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¡Feliz Año 2015! Bienvenido el Fondo Monetario Internacional

No deja de causar extrañeza que, después de un año de estar ocultando las cifras sobre la situación de la economía nacional, el BCV las hiciera conocer. Hasta el momento la “estrategia” de Maduro ha sido la del avestruz: meter la cabeza en la arena a ver si los problemas desaparecen. Los únicos ajustes admitidos durante su gobierno han sido en las cantidades –viendo desaparecer bienes e insumos- y en la represión. No hacer nada ha sido la única opción para alguien demasiado consciente de que su única fuente de legitimidad está en el dedo designador del moribundo Chávez. ¡Ni de vainas tomaría decisiones que pudiesen profanar, en el plano económico y político, el legado inmarcesible del Comandante! Mejor negar la realidad, ocultando las cifras, y achacarle la culpa de la escasez, la inflación y el creciente desempleo a una “guerra económica” del enemigo. ¿Entonces, por qué un individuo tan pusilánime como Maduro toma esta decisión, la de autorizar la publicación de cifras que revelan el desastre causado por mantener tan irresponsables políticas?

La respuesta –conjeturo- es que, ¡al fin!, los que nos desgobiernan han caído en cuenta de que “hemos llegado al llegadero”, de que no puede continuarse por este camino. No es lo mismo apelar solo a la represión para prevenir y controlar las protestas que estallarán en un escenario en el que los precios del petróleo desciendan en 2015 a –digamos- $70 el barril, que enfrentar un verdadero pandemónium social si la cotización ni siquiera supera los $60 establecidos en el presupuesto tramposo aprobado para este año. Vienen las elecciones parlamentarias y el costo político de una escasez aun mayor, de un dólar paralelo disparado que arrastra tras sí a la inflación, una caída del empleo y los salarios, una incapacidad para financiar los programas de reparto (misiones) y de una represión cada vez más extendida, debe sopesarse contra otras opciones.

Y aquí entra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, del cual ya se tenían rumores, y la respuesta al por qué de la publicación de las cifras sobre la economía nacional realizado por el BCV. El Fondo es la única fuente disponible, hoy, para financiar el enorme hueco abierto por el despilfarro en el gasto y la caída en los precios del petróleo. Por supuesto que, para quienes han abjurado del capitalismo globalizado, ponerse en sus manos tiene un costo. Pero lo acordado entre Cuba y EE.UU. ha hecho saltar las férulas ideológicas que impedían tal consideración. Y el Fondo, repito, tiene la llave para abrir las puertas al abastecimiento externo –un generoso préstamo en dólares- y conjurar las posibilidades de un estallido social en año electoral.

Claro está, el Fondo no presta por ser un “buen samaritano”. Impone condiciones que aseguren el pago a nuestros acreedores externos, incluyendo el propio FMI. Venezuela corre el serio peligro de declararse en default, de perpetuarse los precios actuales del crudo, o de agravar el “default social”, como argumentaron Hausmann y Santos. Si bien esta condicionalidad ya no es en la forma de un recetario único, inflexible, como en los ’90, implica un ajuste severo. En primer lugar, condición sine qua non para recibir dineros es un ajuste fiscal y la eliminación del financiamiento monetario del déficit público por parte del BCV. En segundo lugar, ir hacia la sinceración del tipo de cambio. Luego está un precio de la gasolina que se aproxime a su costo de oportunidad y el desmontaje de los controles de precios, como de la excesiva represión de la actividad privada (regulaciones, sanciones, etc.). El FMI exige la publicación de las cifras sobre la realidad del país para poder monitorear adecuadamente el desempeño de los programas de ajuste.

La devaluación la seguirá camuflando el gobierno. Desaparecerá el 6,30/$ y probablemente pasarán las importaciones “esenciales” realizadas a esta paridad a SICAD I, a la vez que intentarán liberar el tipo de cambio para el resto de las transacciones corrientes a SICAD II, mientras se mantenga todavía bajo control la cuenta financiera. Sorprende encontrar en las cifras recientemente divulgadas por el BCV que las importaciones públicas –más de un 40% del total en los tres primeros trimestres de 2014- todavía se hicieron a una tasa de cambio ponderada cercana a los Bs. 6,30/$. Eliminar esta tasa tendrá, por tanto, un fuerte impacto inflacionario pero los subsidios masivos están descartados por las penurias de la hacienda pública y por las condicionalidades del préstamo.

Pero la devaluación proveerá importantes ingresos –en bolívares- a las arcas gubernamentales. Junto a la sinceración del precio de la gasolina, reducirán significativamente el déficit del sector público y permitirán prescindir del financiamiento monetario del BCV a PdVSA (y, vía el pago de impuestos de esta empresa, al fisco). De ser los montos suficientes, el Fondo probablemente no tendría problemas con que el gobierno continuase financiando las misiones.

El verdadero beneficio del acuerdo con el FMI está en la posibilidad de conjurar el agravamiento del desabastecimiento, si se procede rápidamente. Esta “ganancia” vale oro para el gobierno y podría compensar parte del costo político que significa entregarse a las “horcas caudinas” del FMI, para los autoproclamados “revolucionarios”. Más si encubre tal viraje en una retórica antiimperialista que alegue la necesidad de medidas heroicas para “salvar la revolución”. Imagino una argumentación en los siguientes tonos: “La conspiración imperialista contra la Revolución Bolivariana ha abatido los precios del petróleo a niveles que ponen en peligro el exitoso modelo socialista implantado por nuestro Comandante Eterno. Preservar estas conquistas nos obliga –pasajeramente- a un acuerdo con el FMI y a instrumentar medidas que pueden ser dolorosas, para salir airosos de esta confrontación con el enemigo, etc., etc…” De manera que echarle la culpa al Fondo de los costos del ajuste sin duda está en las cartas de un acuerdo.

Pero he aquí la incertidumbre sobre el éxito de un compromiso de esta naturaleza. Un ajuste como el que requiere el país o se aplica profundamente, sin titubeos, o no se aplica. Instrumentar medidas a regañadientes, arrastrando los pies con relación a otras reformas, produce el peor resultado posible: no impide sus costos de corto plazo, pero tampoco crea las condiciones para superar exitosamente la actual tragedia. Además, ¿cómo balancear la sinceración de precios con la pésima remuneración de los asalariados? El propósito de la devaluación en los programas de ajuste es alterar los precios relativos a favor de la inversión productiva y elevar los salarios en las empresas anula este resultado, aunque no así si se restringe sólo al sector público. Pero éste debe recortar, en términos reales, sus gastos. ¿Cómo compaginar los equilibrios externos con el exceso de liquidez? ¿Qué hacer con la corrupción desbordada? Éstas y otras interrogantes quedan en manos de un equipo que no se ha distinguido por su competencia en el manejo de los asuntos económicos. Aunque un acuerdo con el Fondo sería un muestra fehaciente, ¡al fin!, de que empieza a privar cierta racionalidad, hay demasiadas evidencias para no permanecer escépticos. Luego está la dimensión de los derechos humanos y las libertades civiles que son centrales a la actual contienda política.

Propuestas para abordar algunos de estos aspectos serán tratados en una próxima entrega referida a cómo desmantelar el pernicioso régimen cambiario que padece el país.

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