Opinión Nacional

La oposición borbónica

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Las inhabilitaciones no son casuales ni surgen de la nada. Las inventó el totalitarismo, en sus diversas versiones. El hitleriano cortó por lo sano inhabilitando a los partidos democráticos: luego de prohibirlos, persiguió, encarceló, torturó y asesinó a su dirigencia. Sin distingos de rango ni importancia. Para Hitler y sus secuaces profesar ideas democráticas de cualquier signo y militar en cualquier partido que no fuera el NSDAP – el PSUV de la Alemania Nazi – constituía un delito de traición a la patria penalizable con campo de concentración, cadena perpetua o pena de muerte. ¿Alguna sorpresa que el NSDAP arrasara con casi el 100% de los votos en todos los comicios celebrados en Alemania entre 1933 y 1945?

Stalin fue más radical: encarceló o asesinó de manera masiva y aleatoria a toda la dirigencia del Partido Bolchevique que participó de la Revolución de Octubre. Sabía, y le sobraba razón, que un auténtico revolucionario no es de fiar. Es la ruta seguida por Castro, que a poco andar, asesinó a Camilo Cienfuegos, metió en la cárcel a sus comandantes más próximos – como Huber Matos – y envió al Ché a una tumba segura en la inhóspita selva boliviana. Sin dejar de tarjar de sus fotografías a cercanos colaboradores, como Carlos Franqui. El viejo truco de Stalin borrando a Trotsky.

Lukashenko y Ahmedinayad, los dictadores de Bielorrusia e Irán, arquetipos adorados por el teniente coronel, encontraron un artilugio mucho más sofisticado. Sin necesidad de encarcelar, torturar, asesinar o desterrar a sus competidores simplemente los inhabilitaron. Una figura novedosa del totalitarismo contemporáneo: el déspota marca con la indeleble tinta de algún lacayo el nombre y la cédula del “indiciado” y le achaca un delito ad hoc, inventado ex professo para despejar el camino de peligrosos competidores. Sin consideración del espíritu o la letra de la Carta Magna.

Con una singular novedad: si los torturados por el totalitarismo hitleriano o estalinista chillaban y sus muertes dejaban un vacío difícil de llenar, y si los presos de conciencia provocan molestias notables como llamar la atención de la comunidad internacional, los “inhabilitados” se esfuman como por arte de magia. Se les borra de la faz del planeta con un gesto kafkiano. Burocracia pura. No tienen deudores. Aunque sí innobles competidores de entre sus propias filas, que aguardan por un contendor inhabilitado como caimán en boca’e caño.

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Yo no sé si los partidos políticos habrán aprendido de nuestros y sus pasados errores. Para eterna memoria recuerdo la indignación que despertaba entre algunos compañeros de la Comisión Política de la Coordinadora Democrática de proveniencia masista cuando hacía mención a la naturaleza dictatorial y totalitaria del régimen que pretendíamos desbancar con un Referéndum revocatorio. ¿Cómo pretender que el teniente coronel era un dictador, si nos permitía revocarlo? Tampoco olvido la indignación que causaba en uno de sus próceres cuando me atrevía a hablar de “castro-comunismo”. Se ponía verde al escuchar lo que para él era un terminajo de la CIA. Nada de extraño que odiara a más de alguna luchadora electoral de proveniencia mantuana. ¿Con esos tercios desbancar un teniente coronel inescrupuloso y dispuesto a vender a su madre por atornillarse en el Poder?

Hablo de la oposición borbónica, para usar el concepto empleado por Teodoro Petkoff y afirmar, parafraseándolo, que es la oposición que no cambia ni aprende. Cuando el revocatorio, con contadísimas excepciones que más vale no mencionar para no ofender al resto, permitió que Chávez y su títere, Jorge Rodríguez, hicieran y deshicieran con las normas constitucionales. Permitió que un acto que debió celebrarse sesenta días después de cumplida la mitad del mandato se celebrara un año después. Para permitirle a Chávez de ese modo ganar todo el tiempo que creyó necesario, le entregara el control del proceso electoral al G-2 cubano, montara las misiones por instrucciones de la ingeniería política de Fidel Castro, le entregara la DIEX y el control del REP y del registro ciudadano a las autoridades cubanas y terminara decidiendo el resultado electoral como mejor le convino.

¿Por qué no se le obligó a respetar nuestro firmazo en febrero de 2004, cuando una multitud se acercara hasta el Teresa Carreño a exigirlo y esa misma noche Enrique Mendoza señalara que no aceptaríamos más desafueros de un gobierno ilegítimo? ¿Qué razones pesaron para que al día siguiente dos delegados de la CD rebobinaran la película y siguiéramos aceptando lo inaceptable? Esa película de terror se repitió con exactitud milimétrica cuando se nos estafara con la patraña de las firmas planas. No sólo aceptamos el timo montado por Jorgito Rodríguez y sus secuaces. Fuimos más lejos y les negamos todo respaldo a los miembros del Tribunal Supremo dispuestos a respaldar nuestras exigencias y cuestionar las marramuncias del CNE.

Después de ese fraude continuo de 12 meses de duración y ese partido con las cartas marcadas, no faltaron los líderes que consideraron que Chávez había ganado de manera contundente y en la mejor y más transparente de las lides. Dando muestras de su súbito democratismo al señalar que nos dejáramos de pendejadas y denuncias estériles: Chávez disponía de la mayoría.

¿Olvidarlo? Imposible.

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Hoy, cuando hasta ese mismo procerato se ve en la obligación de reconocer que Chávez es minoría y se encuentra en una situación incluso peor y más desventajosa que en los prolegómenos del 11 de abril; hoy, cuando está asediado por una descomunal crisis social y económica en medio del más alto precio histórico del petróleo; hoy, cuando el fantasma de Raúl Reyes lo tiene aprisionado en las redes del narcotráfico y el terrorismo perdiendo así toda credibilidad democrática; hoy, cuando sus propias fuerzas le vuelven la espalda y su partido único naufraga en las disensiones y las luchas intestinas; hoy, cuando su alianza originara se halla resquebrajada, su vida familiar deshecha, sus antiguos camaradas de armas de este lado de la acera; hoy, cuando según todos los indicios se encuentra en caída libre y nada presagia un mejoramiento de su situación política y electoral, esa misma oposición borbónica, sumida en la más espantosa de las inopias, absorta contemplándose el ombligo, vuelve a aceptar que Chávez los naricee, imponga sus leyes en el seno del consejo electoral, ordene a sus lacayos inhabiliten a todos quienes puedan hacerle sombra y permite que en Venezuela se haga lo que en Bielorrusia y en Irán, en Cuba y en Corea del Norte. Ni con Pinochet.

Es el escándalo que estamos sufriendo. Cuando Clodosvaldo Russian, un alcahuete de los crímenes e iniquidades que comete un gobierno que debiera controlar, un cómplice de las corruptelas y desfalcos que debiera impedir, un servil y obsecuente lacayo del teniente coronel que se hace pagar un sueldo estratosférico por fungir de Contralor General de la República, violando todas las disposiciones constitucionales que aparenta resguardar decide quién puede y no puede ser candidato a un cargo de elección popular. Ese Russian, con absoluta razón parafraseado de Rufián por sus ex compañeros de partido, se ha erigido por encargo del presidente de un gobierno de facto en el Gran Inquisidor de nuestro próximo proceso electoral.

No ha movido un dedo por los innumerables crímenes cometidos desde las altas esferas del ejecutivo. Que no hay quién los pueda ocultar, pues se cometen a vista y paciencia de todos y con la impunidad más espantosa. No ha pestañeado ante el caso de la(s) maleta(s) ni ha susurrado la más mínima palabra acerca de los dineros que Daniel Ortega, Rafael Correa, Evo Morales y Cristina Kirchner han recibido de tan dadivosas manos. Pero ha saltado preso de una epiléptica presteza para impedir que Enrique Mendoza sea el próximo gobernador de Miranda y Leopoldo López el próximo alcalde mayor. Para mencionar tan sólo los casos más emblemáticos. Da asco.

¿Debemos aceptarlo? Un sector de la oposición parece dispuesto a convalidar este horrendo desafuero. Y en el colmo de la estulticia y la ingenuidad pretende ganar con ello dichos cargos para sus propios candidatos. Sin comprender que inhabilitan a los únicos posibles triunfadores. Ha doblado todos los principios constitucionales y jurídicos y se los ha metido en el bolsillo, olvidando que a un régimen forajido como el de Hugo Chávez no se le debe hacer la más mínima concesión ni la más gratuita carantoña. Se le debe combatir frontalmente, sin titubeos ni vacilaciones, a muerte. Como lo demostrara María Isabel Rodríguez, en un gesto que la honra y dignifica. Como lo hiciera y sigue haciéndolo Álvaro Uribe, que lo ha arrastrado por los suelos de ese virtual campo de batalla antichavista que es la lucha contra las FARC.

Esta acorralado. Desnudo ante el mundo por su naturaleza dictatorial, represora y corrupta. Y se sabe sin salidas. Cuando le suene su hora – mucho más pronto de lo que se imagina – nadie le tenderá la mano ni le visitará en la cárcel. Va siendo el momento de hacerle entender el significado de la palabra valor, de la palabra decencia, de la palabra dignidad. Y se le obligue a respetar a quienes respeto merecen. Veinticinco millones de venezolanos. Si tuviéramos unos partidos políticos como lo quisieron sus fundadores y la guabina, la complacencia y la complicidad no fueran médula de su comportamiento, no aceptaríamos un solo inhabilitado y lo tendríamos contra las cuerdas.

Y conste: contra la idea de los partidos políticos, la necesidad insustituible de su existencia y la convicción de que sin ellos no hay democracia que valga no tengo la más mínima objeción. No vaya a salir Teodoro con la monserga de que quienes así piensan detestan a los partidos políticos. Lo que detestan es la hipocresía, la mediocridad y la cobardía. De las que hoy por hoy se salvan muy pocas, poquísimas personalidades del liderazgo partidista. Es nuestra mayor desgracia.

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