Opinión Nacional

Viviendo una pesadilla

Ciertamente que se necesita una masa cerebral especialmente entrenada y capaz para poder entender como razonan los políticos o quienes sin serlo hacen política en la Venezuela de los últimos tiempos. Si nos detenemos a torturarnos, analizando el comportamiento de Hugo Chávez, con total seguridad correremos el riesgo de sufrir un infarto cerebral. Es que nadie puede conseguirle una explicación racional a las tormentas que parecieran ocurrir con reiteración inusitada en la mente y en el pensamiento del comandante-presidente. El dice amar al pueblo, sin embargo, no mueve un dedo para que sus condiciones de vida mejoren. Nadie conoce un solo barrio o sector popular que pueda decir: “gracias a la” revolución” vivimos mejor”. Ninguno de los funcionarios que nos ha impuesto Chávez, tanto los designados como los de elección popular, han demostrado la mas mínima sensibilidad ante los problemas del pueblo.

El genocidio, que con toda tranquilidad, viene cometiendo la delincuencia contra los venezolanos, no preocupa en nada al gobierno en sus diferentes niveles, nacional, regional y municipal. Ningún interés demuestran en buscarle solución. Pareciera que se enfrentan a un dilema de la magnitud de la fusión nuclear o de los preparativos de un viaje interestelar, partiendo de cero, como si antes de ellos nadie en el mundo hubiera podido solucionar problemas similares. Tantas ciudades y países del mundo han conseguido solventar o minimizar problemas como este. Pero los funcionarios chavistas están demasiado ocupados en sus asaltos al Tesoro Público y en desterrar la propia pobreza y la de sus familiares y amigos cercanos que no tienen tiempo que dedicarle a las nimiedades que a gritos plantea la población general.

Cuando en el mundo los sistemas de construcción masiva de viviendas, con tecnologías de bajo costo son la cosa más común, en Venezuela observamos con estupor, la facilidad del gobierno nacional para construir soluciones habitacionales en Cuba, Perú, República Dominicana, o en cualquier sitio siempre y cuando no sea dentro del territorio nacional. Para afuera todo, para Venezuela nada. En materia de transporte aun es peor. Los maracuchos y los valencianos todavía no disfrutan de los servicios del Metro, inaugurados fraudulentamente por Chávez en la campaña del 2006. Los merideños aun no disfrutan del trolley bus y aquí en Anzoátegui ni esperanza tenemos de poseer un sistema moderno de transporte. Debemos calarnos colas y más colas y perder valioso tiempo en los atascos del tránsito.

Lo peor es que del lado de la oposición, donde deberíamos tener la esperanza de redención a nuestros problemas, no vemos la luz al final del túnel. Se pretende encallejonarnos, a fuerza de dinero y de costosísimas campañas publicitarias y de amedrentamientos y negociados, a que limitemos nuestra escogencia como candidatos a la Gobernación, a las figuras de Barreto Sira o de Gustavo Marcano. Ninguno de los dos en sus gestiones demostró apego alguno al espíritu unitario. No le dieron participación a ninguna fuerza política. Gobernaron sólo con una pequeña y muy rapaz rosca. Barreto Sira le heredó la Alcaldía de Cantaura a su esposa, con el mismo desparpajo con que Gustavo Marcano quiere legarle a su madre la Alcaldía de Lechería. Para ellos se trata de sucesiones dinásticas. Nadie fuera de sus familiares merece gobernar.

La gestión de Barreto generó la sanción de la Contraloría General de la República, que ha sido ratificada por el Tribunal Supremo. Sin embargo, cómo la gigantesca fortuna que ha malbaratado en su súper ostentosa campaña preelectoral, no se la ganó con el sudor de su frente, insiste en enrarecer las posibilidades de la oposición, pretendiendo engañar al pueblo, y cometiendo una grave estafa electoral. Marcano enfrenta varios procedimientos investigativos y la percepción general es que la honestidad pareciera no tener la menor importancia para él. Practica el mismo sectarismo que los chavistas, obligando a los trabajadores de la Alcaldía a vestirse de amarillo, tal como los otros los visten de rojo. Definitivamente estamos viviendo una pesadilla.

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