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Ahora si ganamos la guerra

El presidente Franklin D. Roosevelt expresó en una ocasión, “Creo que si le doy a Stalin cuanto me sea posible y no le pido nada a cambio, noblesse oblige, no intentara adueñarse de nada y trabajara conmigo para lograr un mundo de paz y democracias”,  un estilo de negociar que deja a la voluntad del enemigo la capacidad  de tomar decisiones fundamentales.
 
Roosevelt se equivocó y  José Stalin impuso un imperio de terror  de proporciones nunca antes conocidas en la historia. La  indulgencia no seduce a la maldad.
 
Paradójicamente el presidente Obama está negociando con un dictador de corte stalinista que siempre hizo pública su admiración por el socialismo real que Stalin impuso en la desaparecida Unión Soviética y en sus satélites de Europa del Este.
 
Al  parecer, Obama comparte con Roosevelt, el criterio que la forma más efectiva para resolver los problemas, es haciendo concesiones y no negociar sobre bases que puedan endurecer las posiciones de sus adversarios.

El procedimiento,  discutible, quizás de resultados con otros gobiernos, pero con quienes  controlan a Cuba desde hace 55 años, es improbable.  La dictadura dinástica insular ha gobernado por décadas sobre las bayonetas y en las relaciones internacionales desarrolla una política sustentada en el chantaje y la intimidación.
 
La medida del presidente Obama de cambiar radicalmente la política de Estados Unidos hacia la dictadura de los hermanos Castro, sin que los mandantes de la isla hicieran concesiones fundamentales, no debería causar sorpresas.

El presidente dijo siempre que estaba a favor de resolver las diferencias entre su país y la dictadura castrista, además durante su mandato ha favorecido la mayoría de las veces  la ruta de la menor confrontación posible en los diferendos que Estados Unidos  ha tenido con otros países.

Desde hace cierto tiempo analistas de asuntos cubanos apreciaban que algo se estaba cocinando,  pero muy difícilmente consideraron que Washington fuera a tomar decisiones tan importantes sin demandar del régimen de La Habana, aperturas en aspectos fundamentales como los derechos humanos, incluidos la libertad de prensa y el pluralismo político.

Es interesante señalar que  el presidente Obama en declaraciones a ABC News, dijo que  no espera que Raúl Castro cambie su forma de gobierno, dejando esa posibilidad a las nuevas generaciones, lo que permite pensar que triunfó la tesis que la política de contención al régimen castrista no estaba dando resultados, y que era necesaria la apertura, algo así como una decisión de falso positivo.

Muchas han sido las reacciones de gobiernos y entidades internacionales  que ha generado esta medida de la Casa Blanca. Todas celebran el acuerdo al que arribaron los dos países de reanudar relaciones diplomáticas.

Pero donde más satisfacción se aprecia es cuando comentan la disposición de Washington  de ampliar los vínculos comerciales, culturales y de otros géneros con La Habana, pero no mencionan la situación de los derechos humanos en Cuba o la necesidad de que el gobierno de los Castro actué recíprocamente, impulsando cambios estructurales que permitan en la isla el establecimiento de una sociedad democrática.

Una vez más el castrismo ha quedado en la contradictoria posición de víctima de Estados Unidos y también como victorioso en el diferendo que ha sostenido con Washington desde el triunfo de la Revolución.

Como víctima porque hay quienes han declarado que cayó el Muro de Cuba,  como si la isla hubiera estado encerrada y no fuera la dictadura quien ha enclaustrado al pueblo. Como vencedora, porque Raúl Castro dijo enfáticamente que no habría cambios de ninguna clase y que el régimen tenía sus propias concepciones sobre la democracia y los derechos humanos.

Castro se congratuló por el regreso de los tres espías, uno convicto de asesinato por el derribo de los aviones de Hermanos al Rescate. Reafirmó la vigencia del modelo socialista y se comprometió a continuar los compromisos contraídos con los aliados políticos del régimen.

Las disposiciones del presidente Obama han abierto la clásica caja de Pandora. Las relaciones entre La Habana y la Casa Blanca,  entran en una dinámica nueva de la que pueden derivarse muchas alternativas pero ningún milagro, como sería el hecho de que la dictadura cesara por propia voluntad el control que ejerce sobre sus ciudadanos.

Ante la decisión del gobierno de Estados Unidos ningún cubano, sin importar la orilla en que se encuentre,  puede quedar indiferente.

Están satisfechos los que han cabildeado por años por el fin de las restricciones y el cese del embargo con el único objetivo de obtener ventajas económicas, los optimistas de buena fe que esperan que la situación mejore gradualmente y los que decepcionados o no por la decisión del presidente Obama, están comprometidos a continuar combatiendo, sin concesiones, por la libertad y la democracia en Cuba.

 
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