Fomento de la delincuencia
Una de las mayores contradicciones aparentes del régimen chavista es su afán por el control policial de la disidencia conviviendo con la desastrosa inseguridad ciudadana.
Nunca antes los venezolanos habían estado sometidos a los niveles de angustia que hoy se viven. Ni el chavista más desinformado puede hablar hoy, con sinceridad, de disminución de delincuencia. Todos, todos los venezolanos ya hemos experimentado los estragos del hampa. A cada uno de nosotros o a uno de los nuestros lo han atracado, secuestrado o asesinado.
Ante esta realidad irrebatible, de nada sirven las peroratas del ministro de Interior y de Justicia, Rodríguez Chacín, embajador oficioso (y oficial) del gobierno venezolano ante las golpeadas narcoguerrillas de las FARC. Sus declaraciones sobre cómo avanza el control del hampa no hacen más que sacar frases de indignación a los desesperados venezolanos.
Cualquier estadística que nos consigamos reafirmará lo que hemos dicho. En Caracas hay ocho asesinatos diarios. Anualmente la cifra de muertos en todo el país en condiciones violentas se acerca a los veinte mil. Los secuestros en los estados fronterizos son noticia cotidiana. Los atracos ya ni siquiera son reseñados con profusión en los periódicos porque forman parte del paisaje de nuestras ciudades.
En este cuadro caótico, al régimen chavista sólo se le ocurren dos cosas: negar la evidencia u ocultarla; no hablar del tema, como hace Chávez en su show dominical y en las abusivas cadenas de radio y TV.
¿Por qué alguien con esa lengua tan suelta como el teniente coronel no habla del primer problema que preocupa a los venezolanos? ¿Por qué no se gasta la misma cantidad de dinero, por lo menos, que asigna a propaganda necia sobre el ignoto socialismo del siglo XXI en la seguridad de las personas y sus bienes?
Entre los cerros de paja presidenciales se encontrarán unas cortas referencias al tema de la inseguridad personal y siempre será para echarle la culpa a otro, cuando el resguardo de la vida de los ciudadanos es la primera y exclusiva responsabilidad de todo gobierno. Esa tarea es la primera justificación política de la existencia de un gobierno. No es el culto a la personalidad o el robo de los dineros públicos el fin supremo de los gobiernos.
La impotencia que vivimos los venezolanos ante el desbordamiento del hampa afecta a todas las clases sociales. Es una verdadera tragedia que no dejamos que ocupe todas nuestras conversaciones para no caer en la total desesperanza y en la paranoia.
Los altos funcionarios pueden gozar de escoltas (que pagamos todos los venezolanos), al igual que los jefes mediáticos del partido oficial (Mario Silva asistió a votar en su elección como candidato a gobernador de Carabobo acompañado de más de diez guardaespaldas). Los venezolanos comunes no disfrutamos de tales privilegios. Habría que averiguar en qué proporción las polícias y las Fuerzas Armadas están dedicadas a cuidar a los jerarcas chavistas.
Los más desfavorecidos padecen la dictadura de los azotes de barrio, de los malandros armados que matan por un par de zapatos o un reloj. Sufren la delincuencia que genera el tráfico drogas, como bien lo dibuja el director merideño Alberto Arvelo en su película “Cyrano Fernández”.
El grito de los chivos chavistas parece ser que se envainen los otros venezolanos mientras nosotros viajamos, vestimos de marca, compramos inmuebles y carros de lujo, y negamos la inseguridad en que viven. Para nosotros –el jefe y sus jalamecate- están los cancerberos que nos cuidan.
Los niveles de inseguridad personal que sufre la sociedad venezolana tienen muchas causas pero una importante es el estímulo que el régimen chavista le ha dado. No son sólo producto de la ineptitud del más pobre elenco ministerial del que se tenga historia, sino también del cálculo para crear una atmósfera de anarquía que permita la corrupción generalizada y haga crecer la angustia y la desesperanza entre quienes nos oponemos a los desmanes del chavismo y entre quienes siguen “el proceso”.
Ese clima de represión a la disidencia democrática por un lado y por otro la abstención ante las fechorías del hampa común, de los delincuentes organizados y de los irregulares colombianos, conviene a un gobierno cuyo principal fin es permanecer en el poder para el disfrute y ampliación de la fortuna de la nueva clase boliburguesa.
Mientras los venezolanos vivamos ocupados en la defensa de nuestras vidas y nuestros esmirriados y desvalorizados (gracias a la genial política económica inflacionaria y destructora de empleos) bienes, menos tiempo tendremos para denunciar el continuismo, el nepotismo, el militarismo y la corrupción general del régimen chavista.
El primer problema que los nuevos gobiernos regionales y locales tendrán que afrontar será la inseguridad personal. Esa es la prioridad, porque de nada sirve poder progresar en cualquier orden si la vida no vale nada y a la vuelta de la esquina nos la pueden quitar.
La policía debe servir para otra cosa que para reprimir manifestaciones pacíficas o espiar (“espionar” diría el primer locutor) a quienes estamos de candidatos a cargos públicos, como lo acaba de confesar el jefe de la policía política DISIP.