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La calle ciega de la satrapía

Una satrapía como la que impera en Venezuela, no debemos cansarnos de repetirlo, es un despotismo depredador y habilidoso para presentarse con disfraces de democracia y de redención social. Tan despótica es la satrapía que todos los derechos constitucionales –todos—están en condición suspensiva por las malas y las peores. Comenzando y terminando por los derechos humanos de cualquier generación, sean políticos, civiles, sociales, económicos, culturales o ambientales.

Tan depredadora es que ha sumido al país en una ruina espantosa en medio de la bonanza petrolera más caudalosa y longeva de la historia. Ruina que no incluye, desde luego, a gran parte de la nomenklatura, cuyos patrimonios ya podrían figurar en los listados de la plutocracia internacional. La realidad económico-social de la abrumadora mayoría de los venezolanos es trágica, mientras que la patrimonial de muchos de sus mandoneros es de tenor saudita o qatarí, para no hablar de la mafia rusa.

Y tan habilidosa es que muchos de sus “críticos” todavía le conceden el beneficio de la duda en cuanto a su carácter democrático, y ni hablar de sus aliados externos, algunos de procedencia cívica, que no cesan el alabar a la satrapía como un ejemplo de “revolución democrática”. Las fórmulas de “democracia iliberal” o “autoritarismo competitivo”, no alcanzan a significar la opresión autoritaria y el disimulo democrático de la hegemonía roja.

Por eso estamos en una calle ciega, en lo que al futuro inmediato se refiere. La satrapía no va a cambiar, no va a abrirse, no va a despejar las salidas, por su propia y exclusiva voluntad. Al contrario. Desde que comenzó a montar la jaula institucional en la que tiene metida a la república, al estado, al poder y al conjunto de la nación, lo que ha hecho es reforzar los barrotes y los candados.

Eso sí, pendiente de las apariencias y de los decorados, pensando, por ejemplo, en la “buena voluntad” de los Centros Carter de este mundo, y también en los gobiernos regionales necesitados de petróleo o interesados en sacarle punta a las relaciones con la “revolución bolivarista”, bien por razones políticas o económicas. Y desde luego, tomando muy en cuenta a aquellos voceros de la oposición que se resignan –con o sin ganas—al criterio de “esto es lo que hay”…

Porque lo que hay, en verdad, es un aparataje de dominación que no tiene la más mínima disposición hacia un proceso de diálogo y transición política que respete y haga respetar el contenido democrático de la Constitución formalmente vigente, cuya violación sistemática o más bien aplastamiento vejatorio, es una de las características más notorias de la satrapía. Ésta se ha hartado de demostrarlo, pero aún persisten los que no se dan cuenta.

El que nos encontremos en una calle ciega, no quiere decir que no haya remedio al respecto. No podría ser así, porque la mega-crisis cada vez será más calamitosa y, si bien los países no necesariamente tocan fondo, hay umbrales que no suelen ser traspasados sin consecuencias de profundo alcance. Pasa, eso también, que la sólida mayoría de la población que está consciente de lo mal que van las cosas, necesita de una alternativa que encause la salida de la calle ciega.

Alternativa que debería ser democrática y cívica para que, en efecto, sea alternativa que encause hacia la reconstrucción general de Venezuela, y no un simple detonante de una crisis con mayores llamaradas de anarquía y de violencia. Todo esto, sin duda, se dice o escribe rápido, pero del dicho o el escrito a los hechos hay un camino arduo por recorrer. Y para hacerlo hace falta una beligerancia, una combatividad y un compromiso de mucha más intensidad. De mucha más. No se sabe si ello será así, pero si se sabe que de serlo, la satrapía podría ser superada, podría abrirse la calle ciega, podría reconstruirse la esperanza venezolana.

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