolver lo robado.
La corrupción no debería ser un tema principal en tiempos “revolucionarios”. Si Chávez no hubiese cometido fraude en la materia. Prefirió no atacar ese cáncer que continúa destruyendo lo que queda de Venezuela. Si antes de 1999, el peculado, el nepotismo y el cohecho estaban presentes en la administración pública de manera importante, hoy quedarán espacios infinitesimales libres de tales venenos.
El cinismo (o el pragmatismo) no puede llegar hasta el punto de permitir el regreso de otros corruptos. Ya los conocemos demasiado..