Opinión Nacional

Entre la risa y el miedo

Se ha armado un revuelo nacional y hasta internacional por la promulgación
de la Ley del Sistema Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, Según
juristas, periodistas, expertos en derechos humanos y analistas de distintas
áreas, esa ley encierra graves amenazas a la libertad individual de los
venezolanos. Si tal ley prosperara y si fuese posible aplicarla, las
cárceles venezolanas no alcanzarían para albergar o mejor dicho, hacinar, a
millones de ciudadanos residentes en Venezuela, unos víctimas del espionaje
que la misma institucionaliza y otros por negarse a espiar.

No tenemos nada en contra del revuelo ni de las alarmas disparadas, por el
contrario, aún en los casos y cosas más risibles que se le ocurren a este
gobierno, siempre hay que estar prevenido porque la brutalidad puede ser (y
con frecuencia lo es) más peligrosa que la inteligencia.

¿Qué por qué es risible esta ley? La respuesta está en el mismo nombre que
los sesudos diputados de la Asamblea Nacional decidieron darle: pretender
que uno de los gobiernos con mayor acumulación de estulticia per cápita que
haya conocido la historia republicana de Venezuela, pueda hacer algo por la
inteligencia, es pecar de ingenuidad ilimitada. Pero la falta de seso de la
ley no se limita al nombre sino a eso que en el lenguaje del Imperio se
llama timing y que bien podríamos traducir como el momento apropiado u
oportunidad. Si la ley hubiese aparecido en la gaceta oficial cuando
comenzaba este gobierno hace nueve años, se habrían justificado los temores
que su contenido y objetivos provocan. Pero ahora, cuando todo el mundo sabe
que la revolución socialista del siglo XXI es una mojiganga, un festín de
yates, aviones privados, fincas multimillonarias, maletines cargados de
dólares, güiski de 18 años y demás exponentes del buen vivir, gracias al
robo descarado de los dineros públicos. Ahora cuando Chávez es un tigre de
papel y sus órdenes no las cumple ni el personal de limpieza de Miraflores;
es imposible atemorizar a nadie con amenazas de espionaje.

¿Quiénes son los espías con los que el gobierno aspira a contar para
descubrir a los conspiradores tanto locales como externos? Son los llamados
Órganos de Apoyo, es decir «todas las personas naturales y jurídicas, de
derecho público y privado, nacionales y extranjeras, así como los órganos y
entes de la administración pública nacional, estadal y municipal, las redes
sociales, organizaciones de participación popular y comunidades organizadas,
cuando les sea solicitada su cooperación para la obtención de información o
el apoyo técnico, por parte de los órganos con competencia especial». Nunca,
ni en los tiempos más terroríficos de los gobiernos de Hitler o de Stalin,
fue posible transformar en delatores a todos los pobladores de sus países.

Pero en esta Venezuela que es el reino del desorden, de la anarquía y de la
mamadera de gallo, se pretende contar con 26 o 27 millones de espías. Porque
no sé si ustedes se percataron amigos lectores de que cada uno de ustedes
está obligado a serlo. No importa si la lista de traidores a la patria en la
que usted aparece es la de Tascón o la Maisanta; de nada vale que demuestre
que usted es un opositor radical a este gobierno y un contrarrevolucionario
convicto y confeso. En caso de ser aplicable la ley que nos ocupa, nadie lo
salvaría de ser un espía al servicio del proyecto chavista y -por supuesto-
de ser además espiado.

Lo divertido del caso es que un gobierno incapaz de tapar un hueco en
cualquier calle, que ya comienza a dar traspiés en el manejo de los
servicios que ha estatizado, que cambia de ministros cada día porque no
sirven o no fueron lo suficientemente serviles con el caudillo; un gobierno
que ni siquiera puede meter en el redil a sus propios partidarios ni
organizar adecuadamente sus trampas electorales internas, un gobierno que
debe importar todo lo que comemos porque ha liquidado la producción nacional
un gobierno que golpea el bolsillo de los pobres y de la clase media con
una inflación galopante, un gobierno incapaz de contener la criminalidad que
cobra centenares de muertes cada mes, un gobierno así de inepto y fracasado,
pretende que los venezolanos se conviertan en delatores de sus vecinos o de
los vendedores de frutas en el mercado o de los choferes de autobús. ¿De qué
podrían acusarlos si no de hablar mal del gobierno? Y ese es y ha sido
siempre el deporte nacional por excelencia.

Lo más cómico de la ley no está, sin embargo, en su articulado sino en su
exposición de motivos. En ella se dice que la ley persigue la recolección,
evaluación, análisis, integración, interpretación, difusión y uso de
informaciones referidas a las amenazas, riesgos y conflictos que afecten la
seguridad exterior e interior….” Y, aquí viene lo verdaderamente hilarante:
“…así como identificar fortalezas, oportunidades y potencialidades para el
desarrollo integral de la Nación, lo cual resultará de trascendental
importancia para la evaluación de estas actividades, en los ámbitos civil y
militar”. ¿Qué entiende usted de esto? Pues que no solo seremos legiones de
espías de todos los sexos, edades y condiciones sociales para vigilarnos los
unos a los otros, sino que la revolución entrenará batallones de científicos
y de expertos en armas sofisticadas para que espíen en otros países y roben
sus secretos civiles y militares. Uno se imagina a espías venezolanos
infiltrados en la Nasa, en el Pentágono o en las oficinas privadas de Bill
Gates, hurtando los secretos que puedan transformar a Venezuela en una
potencia económica y por supuesto militar.

De lo que no se han percatado los diputados autores de esta ley que legitima
el espionaje, es de la nada remota posibilidad de que la misma se devuelva
contra sus autores. Si recuerdan el escándalo que acabó con la presidencia y
con la vida política de Richard Nixon, todo se supo por un tal “Garganta
Profunda”, fue el seudónimo del segundo jefe del FBI que, asqueado de lo que
vio y oyó de la gente a la que debía servir, decidió echarle el cuento a los
periodistas del Washington Post que luego armaron el caso Watergate. Un caso de espías espiados que perfectamente podría repetirse.

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